A Frida Kahlo, una de los personajes más emblemáticos del surrealismo mexicano, no le gustaba cocinar. Pero definitivamente adoraba la comida. No sólo dedicó muchísimos cuadros a desarrollar la imagen de las coloridas y voluptuosas frutas mexicanas, también se cuenta que le dedicaba mucho a tiempo a la cuidadosa planificación de sus comidas familiares y a ensamblar la parafernalia que las envolvía. En la casa Rivera-Kahlo —como en muchas casas de este país— la hora de la comida era un evento trascendental, una fiesta en donde, lo que se celebraba, era la tradición en sí, a través del delicioso acto de alimentarse.
Y sí, está bien documentado que a Frida no le gustaba cocinar, pero de todas maneras sabía hacerlo. Pero lo suyo era la curaduría grandilocuente y ostentosa, que organizaba el comer. Las mesas en su casa se adornaban con bellísimos manteles, canastas y flores. La comida se acompañaba con vitroleros de agua fresca y el postre era un abanico de dulces mexicanos. La tortilla, el cubierto central y la bebida de lujo, pulque curado.
Las recetas preferidas de Kahlo
Buscando conectar con la comida mexicana a través de Frida, Sarah Urist Green se propuso preparar algunas de las recetas favoritas de la pintora: ensalada de nopales, chiles rellenos de queso y arroz con plátano frito. Estas recetas sólo son algunas de las muchas que se encuentran compiladas en el libro "Las fiestas de Frida y Diego: recuerdos y recetas". El libro es digno de explorar, no sólo porque recupera las recetas, también muestra los menús utilizados en fechas importantes (como la boda de los pintores). El recetario fue realizado en colaboración con Guadalupe Rivera, hija de Diego, que vivió con su papá y Frida en la adolescencia y no se ha olvidado de lo importante que era la comida en esa casa. Con mucha sinceridad, Green prepara las recetas frente a la cámara y aprovecha el motivo para relatar algunas curiosidades sobre la icónica artista.
No sólo en la forma de alimentarse, también en la de vestirse y hablar, Frida exhalaba a cada paso su visión de lo que es lo mexicano. Y es que el reencuentro con la propia identidad se vuelve curativo frente a toda adversidad. No hace falta relatar las trágicas vivencias que experimentó esta mujer en vida, pero vale recordar una de sus frases populares, como vital premisa: "Lo que no me mata me alimenta".
Si hipotéticamente lleváramos estas palabras al escenario de la realidad, podríamos aseverar que la vida misma no mata, la vida alimenta y hay que disfrutar sus matices, curar el menú con cuidado, situarla en los contextos más coloridos e inflarla de significado, de simbolismo y tradición.