En La puerta del cielo, actualmente conocida como Pátzcuaro, la cultura purépecha floreció en Michoacán durante el año 1200 d.C. hasta el 1400. No fue sino hasta que en 1530 los conquistadores españoles invadieron el esplendor p’urhépecha y le nombraron, erróneamente, tarasco.
El término de tarasco, de la voz tarasqué que significa “mi yerno” o “mi suegro”, fue utilizada por los españoles cuando los miembros de la corte purépecha procuraron ganarse su amistad y dieron a sus hijas como esposas. Los llamaron “tarascos” como para integrarlos a la línea familiar. Frente a esto, los españoles creyeron que ése era el significado del pueblo, llamándolos así desde entonces. Quizá por esta razón, y desde aquel entonces entonces, el calificativo de tarasco fue considerado como un término despectivo por los descendientes modernos. Actualmente este pueblo indígena se autodenominan como purhépechas para autoafirmarse como seres humanos, como un pueblo en general.
Pero antes de la llegada de los españoles, cuenta la leyenda que los dioses principales de los tarascos se reunieron en una ocasión para sentenciar el fin de su presencia en La puerta del cielo. Entre ellos se encontraban Curivaveri, el dios del fuego y la deidad más antigua; Kuerajperi, la esposa de Curicaueri y la representación de la Luna, de la tierra y la lluvia, la madre y el padre todos los dioses; Xarátanga, la advocación de la Luna nueva; Pehuame, la parturienta y esposa del Sol; Nana Cutzi, la madre encorvada o la Luna; y Tata Jurhiata, el padre sol.
En esa reunión, cuenta el escritor Walter Krickeberg en su libro Mitos y leyendas de los aztecas, incas, mayas y muiscas, cómo una de las mujeres del señor del pueblo Ucareo fue escogida por la diosa Kueravajperi, madre de todos los dioses terrestres, para llevarla hacia el camino de México. Fue ahí que, de regreso en el camino de Araro, la diosa se desató una jícara que tenía atada en sus naguas para ofrecerle un brevaje con un simiente blanca, y así mudarle el sentido. Luego le dijo: “Vete, que yo no te tengo que llevar. Allí está quien te ha de llevar. Yo no te tengo que hacer mal ni sacrificarte. Tampoco aquel que te lleva te ha de hacer mal. Oirás muy bien lo que se diga donde te llevará, puesto que habrá allí concilio y le harás saber al rey Tsiuanga, que nos tiene a todos en cargo, [todo lo que oigas]”. Y esto fue lo que sucedió previo a la advertencia de la diosa:
Fuese por el camino aquella mujer y luego encontró un águila blanca que tenía una verruga grande en la frente. El águila empezó a silbar y a erizar las plumas. Tenía unos ojos grandes y decían que era del dios Curicaveri. El águila la saludó y le dijo que fuese bienvenida, y ella también le saludó y le dijo: “Señor, estés en buena hora.” El águila le dijo: “Sube aquí encima de mis alas y no tengas miedo a caer”. Cuando se subió la mujer, se levantó el águila con ella y empezó a silbar. La llevó a un monte donde estaba una fuente caliente en la cual hay piedra de azufre. Era ya que quebraba el alba cuando la llevó al pie de un monte muy alto que está allí cerca, llamado Xanuuata hucachtzio. La levantó muy alto y aquella mujer vio que estaban sentados todos los dioses de la provincia, todos tiznados. Unos tenían guirnaldas de hilo de colores en la cabeza y otros estaban tocados. Otros tenían guirnaldas de trébol, otros unas entradas en las molleras y otros peinados de muchas maneras. Tenían muchas clases de vino tinto y blanco de maguey, de ciruelas y de miel. Todos llevaban sus presentes, muchos de frutas, a otro dios llamado Curta kaheri, que era el mensajero de los dioses, y le llamaban todos ‘abuelo’. Le parecía a aquella mujer que estaban todos en una casa muy grande y el águila le dijo: “Siéntate aquí y de aquí oirás lo que se dice”. El sol ya había salido, y aquel dios Curita kaheri se lavaba la cabeza con jabón y no tenía el trenzado, puesto que solía tener una guirnalda de colores en la cabeza, unas orejeras de palo en las orejas y unas tenazuelas pequeñas al cuello y una manta delgada que le cubría. Con él vino su hermano llamado Tiripame quarencha. Todos estaban muy hermosos. Los otros dioses les saludaron y les decían: “¡Séais bienvenidos!”. Curita kaheri respondió: “Pues, ¿habéis venidos todos? Mira, no se haya quedado alguno por olvido, debido a que no lo halláis llamado”. Respondieron “Señor, todos hemos venido”, y aquél volvió a preguntar: “¿Han venido también los dioses de la mano izquierda?” y ellos respondieron que sí… Dijo [Curita kaheri]: “Que diga mi hermano lo que se ha de decir y yo quiero entrar en la casa.” Tiripame quarencha les dijo: “Acercaos aquí, dioses de la mano izquierda y de la mano derecha. El pobre de mi hermano dice lo que yo diré. Él fue hacia el oriente donde está la madre Kueravajperi, y estuvo algunos días con la diosa. Allá estaba Curicaveri, nuestro nieto, y [la diosa] Xaratanga y [los dioses] Urendequa vecara y Querenda angapeti. Todos intentaron contradecir a la madre Kueravajperi, pero no se les creía lo que querían hablar y sus palabras fueron rechazadas y no les quisieron recibir lo que querían decir. Ya han aparecido otros hombres, [los españoles], y han de venir a las tierras; esto es lo que ellos querían que Kueravajperi no permitiera, y no fueron oídos. Les dijeron: Dioses primogénitos, esforzados a sufrir, y vosotros, dioses de la mano izquierda. Si así está determinado por los dioses [supremos], ¿cómo podremos contradecir lo que está así determinado? No podemos saber lo que es esto; a la verdad, ¿no fue determinación al principio, que estaba ordenado que no anduviésemos dos dioses juntos, antes que viniese la luz, para que no nos matásemos y perdiésemos la deidad? Entonces estaba ordenado que una vez que se sosegase la tierra, que esto volviese [a suceder] dos veces, y que para siempre se había de quedar así, que no se había de cambiar esto que teníamos concertado todos los dioses antes de que viniese la luz, y ahora no sabemos qué palabras son éstas… Vosotros, dioses primogénitos y de la mano izquierda, idos todos a vuestras casas, no traigáis con vosotros ese vino que traéis, quebrado todos esos cántaros, ya que de aquí en adelante ya no será como hasta ahora, cuando estábamos muy prósperos. Quebrad por todas partes las tinajas de vino, dejad los sacrificios de hombres y no traigáis más ofrendas con vosotros, ya que de aquí en adelante no ha de ser así, no han de sonar más atabales, rajadlos todos; no han de aparecer más templos ni fogones, ni se levantará más humo [del fuego sagrado]. Todo ha de quedar desierto, porque ya vienen otros hombres a la tierra, que han de ir por todos los fines de la tierra, hacia la mano derecha y la mano izquierda e irán hasta la ribera del mar y pasarán adelante. El cantar será todo uno y ya no habrá muchos cantares como teníamos, sino uno sólo por todos los términos de la tierra. Tú, mujer que estás ahí y nos oyes, publica esto [entre los hombres] y hácelo saber al rey Tsiuangua, que nos tiene a todos en cargo.”
La mujer entonces contó cómo todos los dioses, frente a este presagio, respondieron que así sería y empezaron a secarse las lágrimas que salían de sus ojos: “Entonces se deshizo el concilio y no apareció más aquella visión.”
*Imágenes: 1) Villa Pátzcuaro; 2) Wikicommons