Diálogo con Jaime Martínez Luna
* Esta serie compila voces y perspectivas sobre México, y sobre la vida, provenientes desde Oaxaca. Se trata, simplemente, de enriquecer el vasto imaginario que confluye en el territorio mexicano.
Cuenta la gente que, en la comunidad de Guelatao de Juárez, enclavada en la Sierra Norte de Oaxaca, habita un ser que es resultado de una interacción intermitente entre mundos ajenos y el propio. Uno que es, ha sido y será siempre de su comunidad, donde tiene su pedazo de tierra donde será enterrado.
Jaime se describe a sí mismo como un individuo que es el resultado de un contexto geográfico, cultural, lingüístico, organizacional… Como el resultado de un mundo concreto. Es resultado de un ámbito natural y social que está determinado por el modo de vida que se habita y se construye desde hace siglos. No hay una fecha específica, esto viene de un proceso que denota preocupaciones por cumplir con la vida cotidiana y las "ombligaciones" a las que está sometido cualquier ser natural, en diferentes comunidades por medio de su participación en sus cargos y sus tequios, al igual que en las asambleas y la organización de la fiesta.
¿Cuál es uno de sus primeros recuerdos de su niñez?
Mi madre que fue padre-madre, además de maestra, originaria de Jaltianguis, mi abuela de Guelatao y mi abuelo de Jaltianguis.
Recuerdo lo que viví en el internado de Guelatao, el hecho de que me hayan nombrado (desde cuando tenía 10 años) miembro de la comisión de cultura del internado. Una cosa curiosa en ese tiempo es que era tartamudo, tenía muchas dificultades para exponer ideas, y me pusieron como tarea la conducción de los programas de los lunes de honores a la bandera. Para poder leer el programa respiraba hondo y sacaba lo que tenía que decir como si fuera una ametralladora, para poderlo decir. En esos tres meses que fui conductor se me quitó lo tartamudo. Desde pequeño se sembró esta parte de ser parte de una comisión para dar un servicio, empezó a germinar en mí un acercamiento y una calidad de apreciación sobre el hecho de cumplir y sobre los mandatos de una asamblea.
El director del internado marcó parte de mi niñez, es quien me puso mi primer apodo, que fue "tierno", porque yo era de los más chico. Tenía 10 años y una vez que pasó el director y me vio cómo me trataban mis compañeros de pelotón le llamo la atención al sargento y le dijo “no castigues mucho a Jaime, no ves que este tierno”. También recuerdo al maestro de música con el que empecé a desahogar los afanes de diversión y a aprender a tocar instrumentos, y también el de agricultura.
¿Cómo fue la juventud de Jaime Martínez Luna?
Establecí pocas amistades y relaciones con la gente de la ciudad de México, mantuve mi relación directa con la gente de mi región, iba a la escuela a cumplir porque yo desde el principio no quería salir de mi comunidad y quería ser maestro de música. Pero mi madre siendo maestra se empeñó en que estudiara mínimamente la secundaria, y mi relación concreta con el mundo de la ciudad se redujo a mis paisanos. Jugábamos basquetbol, hacíamos fiestas, compartíamos alimentos y llevábamos serenatas. Para mí la ciudad no existió. Siempre recordé la tierra y las fiestas del mundo nuestro y de la sierra.
Otro momento que me marcó fue mi participación colateral, pero muy especial, en el movimiento del 68, porque yo estaba en la vocacional, entonces me fui a hacer el bachillerato allá. Participaba repartiendo volantes, pintando bardas, sin saber a ciencia cierta qué era lo que pasaba, simplemente llevado por todos. Pero obviamente me daba cuenta de muchas cosas, el movimiento aportó a mi preocupación por un modelo político distinto que no estuviera acaparado por el partido oficial; un mundo más justo. Se me grabaron fuertemente los gritos a favor de la democracia y, ese despertar, permitió que yo regresara a estudiar el bachillerato a Oaxaca con la vinculación con paisanos de la sierra. Mi familia no quería que yo regresara a Oaxaca.
