Desde tiempos inmemoriales las pasiones humanas han impregnado al hombre. Y aunque cada época ha tenido sus reglas morales, lo cierto es que las pasiones, de algún modo, han estado siempre vinculadas a la traición… La línea delgada entre hacer o no daño a alguien está relacionada quizá más con un sentido ético que moral, como si esa delicadísima frontera no dependiera de los valores en boga sino de los más universales.
Ello siempre ha sido un problema en el terreno de la sexualidad porque el desenfreno como resultado del deseo o las pasiones transgrede cualquier regla existente cuando uno se entrega a esas debilidades. En el México prehispánico había una diosa asociada, precisamente, a las “debilidades de la carne”: Tlazoltéotl.
Esta curiosa deidad representaba las contrariedades existentes en el amor y la pasión como tales. Eliminaba el pecado del mundo, aunque asimismo de algún modo lo inducía. De origen Huasteco era representada defecando (los pecados de la lujuria eran representados con excremento), en alusión a que de esta manera pueden limpiarse los efectos resultado de un desenfreno.
En algunas otras representaciones aparece con “la raíz del diablo" empleada para intensificar los efectos del pulque. Tlazoltéotl era la diosa de la suciedad, la lujuria y de los amores ilícitos, patrona de la incontinencia, del adulterio, del sexo, de las pasiones, de la carnalidad y de las transgresiones morales…
Tlazoltéotl es de alguna manera la diosa del amor y de la fertilidad, pero lo más profundo en su significación es la pasión, que rebasa cualquier criterio moral cuando el que lo siente es sumamente débil. Y de alguna manera todos lo somos, quizá la única diferencia es a los niveles en que permitimos que Tlazoltéotl actúe en nosotros.