Si algo nos diferencia a la sociedad occidentalizada de las civilizaciones antiguas, quizá sea la banalidad. La vida en las antiguas civilizaciones estuvo colmada de un sentido de trascendencia que permeaba aspectos tan disímiles como el arte, la mitología, la vida cotidiana.
Lo anterior se manifestó enormemente en la arquitectura. Toda ella estuvo colmada de símbolos sobre la trascendencia; no existía tal cosa como arquitectura al servicio de lo práctico y estético únicamente, y tenía qué ver profundamente con la divinidad. Por ello es que encontramos más y más símbolos con el tiempo en la disposición y estructura arquitectónica de las antiguas civilizaciones.
En México la maya ha sido una de las sociedades más asombrosas. Su profundo sentido estético y ritual, astronómico, y científico en general, no deja de sorprendernos. Hace poco fue descubierto cómo en Palenque, debajo de la tumba de Pakal yace un complejo sistema hidráulico, que no solo presume una precisión técnica asombrosa, también es una representación cosmológica increíble: se trata de una metáfora material del canal de aguas para descender al inframundo.
Y en estos días, luego de dos años de investigación, un grupo de investigadores confirmó en rueda de prensa con el INAH que fue descubierta una subestructura al interior de la Pirámide de Kukulkán (deidad asociada al viento, agua, Venus). Lo importante del hallazgo es que puede dar pistas sobre los primeros mayas asentados en el lugar, mismos que prescindieron de la influencia de los habitantes de mesoamérica central, eran, por así decirlo, mayas más “puros”.
Una investigación anterior había determinado que debajo de la Pirámide existe un cuerpo de agua, y sobre este fue erigida la subestructura enocontrada. La Pirámide se reconstruía, según la investigadora del proyecto Denisse Lorenia Argote Espino pues ese lugar figuraba como:
Eje cósmico; son lugares en lo que los gobernantes o los sacerdotes estaban en contacto con los otros planos espirituales, por lo tanto no pueden ser simplemente destruidos.
La tecnología con que se concretó el hallazgo fue desarrollada por la UNAM y es única, según René Chavez Segura, investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM:
Una novedad es que utilizamos electrodos planos en una zona en donde no se puede clavar o hacer algún tipo de obra porque, se puede decir, que todo el suelo de Chichen Itza es sagrado.