Finalmente regresé a mi tierra como un berrinche de regresar a Oaxaca, a mí me obligaron a ir a México. Al regresar, mis estudios fueron otra cosa. Pude hacer en la práctica todos los afanes y dones que la vida me había dado, como cantar, dirigir grupos, encabezar al estudiantado en materia cultural. Digamos, que mi estancia en Oaxaca fue más de acercamiento a una misión política más clara. Con la diversidad de los del Valle, los serranos, los del Istmo, los apelativos como indígenas no los asumimos. Me convertí en músico, deportista, dirigente y pensador. Llevaba las serenatas de los maestros y estudiantes, mi vida bohemia prevaleció a partir de la canción, quien me hizo ser muy conocido en la mente oaxaqueña. La música marcó mi vida porque todo empezó en las fiestas de oaxaqueños en México, donde cantamos y luego en las 68 canciones de protestas combinadas con las oaxaqueñas. Eso le dio guía a mis relaciones, fue la ventana que me permitió exponer cualquier tipo de ideas. No sé cuántas canciones compuse.
Después me fui a estudiar antropología a Veracruz siendo la música el hilo conductor, porque fue en Jalapa que alguien descubrió que yo cantaba y se volvió a joder la cosa que me permitió explayarme, a través de la música combinada con la lectura, ya que fui auxiliar del director de la escuela de antropología y, entonces, tenía que leer mucho para luego entregar tarjetas resumidas. Leí etnografía, antropología, política, ensayo, literatura… Entre ellos a Carlos (Karl) Marx que casi casi se nos impuso, quien cultivó los procesos organizativos del proletariado. Cosa que al regresar a mi comunidad no tenía nada que ver con nuestra propia dinámica comunitaria.
¿Cómo fue que Jaime regresó a la Sierra?
Regresé nuevamente por mi berrinche. En San Pablo Macuiltianguis me tocó iniciar la primera empresa comunal, vinculada con el bosque de 1976-1980. En 1980 la región se aglutinó en Guelatao y definió su postura respecto de la concesión, en favor de la empresa particular que eran Fábricas de Papel Tuxtepec, y como las asambleas fueron en Guelatao, apoyé al presidente municipal, siendo topil, porque se enteró que estaba metido en el tema, y pues quien traga más saliva, traga más pinole. Quedé al frente del movimiento y de 80-84, en contra de la fábrica, el triunfo se logró en el 83 cuando se vino abajo el decreto presidencial que permitió la liberación de todo tipo de concesiones de bosques y la libertad para que las comunidades manejaran su bosque al ritmo que quisieran. Desde entonces, encabezamos ese proceso que fue uno de los primeros aciertos más importantes de mi trabajo.
Después vino la cuestión musical, volví a la canción. Coincidió con que yo trabajaba con el tecnológico y participé en la campaña a gobernador de Heladio, no como militante político, sino como técnico. De ahí conocí a personas involucradas en las culturas populares, lo cual me llevó a la música nuevamente e hice la propuesta para integrar "Trova Serrana", a la que dediqué 15 años de mi vida (1985-2000).
En ese tiempo estuve de manera intermitente en Guelatao. Durante esos 15 años recorrí muchos lados, llegando hasta Venezuela y la India. Una etapa interesante y intensa, pero a su vez peligrosa por la contaminación de todo tipo de vicios, alcoholismo y tabaquismo. A la par no podía tener una pareja normal; me case, tuve mis hijos, pero por esto de viajar por todos lados realmente no goce de la niñez de mis hijos y ellos tampoco me tuvieron cerca como padre. En estos viajes traía ya el tema comunitario, porque es algo que se mama. No lo hacía consciente, pero estaba presente.
Para Jaime, ¿qué representa la Comunalidad?
Reconocer fuera y dentro el modo de vida concreto que llevaba. Lo que fue un berrinche al principio de no salir, se convirtió en un regreso de toma de conciencia del valor que tenía es modelo de vida. Es evidente que la universidad, inclusive desde el marxismo, hace el análisis individual, ves a todo trabajador en un individuo explotado, un individuo con posibilidades de hacer que se organice y se emancipe, pero siendo tú el revolucionario que lo geste. Sin embargo, en modo de vida comunal, no tenía nada que ver porque era un modo de vida de que representaba la familia; no al individuo, sino a lo comunal, a la decisión comunal. Y tengo una diferencia con lo colectivo, porque para mí sigue siendo la conjugación de individuos y no de quehacer comunal. Cosa distinta, lo comunal que implica mantenerse en vida basadas en decisiones comunales, que respetan todos. Y eso no implica una condición de clases, no implica una definición estructural, no implica una definición política, sino como habitar el territorio y sentirse que eres parte de él, con el conglomerado de personas que deciden, en cada momento, qué hacer para resolver sus necesidades concretas, viviendo en el presente.
