El activismo campesino de este pueblo chiapaneco, en donde las prácticas ecosustentables han mejorado el estilo de vida tanto de sus habitantes como de sus vacas, es loable.
En el municipio chiapaneco de Pijijiapan resplandece la herencia precolombina de los olmecas, nahuas, aztecas y mixes. Se trata de un sitio en donde la conexión entre humanos y naturaleza rigió durante siglos las practicas de agricultura, pesca y comercio… Hasta que de pronto los habitantes comenzaron a darse cuenta que los manglares y su diversidad estaban desapareciendo.
Cuenta Melvin Chirino, habitante de Pijijiapan, que, luego de que pobladores y empresas extranjeras talaran los manglares de la zona para fines domésticos y comerciales, dejaron de verse por la zona todas aquellas playas paradisiacas con palmeras, lagartos, mapaches, nutrias, pijijis, garzas, chachalacas y tucanes:
La principal razón de que se acabaran aquí los árboles, y las aves, fue una empresa estadounidense que taló toda la zona, en los años 40, incluso, aún quedan las ruinas de una carreta gigante, jalada por bueyes, que usaban para llevar los troncos al aserradero, entonces, ellos –la empresa extranjera conocida entonces como Maderas Coapa– fueron realmente los que se acabaron el manglar. [Sin embargo] no nada más fueron ellos, sino también nosotros. Antes decíamos: ‘vamos a tirar esa montaña, órale, todos los árboles, para hacer potrero’, o sea, hacíamos lo que se conoce como ganadería extensiva. Y también decíamos: ‘ese palo me estorba’, y a cortar el árbol; o ‘necesito leña’ y otro árbol, o ‘necesito 500 postes para vender, y tumbaban 500 árboles, y se hizo costumbre eso, y ya luego hasta venía aquí gente de otras regiones, a cortar madera, libremente, cada vez que necesitaba… y así nos acabamos casi todo el manglar… Y luego, en 1999, vino el desastre natural –el huracán Paulina– que en un ratito tumbó los poquitos árboles que quedaban. Y entonces, de un día para otro, todo aquí, en Pijijiapan Región Costa, quedó como si fuera un desierto.
Ante la desaparición de su hábitat natural, el pueblo y las parcelas entraron en crisis total: ¿cómo podían alimentar tanto a las familias como al ganado si el zacate quedó enterrado por la arena? Para ese entonces, no sólo los tucanes se habían marchado, también toda la fauna: "[N]o había nada, se fueron las aves, ardillas, iguanas. Sólo nos quedamos nosotros, porque, ¿a donde íbamos a ir? Esto era verdaderamente un desierto." Esto fue el resultado no sólo de la deforestación, también del incremento en la temperatura –hasta 1.5ºC– causado por el calentamiento global.
Para esas fechas, los ganaderos tenían un verdadero problema, "porque el tiempo de lluvia se fue deteriorando, fue cambiando". Pijijiapan realmente experimentó, en sangre propia, los efectos "del famoso cambio climático". Sus habitantes empezaron a preguntarse qué hacer para evitar que el ganado muriera, así que solicitaron el apoyo del gobierno y de gente de organizaciones –no gubernamentales–.
Como resultado de ver sus tierras devastadas, 16 ejidatarixs de Santa Clara crearon la Cooperativa Pichichi, la cual se dio a la tarea de sembrar árboles. Chirino, orgulloso, afirma que ahora todas las parcelas de Pijijiapan tienen una zona de reforestación: "A partir de estos esfuerzos, en 15 años de existencia, la Cooperativa Pichichi ha reforestado 40 hectáreas con especies nativas."
De hecho, Benjamín Morales, representante legal de la cooperativa, explica que estas áreas reforestadas estarán protegidas por el mismo municipio. Mientras que en las áreas en que sembraron maíz, metieron también árboles frutales como el chicozapote: "y cuando esos árboles crezcan, ahí tampoco va a poder sembrarse ya nada, hay que jugar con eso, pensamos que en el futuro tendremos fruta para comer, y también para vender, y eso nos complementará lo que obtenemos por la producción de leche."
