Vivimos una realidad apoyada en el sentido común de época. Lo que no es materia de ciencia probablemente vaya a ser señalado como fantasía. O acaso como producto de ejercicios doctrinarios fervorosos, pero siempre con una duda sobre su existencia de por medio.
Para que las cosas cobren vida se nombran. Se enceldan en diccionarios avalados por disciplinas. Se nombran para invocarse y poseerse, y cuando queda tiempo, para comprehenderse. Más lo desconocido es solo aquello que no figura en nuestra vidas. O probablemente sea aquello que, una vez conquistado, obliga al hombre a la evolución.
Para avezados de la metáfora como Alfonso Reyes, “lo que se ignora no es ciencia ni es prudencia”. Los territorios desconocidos le competen a las artes, a las culturas originarias –como a la eterna mexicana–, y en esencia a los sueños. Y como lo desconocido, claro está, se juzga imprudente, Reyes se vuelca a la tarea de idear una fórmula para entender cuestiones inciertas, como lo es la naturaleza de la alucinación, propia del animal.
En una de sus grandes Obras Completas, Alfonso Reyes escribe, a manera de “nota” breve, sobre la relación (al)química que existe entre un hombre y una planta. Más propiamente entre el hombre y el consumo de ciertas drogas heroicas (que bien podría ser una arriesgada referencia al opio y el hashis, dos concurrentes de su época, especialmente en Francia donde pasó algún tiempo). Nos escribe así:
La unidad animal es el protoplasma. La unidad vegetal es el cosmarium. Desde estas unidades aparece entre ambos órdenes de la vida una diferencia respiratoria. El protoplasma constantemente absorbe oxígeno y despide ácido carbónico: se quema al derecho. El cosmarium solo lo hace así de noche, pues a la luz solar del día, merced a la clorofila de los cloroplastos, hace lo inverso: ¿se quema al revés? Luego la vida animal viene a ser semejante al sueño vegetal. Idea para grandes rumias.
Sin duda se trata de un pensamiento para reflexionar detenidamente: “la vida animal viene a ser semejante al sueño vegetal”. Nos deja a criterio propio realizar conjeturas. Pero, en seguida sentencia de manera pronunciada: la vida vegetal es el sueño del animal. Y:
Esta relación reciproca tiene por función la luz solar. Veamos de ponerla en fórmula:
Va = vida animal
d = diurna
n= nocturna
Vv = vida vegetal
Vad= Vvn, o bien:
Vad = 1/ vvd
*Peno no la recíproca, pues:
Vad = van
*Y el hombre bajo la droga sería:
Va d/n = Vv ¿d/n?
¿o sólo = a Vvn?
¿o sólo = Vvd?
Mediante una sencilla fórmula, Reyes vuelca a sus lectores a reflexionar si es que en el sueño –el sueño bajo la droga natural– y a través de nuestros cuerpos, la planta viene a alcanzar su máximo grado de vida, o bien el ser humano alcanza mediante ésta su máximo estado de sueño, de estado profundo, de alucinación consensuada.
Pese a que los fragmentos que anteriormente transcribimos, son parte de un texto muy breve sobre el más importante pensador mexicano de su tiempo, no deja de fungir como un profundo recordatorio sobre la importancia de algunas plantas de poder que en México son ya conocidas. Durante siglos, la tradición y costumbre prehispánica, en torno al culto de los elementos naturales, han relacionado al hombre con las plantas, cuya esencia es vital y portentosa para el desarrollo humano. Entre las culturas de origen se siguen utilizando con fines terapéuticos y de progreso, y se ha aprendido a entablar diálogos con la naturaleza a través de la percepción que invocan sus estados.
Entonces, y tal vez, la “alucinación” deba demandar un nuevo significado. Uno que le haga justicia a los conocimientos ancestrales de cultura.
Te invitamos a leer este otro artículo sobre Reyes, un hermoso poema dedicado a los tarahumaras.
*Ilustración principal: Katie Lochhead
*Fragmentos extraidos del libro Obras Completas: De viva voz, de la nota “zoología y botánica”, de Alfonso Reyes.