Comunalidad nace como una derivación lógica de que lo que nos funda es el territorio, lo que nos organiza y nos define y nos hace participar en la asamblea, cómo resolvemos los problemas y cómo gozamos la vida a través de la fiesta, y todos son hechos comunales.
Comunalidad no requiere de mayor explicación, sale como cuestión lógica, ni siquiera se pensó. Cuando nos dimos cuenta, ya lo escribíamos en paralelo con Floriberto, en la sierra Mixe. Cuando nos juntaron los dos, llegamos a las mismas conclusiones con diferentes palabras, pero era lo mismo que habíamos percibido en nuestras comunidades.
Comunalidad es algo de hecho que no admite discusión reflexiva entorno a lo que se vive de manera natural. De ahí se derivan reflexiones que nos conducen a una cuestión de civilizaciones. No por una cuestión intercultural, porque la cultura, según los antropólogos, es prácticamente todo, pero sin una explicación racional, pareciera que es una suma de agregados que van desde la danza hasta la comida, desde la vestimenta hasta las opiniones, a través de leyendas y mitos. Cada región se construye, pues. Es una cuestión civilizatoria porque refleja todas las maneras de razonar, una que acepta que primero en la vida al nacer se respira al mundo y la otra que primero se ve al mundo, lo cual se me hace absurdo en términos científicos, porque un ciego nace y no ve, pero vive. Porque un sordo nace y no oye nada, pero vive. Entonces, quiere decir que somos seres MUNDO, seres TODO, no somos ni el centro, ni el eje.
Lo que pasa con la visión sensorial basada en el tocar, el escuchar, basada en los sentidos, viene en un segundo momento. Y ese segundo momento es el fundamental para la civilización occidental. No está el respirar, es el ver el mundo. En ese sentido, yo encuentro una definición civilizatoria entorno a un hecho natural que privilegia el respirar, se ve el mundo desde el momento que lo respiras y lo haces a través del ombligo que te vincula con la madre antes de nacer, porque se respira a través de la madre. Tu corazón empieza a latir porque tiene vida a través de la respiración. Eso que es completamente natural y comprobado científicamente, occidente no lo toma en cuenta. Toma en cuenta lo que ve, lo que toca, lo que escucha, lo que saborea y en ese sentido lo natural lo excluye, lo desaparece de su raciocino.
Ahí es donde está la gran onda, nada que separa o dos visiones civilizatorias. Y eso no lo vemos nada más en comunalidad, donde nos definimos como resultado. Lo vemos en todos los pueblos originarios que se sienten vinculados por la respiración. Entonces, por eso, los otros seres otros, como las plantas y los animales, tienen vida y habla uno con ellos. Por eso las viejitas hablan con sus flores, las acarician y hay respuesta en las otras especies. Y en la visión occidental no, el ser humano es el centro y único, porque su capacidad sensorial hace que se inventa el mundo como lo quiere percibir, por lo tanto es una interpretación. Es más interpretación que práctica. La práctica nos lleva directamente a la respiración, y lo otro a lo que tú puedes nombrar lo ves, más no lo vives. Ahí encontramos una cantidad de elementos que van definiendo estas dos civilizaciones. Guillermo Bonfil lo dijo muy claramente, el México profundo y el México imaginario sin llegar a la definición de la respiración y la mirada como elementos.
¿Qué representan los 500 años de la caída de Tenochtitlán?
En ese proceso encuentro los elementos racionales que permiten distinguir una y otra civilización. Si la caída de Tenochtitlán implica el derrumbe de la naturaleza, de la naturalidad. Implica porque se impone la visión que se deriva de los sentidos, de lo que se ve. Por lo tanto, tú eres ignorante y no tienes alma, porque yo sí tengo alma, tengo lenguaje y te voy a nombrar como yo creo que debes ser. Por lo tanto, tu iglesia va ser tal, tu gobierno va ser tal y si no lo haces, ni modo.
