Cuando una persona por causas naturales moría, en la creencia azteca, el difunto transitaría durante 4 años para llegar a Mictlán. Debía pasar por 8 niveles antes de llegar a su destino, donde su espíritu finalmente descansaría.
En el primer nivel, Itzcuintlán, necesitaría de la ayuda de un perro. En Tépetl Monamicyan los difuntos debían pasar justo en el momento en que dos montañas se abrían sin antes ser triturados. En Itztépetl deben sortear un cerro con filosos pedernales. En Itzehecáyan atravesarán una sierra con aristas cortantes. Pancuecuetlacáyan era un desierto de vientos congelantes que además contaba con puntas de pedernal. El sexto nivel Temiminalóyan era un sitio donde el muerto debía evitar flechas perdidas durante la batalla para evitar desangrarse. En Teyollocualóyan el hombre debía debatirse con un lagarto para salir. Finalmente en Itzmictlán Apochcalocán el difunto habría de atravesarlo a pesar de la niebla grisácea que impera. En Mictlán las almas descansan liberando su tonalli, una especie de alma. Allí vivían los señores de la muerte Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl.
El inframundo azteca era una especie de infierno-purgatorio parecido a los conceptos católicos, sin embargo más que como un castigo por el pecado, era como una manera de purificación con la que las almas encontraban el descanso eterno, y uno donde no cabían diferencias sociales como en la Tierra.
Un libro está rescatando este creencia mexica que coincide con muchasde distintas culturas sobre el descanso eterno, se llama El viaje a Mictlán y ha sido escrito e ilustrado por Víctor José Palacios, disponible en las ediciones del Programa Nacional de Salas de Lectura de la Secretaría de Cultura.
Acá puedes encontrarlo, es una buena manera de educar a tus hijos y a ti como adulto también rescatando estas raíces, que a todas luces no son tan distintas de los arquetipos universales.