La inmemorable batalla cósmica entre día y noche, entre luz y oscuridad, es el acto que germina en este fragmento de la mitología mexica –popular pero imprecisamente llamada azteca–. Animada con notable exquisitez, Tezcatlipoca nos muestra a lo largo de tres minutos difusas pinceladas de la cosmovisión de este pueblo mesoamericano, alegoría que desfila como parte de la coreográfica lucha entre estas fuerzas diametralmente opuestas y a la vez dependientes entre sí.
Musicalizada con el “Lago de los Cisnes” de Tchaikovsky, una elección poco ortodoxa pero evidentemente atinada, el fabuloso corto animado comparte una narrativa que, de forma hipe simplificada, podría interpretarse más o menos así:
Tezcatlipoca, uno de los cuatro hijos de Ometéotl, señor de la noche y una de las deidades más complejas del panteón prehispánico, hila un atado de estrellas y se materializa en su nagual, el jaguar. A continuación, aprovechando la oscuridad derramada por un eclipse, el “espejo humeante” conjura la llegada del inframundo a la superficie, canalizado a través de la erupción de un volcán y su radiante fuerza destructiva. Sin embargo, llegado el momento y antes de que la destrucción se haya consumado, se desvela la fuerza opuesta, la luz –quizá recordando al opositor por excelencia de Tezcatlipoca, es decir Quetzalcóatl (también llamado el Tezcatlipoca blanco).
Finalmente la calma regresa, la luz termina por imponerse nuevamente y nosotros nos llevamos en la bolsa una preciosa secuencia de imágenes –listos para continuar nuestros respectivos caminos y luchas internas.