Una imposición civilizatoria que llega hace 500 años, esa visión sensorial. Ahí entra el control porque se impone, simplemente porque el otro ve al otro como un ser natural con quien debería compartir la vida. Y el otro no lo ve así, sino que navega en sus interpretaciones de lo que es el otro, en función de sus sentidos, en función de su proceso civilizatorio. Pero, sin embargo, la otra visión sobrevive porque tiene una relación directa e inmediata con la naturaleza, con quien tiene comunicación como un ser integrado al universo y el otro no. El otro conquista al universo y busca lo que a él le interesa, riquezas como el oro.
La definición de esos dos mundos es importante para saber por qué Oaxaca es un reflejo de esa profunda relación con lo natural. Podría ser distinto a otros estados de la república, donde aniquilaron o mutilaron esa naturalidad, y queda sólo ese mundo sensorial de lo que ven.
La base sensorial está metida en la educación, en la religión, en el sistema de gobierno y, ahora, en la comunicación electrónica. Entonces, tenemos toda una ciencia al servicio de lo sensorial del ser humano, que lo hace sentirse centro del universo. Y esa para mí es la definición de las dos civilizaciones. Por eso no hablaría de culturas, ya la cultura no es; si vas a un pueblo ya no sabes qué es lo que es de ahí y qué no es ahí. Un huipil o una banda de música o la celebración de un rito, si es algo natural, a lo mejor tiene más elementos originarios, pero está bañado de otros elementos que no son naturales como es el mismo resultado industrial de aspectos de consumo. Para mí la cultura dejó de ser diversa, la cultura es algo que no nos ayuda a definir, sino que es más bien la cuestión civilizatoria por como sientes al mundo: si lo sientes a partir de los sentidos o partir de lo que recibes por la respiración y la reciprocidad. Tú y el mundo, el mundo y tú.
Cada región y cada pueblo genera su propia dinámica y con sus propias prácticas a lo que llamamos cultura y si vemos que eso es un verdadero chilaque. Incluso ahora, hasta los idiomas, porque hay seres que van mezclando otras lenguas. El lenguaje dejó de ser único reservorio de lo propio, porque ya está mezclado. Muchos poetas que escriben en su lengua, primero lo piensan en español y luego lo traducen en su lengua. No hay cultura, hay civilización. La cual se define en función de cómo percibes el mundo, a partir de lo que es o a partir de lo que vemos, y lo que es simplemente es lo que respiras.
Para Jaime, ¿qué representan los alimentos?
Si producimos los alimentos de manera natural, desde la respiración, no calificamos. Si lo hacemos desde lo sensorial, lo calificamos: qué es lo bueno y qué es lo malo, qué es lo sabroso y qué es lo no sabroso, qué es lo alimenticio y qué es lo no alimenticio. Cuando una relación directa de tú como especie, que depende de otras especies, lo único que haces es intercambiar valores de especie a especie; es decir, especie vegetal que te produce la naranja, te aporta, tu sin pensar, en el ingrediente nutricional, te da frescura lo natural de la naranja. Pero cuando calificas, implica otro proceso mental que el de selección. La respuesta al alimento es mantenerse vivo como una necesidad, y la cultura te dice esto debe hacerse así porque sabe mejor. Cuando tenemos la visión sensorial, empezamos a invadir como los extremos de la industrialización de los alimentos.
Nuestra vida concreta ha sido entre civilizaciones. Tienes una y la otra, la que se fortalece con tu relación directa con la naturaleza y la otra a través del mercado. Quizás haga falta el dar cuenta de los procesos que no son sensoriales, que son hechos; yo me alimento de lo que hago, no del resultado. La documentación de esos procesos hay que alentarla más, hay que animarla. Digamos, de este lado, si tenemos una cantidad de recetas para la vida, de lo otro hay poca memoria, y eso se debe a que se vive, no se hace teórica la vivencia. Por eso, “comunalidad” nadie lo había escrito antes, lo viven. Por eso cuando se escribió lo que era comunalidad muchas personas dijeron “ah, pues eso es lo que hacemos aquí”. El acierto único fue haberle puesto nombre a algo que sucede, que se vive, que se respira, es un concepto que nace de las comunidades y lo dan por hecho. Nunca estamos solos, ni en la punta de un cerro, aunque vueles. Siempre hay una relación; depende del contexto. La comunalidad es obviedad, todos los que habitamos el territorio vamos a compartir un hacer. ¿Y cuál es el hacer? La asamblea, el tequio, la fiesta en el territorio, es el método de aprendizaje de la vida. Comunalidad es un proceso que refleja un proceso civilizatorio.
