Los floreros, mares, azules, montañas, una vez más, los azules… personas cuyo cuerpo son solo fragmentos como en los dibujos de los niños. El estilo pictórico de Joy Laville es tan innovador como discreto… Sus pinturas abrazan; sus azules lo hacen.
Joy Laville es inglesa-mexicana. Pasó su niñez temprana en la isla de Wight, donde nació, y su pintura ha estado influenciada por esos paisajes por los que paseó en sus primeros años dibujando, corriendo, contemplando… Vivió en Canadá por 9 años y luego fue a vivir a México en 1956.
Vivió en San Miguel Allende por 12 años y ahí conoció a Jorge Ibargüengoitia con quien sostuvo un matrimonio de 20 años, hasta que este murió. Aunque las pinturas de Laville no son tan conocidas como las de otros artistas de la Generación de la Ruptura (asociados con el rompimiento de la plástica mexicana muralista- revolucionaria) como Rufino Tamayo, Vicente Rojo, José Luis Cuevas, Juan Soriano, Pedro Coronel, Francisco Toledo, Mathias Goeritz, etc., su trabajo va haciéndose cada vez de más seguidores que encuentran en sus imágenes una apacibilidad que en un tiempo como el nuestro es necesaria.
Sus pinturas son en su totalidad como siluetas, preciosas insinuaciones. Todo en sus imágenes son como un recuerdo, llevan algo de lejanía, atemporales y distantes; quizá como una reflexión fugaz de que todo es finalmente un sueño.
Sus colores pasteles siempre llevan al mar que debió haber visto de niña. Las figuras humanas en sus cuadros son secundarias, porque no existe detalle en ellas, como dibujadas por un niño y siendo parte de un escenario donde los colores son los protagonistas, porque transmiten la quietud del mar. Sí, aunque se trate de un rosa o un naranja.
En los cuadros de Laville todo es apacible, como reconfortante, incluso esperanzador. Como si en este mundo que vivimos fuera posible un estado similar al de sus cuadros con solo observarlos…