Desde tiempos antiguos, los gobernantes rarámuri, los isérigame, consideraban a los hombres de su tribu como Las columnas del cielo y de la tierra. Esta bella metáfora alude a la responsabilidad que los tarahumaras se forjan ante la naturaleza y ante lo sobrenatural de la misma; ante el mundo que los rodea y, por consiguiente, ante los elementos naturales, aceptando desde una concepción profundamente humanística, su misión como pilar del cielo y la tierra en el transcurso por la vida. De hecho, entre los rarámuri se ha creído que si como columna no se respetan las leyes de la naturaleza, el cielo se caerá sobre el mundo –una referencia muy bella a lo que concebimos actualmente como el cambio climático, y que a la par no es otra cosa sino producto del desequilibrio emocional y espiritual de los seres humanos.
Por la sagrada tradición oral que se transmitió de generación en generación, hoy podemos saber que los rarámuri se han valido de una serie de principios universales como este. Conceptos que deben normar categóricamente la vida de cada habitante de su pueblo y que en seguida se trata de un paradigma primitivo (relativo al origen) que como muchas otras ciencias del espíritu se apoya en la capacidad de observación de sus pilares ancianos, los más sabios.
La relación espiritual de los tarahumares con las entidades que imperan los fenómenos naturales –los que equivocadamente o por convicciones más benéficas, los españoles tradujeron como entes demoniacos–, es de las más comunes que pueden apreciarse entre las culturas milenarias, sin embargo han sido de los pocos pueblos que han logrado pervivirlas por medio de la palabra, a pesar del tiempo y las circunstancias.
Así lograron lo impensable. Protegidos por las temibles sierras y montañas, aislados de la influencia católica, mantienen hasta hoy sus ritos y costumbres, pese a que han sido brutalmente atacados y obligados a migrar a las zonas más áridas y de difícil supervivencia, debido a la explotación de minas y de compañías madereras desde la colonia y hasta nuestros días.
Gracias al trabajo antropológico de autores como Luis González Rodríguez, hoy podemos deleitarnos con la cosmovisión rarámuri. El mito de “Las columnas del cielo y la tierra”, se encuentra apoyado por una serie de relatos místicos que González recopiló directamente de la palabra de viejos sabios de la cultura, en el año de 1987.
Estos relatos reúnen su concepción de los elementos naturales, transmutándola hacia espacios e ideas sobrenaturales que, a pesar de su corte fantástico, no restan en absoluto su valor como hechos reales. Atendiendo al trabajo de campo de González, los 4 elementos se describen como:
El mundo y la Tierra (o gawi y wichimoba)
Dicen que es circular como tambor y no se puede ver mas allá de sus orillas. En sus confines hay columnas que suben hasta el cielo, para que no se caiga el techo. Dicen que detrás de sus columnas se puede llegar a donde mora onorúame, "el que es el padre".
Los gobernadores indígenas suelen decirle a su gente: Tengamos cuidado de nuestro mundo, cuyos pilares en verdad somos nosotros. El tarahumar, en su gentileza, cree que si se bautiza en la religión cristiana ellos como columnas se resquebrajarán y el firmamento caerá sobre ellos; representaría el desplome del sol y de la luna.
La tierra también les provee del hícuri (peyote) con el que se establece una comunicación ritual de salud, aprendizaje y sanación.
El etnógrafo noruego Carl Lumholtz, quizá la fuente más antigua de occidente en estos temas, menciona a propósito, una tradición tarahumar sobre el origen del hombre: “La gente brotaba del suelo cuando la tierra era plana como un campo listo para sembrarse, pero en aquellos días, los hombres solo vivian un año y morían como las flores”.
El agua (ba´wi)
El tarahumar ha sido dueño de su tierra, aunque después de la conquista y en pleno siglo XXI haya sido despojado de la mayor parte. En casi toda la sierra hay agua en tiempo de lluvias, el agua solo la puede dar "onoruame" por eso recurren a el con sacrificios de animales y danzas. El agua tiene relación con la tierra y todo lo viviente sobre ella.
En un texto de Joseph Neumann que data de 1686, se lee que los tarahumaras atribuyeron las granizadas que destruyeron sus siembras "a que no veneraron al sol y la luna con sus danzas y cantos", ya que el agua también tiene relación con el viento, las nubes y el cielo.
Precisamente durante la temporada de sequias se valen de los pocos manantiales que encuentran, los cuales son concebidos como umbrales al inframundo subterráneo.
El mito sobre el nacimiento del pueblo raramuri más contemporáneo menciona que cuando el mundo se llenó de agua, una muchachita y un muchachito subieron a una montaña llamada lavachi, situada al sur de panalachit, de la que descendieron cuando el agua hubo bajado, llevando consigo tres granos de maíz y tres de frijol, después del diluvio las rocas estaban blandas y quedaron las huellas de los niños. Plantaron el maíz, se acostaron y tuvieron un sueño, después cosecharon, y de ellos descienden los tarahumaras.
Fuego (na’i)
El fuego es el elemento sagrado y representativo de las tribus nómadas del norte. Para el tarahumar, se da en la tierra como en el cielo, y es un factor de sobrevivencia y protección. Hay fuego controlado por el hombre y fuego celestial (ambos dan luz y calor).
También se le ha llamado rayénari o el sol, al que también nombraban como Onorúame, “el que es el padre”, venerado como dios supremo. Junto a la idea del fuego predominan la claridad y la brillantez.
El aire (Eka)
El viento sopla, limpia la basura de los granos. Es vital el aire que respiramos para tener alma (Arewa), el alma es aliento, respiración es espíritu. Sin alma el hombre no puede vivir. El aire posibilita la respiración humana, la de los animales y las plantas, el alma como el aire son invisibles pero indispensables para la vida humana y sus creaciones.
Como puede observarse, el pensamiento rarámuri sobre los elementos naturales revela el compromiso del hombre, no solo ante el mundo que habita, sino también ante el creador del mismo. El tarahumar tiene una gran responsabilidad de cuidar del mundo y sostenerlo. Los que antes vivieron así lo comunicaron.
Mucho falta por descubrir del insondable y misterioso pensamiento tarahumar, que en estos tiempos en que el hombre occidental –urbanizado y creyente absoluto de la ciencia y la tecnología–, está terminando con esa relación innata del ser humano. Por otro lado, con estos relatos los tarahumaras nos revelan una enseñanza universal que aconseja, evitar la catástrofe que el hombre ya comenzó con el cambio climático, mediante del respeto a los sagrados elementos.
Pero, como menciona Leví-Strauss en su libro Mito y significado, “los mitos al procesarse por medio de la escritura se transforman en historia”, se presentan recompuestos y sometidos, ya no es, en esencia, el mensaje de la reproducción oral de origen. Y en este sentido, solo nos queda seguir practicando este gran don que como cultura hemos generado: el conocimiento límpido a través de la oralidad.
/ Autor: Josue Madrid
*Estos relatos han sido sintetizados desde textos más amplios y grabaciones en rarámuri proporcionadas por el maestro tarahumara Erasmo de Tuchéachi, y finalmente traducidas por el etnólogo mexicano Luis Gonzalez Rodriguez.
*Imágenes 1) loqueveomientrascorro.com; 2) Wikimedia Commons; 3) Archivo Más de MX