El solo concepto de lo “oculto” atrae, sobre todo, al espíritu y a su carácter inasible. A esa inquietud por conocer más allá de lo evidente. Dígase exploración de las verdades universales, de planos alternos, de ritos y mitos, hermetismo, alquimia, cosmología esotérica, magia, ocultismo. Cualquiera de estas prácticas heterodoxas han interesado en el plano material desde siempre. Porque la necesidad invicta de conocer el origen de las cosas se revela naturalmente en cada ser humano.
La magia, como facultad, ha sido musa de brujos y estudiosos de lo oculto bajo distintos matices. Si bien en México no se menciona al ocultismo de primera instancia pero sí a su chamanería cuando se refiere a “magia”, aquél topónimo de la práctica occidental, que posa sus raíces en el humanismo del Renacimiento, el romanticismo, el liberalismo y el descubrimiento y estudio del sánscrito en Europa, también adquirió cierta inspiración en tierras americanas, siendo (aunque oculto y en menor grado) uno de sus exponentes México.
Lo “oculto” se mencionó por vez primera en las enseñanzas de antiguos textos egipcios, donde se pueden ubicar las enseñanzas de Hermes, “el tres veces grande”. Pero no fue sino a finales del siglo XIX y principios del XX, que la práctica de lo oculto brotó “visiblemente” en Europa, en la medida en que la religiosidad católica condenaba cada vez menos todo secreto y admitía, al mismo tiempo, la fantasía y la proyección de la imaginación (¿y que no la imaginación, como advierte Artaud, tiene por objeto hacer aflorar a la superficie del alma lo que habitualmente tiene escondido?). Así, el siglo XX fue el embajador de las doctrinas ocultistas que penetraron principalmente en materias como el Espiritismo y la Teosofía.
Para este texto interesa mencionar a dos de sus más notables exponentes de los que se sabe, visitaron México en aquellos tiempos.
La mística mexicana como inspiración oculta
México, insospechadamente, estuvo en el imaginario del ocultista occidental. En épocas de postcolonización, la Nueva España –con su castidad de creencias y su cultura primitiva– era un enigma para el resto del mundo. Incluso en el siglo XX no se tenía la certeza total de lo que ocurría acá. Porque no cualquiera se aventuraba al mar para llegar a América. Las costas mexicanas no eran seguras; en 1600 todavía había piratas que saqueaban barcos, en 1800 aún existía el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición que condenaba toda práctica heterodoxa con la tortura e incluso para 1850, guerras como la de castas hacían terreno peligroso a México-caído para cualquier extranjero.
Pero hubo quienes fueron más temidos que eso y se aventuraron a México.
La llegada de Alesiter Crowley a México en 1900 es una de esas inesperadas visitas. El último gran brujo de occidente hace menciones alusivas a su viaje a tierras mexicanas en su libro The Confessions of Aleister Crowley. Poeta, pintor y mago inglés, “La Gran Bestia 666” se interesó propiamente en la mística de la geografía montañosa mexicana, especialmente la de simbología profunda como el volcán Popocatépetl y las montañas sagradas de Tepoztlán. Durante su estancia en la zona centro del país fundó también su Orden Secreta de la Lámpara de la Luz Invisible [Sacred Order of the Lamp of the Invisible Light] y logró su 33° grado de la masonería.
Otra de las figuras ocultistas que se interesaron por México fue Madame Helena Blavatsky. En su intrínseca búsqueda de lo oculto –liderada principalmente por sus dones psíquicos– Blavatsky viajó por el Tíbet, la India, Egipto y América junto a su maestro, un iniciado oriental Rajput de nombre Mahatma M. En El Cairo habría de fundar la primera Sociedad Espírita, cuyo objetivo era el de estudiar y practicar las visiones de Allan Kardec, escritor francés y el primero en hacer pública la comunicación con espíritus a través de mediums. Se sabe por apuntes de escritores como José Ricardo Chaves, que Blavatsky viajó a México entre los años 1851 y 1852. Y aunque no hay certeza del año ni tampoco de si la visita fue real (aunque dado su acentuado espíritu de viajera, es altamente probable), este número nos permite imaginar el escenario en que la teósofa accedió a tierras mexicanas; un México empapado de batallas, rumbo a la evolución a través de su tristeza.
Ocultismo en la literatura mexicana
En México, la literatura modernista también adquirió una aspiración sincera hacia lo oculto. El cuentista Pedro Castera describía viajes celestes y espíritus en trascendencia. Encontramos el Primero Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz y su inevitable interés por la cultura egipcia que acaso resultó del neoplatonismo por conducto del hermetismo. La ficción de Amado Nervo también tuvo sus épocas ocultistas inspiradas en su mayoría por el misticismo de oriente.
El Espiritismo en México; su cauce
Así como en su tiempo lo fue la Sociedad Astronómica de México, la Espírita fue objeto de secreto y difícil acceso. Pero la simbiosis habría de darse. Las costumbres espirituales del pueblo mexicano se mimetizaron al paso del tiempo. En aquellos años, la figura de la curandera Pachita (1900-1979) ya existía en la Ciudad de México. Heredado de generación en generación, pero también afrancesado con la figura del espiritismo, mediums mexicanos como Pachita adquirían el don de la curación luego de una preparación. También hablaban con espíritus y se transportaban a otros mundos.
El ritmo de la práctica de la revelación de espíritu a espíritu siguió su cauce y muy pronto se supo de más doctrinas espiritualistas en México, como la iniciada por Roque Rojas y Benito Juárez. Aquellos nombres forjarían cientos de templos de esta clase que hasta la fecha siguen existiendo. Y lo hacen, acertadamente, en la profundidad de una tradición mexicana milenaria: el secreto a voces (como todos los grandes secretos profundos de cultura que oculta bajo su tiempo México).