El Banco Comunitario de Semillas no sólo funciona para preservar granos, sino a todo el ecosistema que vive alrededor de él.
La palabra semilla tiene un sentido poético tanto en el plano literal como en el metafórico; es vida en potencia y la tecnología natural que sostiene a este elemento es profundamente complejo, azora. Cuando hablamos de vida no pensamos en singular, porque ese germinado inicial posibilita la existencia en plural: animales, seres humanos, insectos… En suma, la Tierra tal y como la conocemos. A pesar de que la relación entre cultura-natura tiene grietas significativas que ponen en duda el bienestar del medioambiente, hay iniciativas que, sostenidas por una herencia ancestral, nos recuerdan que hay otras formas de hacer las cosas, de relacionarnos con lo y el otro. El Banco Comunitario de Semillas encarna justamente eso.
Se pueden extraer diferentes lecturas sobre las grietas de las que hablamos. Una de ellas es, precisamente, la distinción artificial entre "lo natural" y "lo cultural", separando así al ser humano de su entorno y anulando las exquisitas posibilidades que podrían nacer de esa relación intrínseca. Un Banco Comunitario de Semilla, por su parte, sirve para cultivar la tierra pero, también, para cultivar la relación que tenemos con ella y todos quienes la comparten. Es un espacio que se basa en el préstamo, la devolución y el intercambio, donde no impera la idea de la propiedad. Defiende la diversidad genética de las semillas, así como la pluralidad de conocimientos y saberes de una o dos comunidades, o entre diferentes regiones.
Dentro de un contexto de cambio climático tener un Banco Comunitario de Semillas es relevante, porque es un respaldo de la seguridad alimentaria. Las semillas tienen la posibilidad de, con el tiempo, adaptarse a una localidad específica. Es ese sentido, como explica la FAO, no es lo mismo plantar el maíz que por años ha formado parte de una comunidad, con un clima y ambiente en particular, que introducir una variedad que está acostumbrada a un entorno completamente diferente: escasez de agua, vientos fuertes, nutrientes limitados del suelo, etc.
Las funciones principales de un Banco Comunitario de Semillas son:
disponer de semilla para el restablecimiento de sistemas de cultivo en caso de desastres naturales, conservar in situ la diversidad local; seleccionar semilla en el campo durante cada ciclo de cultivo y garantizar la disponibilidad de semilla para los ciclos subsiguientes; promover el intercambio de semilla entre agricultores miembros y no miembros de los bancos; producir semilla de variedades amenazadas o en peligro de extinción; participar en ferias de semilla; participar como asistente o instructor en eventos de capacitación sobre conservación y reproducción de semilla y mantener un inventario de semillas para garantizar la recuperación de cultivos posterior a los desastres naturales.
Las semillas son elementos sagrados para muchos pueblos originarios y ese elemento simbólico se derrama al ámbito económico, ambiental y social. Desde hace cerca de 11 años, en el Ejido Unión Zapata, Oaxaca, se organiza una feria estatal donde miles de personas campesinas intercambian semillas, conocimientos, saberes y experiencias que refuerzan la agricultura y la alimentación tradicional.
Quizá parezca una pequeña iniciativa, pero este Banco Comunitario de Semillas representa una forma de vida de la que hoy habría que aprender.
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