Gracias a este esquema de trabajo, las tierras de este municipio estarán nuevamente reforestadas, con especies silvestres y frutales, prevaleciendo sólo una fracción de sus tierras para uso granadero. E inclusive, en las zonas delimitadas para las vacas hay árboles, "porque una vaca necesita sombra. La vaca come, toma agua y busca sombra donde echarse a descansar." Si una vaca no encuentra un árbol, va a caminar hasta encontrar un lugar fresco –aunque no lo haya–, y si uno ve a una vaca echada en el sol es porque ya la venció el sol. Aureliano relata que "hasta en los potreros hay que tener suficiente sombra, para que las vacas no sufran".
Este modelo de trabajo fue propuesto por la organización internacional The Nature Conservacy, la cual buscaron conseguir aprovechamiento agrícolas que les permiten mantener a las 300 vacas que entre los 16 ejidatarixs reúnen así dejar de consumir alimento industrializado. Ante esta situación, Benjamín Morelos considera que, a diferencia de la creencia popular en que mientras más grande es el terreno trabajado, más grande será la producción, si las vacas se encuentran en espacios pequeños, suficientes pero confinados, la producción de leche será mejor: "porque camina menos, se cansa menos, está más contenta."
"No criamos a nuestras vacas para venderlas como carne", explica Melvin, "obviamente, cuando un animalito ya está viejito, o cuando está muy enfermo, lo sacrificamos, pero eso es otra cosa. Nosotros tenemos a nuestras vacas para producir leche, y ahí es donde se mezcla esto del calentamiento climático: que ahora la temporada de sequía es más fuerte, y en esos meses, marzo, abril, mayo, los animales sufren, porque no tienen qué comer." Por lo que si las vacas dejan de comer, se estresan por el calor y dejan de dar leche; por ello, además de tener árboles para dar sombra a las vacas, la fracción de sus tierras reservada para el ganado cuenta con un banco de proteínas.
Libre de argoquímicos, todo el alimento para el ganado se almacena fresco, por lo que la producción de leche se mantiene a lo largo de la sequía. Pues inclusive cuentan con un banco de proteínas –áreas donde se permite el crecimiento de arbustos, pastos silvestres para que las vacas pasten una hora al día–, las cuales ayudan a producir hasta un litro más de leche: "Así ya no tenemos que darle hormonas a la vaca para que le baje la leche, o pollinaza (excremento industrializado de gallinas), nuestra leche es de la más sana que puede encontrarse."
Gracias a esto, la economía de Pijijiapan mejora poco a poco, "no nos estamos haciendo ricos, pero sí podemos procurar mejor a nuestras familias." Mediante estas prácticas agrícolas y ganaderas, los ejidatarixs han logrado limitar una cuarta parte del terreno en áreas donde pastan las vacas, evitando la compactación del suelo y los gastos de la alimentación industrializada, y pasando de una producción de leche de tres litros a seis litros al día.
"Nuestro objetivo es ahorrar, mejorar nuestra economía y cuidar la naturaleza. Es el tiempo de cuidar nuestro bosque, nuestra agua y nuestra flora. El manejo que damos a nuestro ganado, en terrenos chiquitos, con técnicas agrosilvopastoriles, le hace un bien a la conservación del medio ambiente. Antes, aquí todo era potrero. Hoy, hay bosque, y cada vez habrá más…"
Pues con todo este cambio revolucionario para Pijijiapan y con el apoyo gubernamental, los ejidatarios levantaron una pequeña planta quesera de 20 m2, en la que procesan de forma natural la leche que ellos mismos ordeñan. De ahí nace el Queso Pichichi.
Melvin explica que "Cuajamos la leche de forma natural, y aunque en el proceso se emplea gas, nuestro gas es natural, lo generamos con un biodigestor que nos donó el gobierno, en el que echamos todos los días dos cubetas de caca de vaca… con eso tenemos gas suficiente." Gracias a ese abono, las cosechas para las vacas ni para el uso humano está contaminado con argoquímicos.
"En un par de años estaremos con los precios que soñamos. Nuestro queso es saludable y se produce de manera responsable con el ambiente… y con las vacas". Por mientras, los tucanes y casi toda la fauna ha ido regresando al místico y ecosustentable lugar de Pijijiapan.
*1)Wikicommons, 2) Libro de recetas, 3) Animal Político, 4) AndyJohnsonsPhotos