¿Cómo percibes a México como país?
Hay una cuestión formal que liga más, que te vincula: el acta de nacimiento, la cartilla militar, el título de grado que tengas, toda la burocracia que marca tu existencia. Pero digamos que tenemos en nosotros dos personalidades, la política, la que necesariamente tiene un nombre, una ubicación, un registro, y la que te sientes vivo donde estés. A mí me vincula el universo en su conjunto, no tengo asidero terrenal en términos de satisfacción vivencial. Resido en cualquier lado que voy, y en esos términos está basado en la vivencia que hay: cómo tomo el café y cómo lo toma el otro, cómo fumo y cómo fuma el otro, óomo me visto y cómo se viste el otro. En esos términos son como valores secundarios porque los primarios son universales, y es la respiración lo que te une a todos, el movimiento. Tú puedes caminar lo mismo en el desierto que en la Antártida o en la selva amazónica. En los tres lados tienes posibilidades de caminar, de hablar, aunque sea con señas si no tienes el lenguaje de la zona. En ese sentido pertenecemos al universo, al mundo.
En términos formales es otra cosa bajo las obligaciones que ha establecido la lógica del poder, del control. Pero fuera de eso, volvería al duelo civilizatorio. Yo soy del universo, pero en la lógica occidental soy mexicano.
Están muy claras las dos percepciones. La primera es natural y, la segunda, sensorial (obedece a reglas, constituciones, códigos, leyes). Y esta parte de que si cuidas al otro y te cuidas tú, vamos a estar en armonías, sin pasar desapercibidos los aspectos negativos que tenemos. Sin conocer, alteramos la relación natural y la convertimos en relación de poder.
En esto de la pandemia diremos: lo natural es morir cuando te llegó. Pero no estar buscando la eternidad, la búsqueda sensorial es la de la eternidad y la otra no. Cuando te mueres, te mueres y punto. Ya exististe como las plantas y los animales, el origen y la muerte. Si lo comprendes así, las pandemias no son malas, son parte de. Claro, ya tenemos la desventaja de que las enfermedades pueden ser producidas vía la biotecnología, puede ser, pero lo que afectó más es el hombre en su afán de poder; quiere ser eterno. Cuando se busca la eternidad, se piensa que el hombre es el eje. En la naturaleza, la finitud de cada especie explica la infinitud del universo. Si miramos al otro, son tus ojos los que definen, son tus manos, son tus oídos, entonces tu eres el otro. Por lo tanto, eres el que pretende definir el universo, pero es muy distinto tomar conciencia de que a quien ves, está fuera de ti, al que oyes está fuera de ti, al que tocas está fuera de ti, a quien saboreas estén fuera de ti, el clima está fuera de ti, los árboles están fuera de ti, lo animales están fuera de ti. Quién eres tú, entonces, sino la integración de todo, y es de esa manera que explicaba la diferencia civilizatoria.
A partir de percibir la comprensión de que primero se respira el mundo y después se mira, logré entender los momentos de vida. Se respira a través de la madre cuando estamos dentro de ella y, al salir, respiramos antes de mirar al mundo; es un orden lógico. Es lo que define los marcos civilizatorios.
Me da gusto haber llegado a esta reflexión porque ahora tengo más elementos para definir por qué el derecho es secundario y por qué la obligación es primaria. Esto si queremos una civilización que mantenga al universo en vida y a sus seres vivos integrados. Imagínate, como seres humanos, queremos darle derechos a la madre tierra.
Hay que seguir cultivando. Hay que seguir encontrando los elementos que definen una vida, porque es importante que lo natural no sea intelectualizado, sino que sea vivido. Se percibe que existe, pero no se comprende razonado y eso nos ha llevado a un laberinto .
Sobre Jaime Martínez Luna
Fundador y Rector de la Universidad Autónoma Comunal de Oaxaca.
Recientemente se estrenó el documental “Tío Yim“, que comparte de manera extraordinaria e intima parte de la vida de Jaime Martínez, tomando en cuenta que es dirigido por su hija, la cineasta mexicana Luna Marán.
Quizá te pueda interesar: