Conocimientos astronómicos y cultos solares, estas son las alusiones que habitan en los relieves del Calendario Azteca. Pese a haberse derribado al consumarse la Conquista española, este gigante monolito –que contiene la observación astronómica de nuestros antepasados– permaneció bajo la tierra durante 270 años.
Se cree que la piedra estuvo en su lugar hasta 1521, durante el reinado de Moctezuma, como mandato de Hernán Cortés para quitar los ídolos paganos. Sin embargo, durante los siguientes casi 40 años que correspondieron a la época colonial, el calendario permaneció en la Plaza Mayor –lo que hoy es el Zócalo–. En ese punto, en 1599, se cerraba un ciclo mexica de 52 años, lo cual produjo que los españoles, temiendo que se reavivaran los ritos paganos, mandaron a enterrar la piedra con la parte labrada hacia abajo.
Cuando en 1790 se redescubrió, el calendario poseía, a lo largo de sus 3,65 metros de diámetro y 24 toneladas, una recubierta de colores vivos que contribuían a tanto resaltar como aliviar el carácter pesado de la piedra. Sin embargo, con el paso del tiempo a la intemperie, la piedra perdió su policromía.
De acuerdo con las crónicas de Antonio de León y Gama, el calendario "casi tocaba la superficie de la tierra, la que se veía por encima sin labor alguna, pero en la parte de abajo que asentaba en la tierra, se descubrían varias labores". Ese hallazgo se realizó cuando se igualaba el suelo de la Plaza Mayor para la construcción de ductos acuíferos. Fue así que el virrey Revillagigedo decretó que se tomaran las medidas necesarias para garantizar su perpetua conservación como parte de "los monumentos preciosos que manifiestan las luces que ilustraban a la nación indiana en los momentos anteriores a su conquista." Su nuevo hogar fue en el exterior de la torre poniente de la Catedral metropolitana, durante casi 100 años; hasta que se trasladó, en 1887, al Museo Nacional situado en la calle de Moneda como parte de la Galería de los Monolitos inaugurada por Porfirio Díaz.
Eventualmente, en 1964, el Calendario Azteca se trasladó al Museo Nacional de Antropología, situándolo en la Sala mexica. Ahí, en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, se realizaron numerosas interpretaciones sobre los símbolos, las cuales te compartimos a continuación:
1) En el centro aparece la imagen del Quinto Sol, Nahui Olin o Cuatro Movimiento y el rostro de Tonatiuh, dios del Sol, con la particularidad de que se le representó con la mitad inferior del rostro descarnada y la superior encarnada, lo que simboliza la vida y la muerte.
2) A su vez, en cada una de las esquinas del signo Olin aparece el nombre de los otros cuatro soles: Nahui Océlotl (Cuatro Jaguar), Nahui Atl (Cuatro Agua), Nahui Quiáhuitl (Cuatro Lluvia) y Nahui Ehécatl (Cuatro Viento). Según la mitología nahua del Posclásico el mundo, tal y como lo conocemos actualmente, ha pasado por distintas eras de creación y destrucción. Ellos relacionaron cada una de ellas con un sol en particular. En una de las versiones del mito, la última era fue destruida por una gran inundación. El Quinto Sol, que según los nahuas es la era actual, terminará por grandes terremotos.
3) El resto de los elementos iconográficos que decoran la Piedra del Sol están distribuidos a partir de círculos concéntricos. Alrededor del centro aparecen los 20 signos de los días, los cuales al combinarse con 13 numerales formaban un ciclo de 260 días también llamado Tonalpohualli. Luego aparecen signos solares y por último la representación de dos serpientes de fuego que rodean el disco y cuyas cabezas se encuentran, frente a frente, en la base de la imagen.
De acuerdo con George Kubler, historiador alemán especialista en el arte azteca, la iconografía del Calendario Azteca posee un significado poderoso: el viejo mito de los Cinco Soles mexicanos. Es la parte central del disco el que representa el Quinto Sol o el rostro del señor Tonatiuh –sol de los mexicas–, acompañado de los cuatro soles anteriores, extinguidos por la muerte de eras cosmogónicas y enfados de los dioses creadores.
Por otro lado, la mexicana Rebecca Barrera, la Piedra del Sol no es más que un símbolo de fin de una era, la del Quinto Sol, que se produciría con la llegada de Quetzalcóatl: "La piedra sería por tanto una especie de profecía pétrea que vaticinaba el fin del mundo mexica, cosa que finalmente ocurrió con la llegada de los españoles." Para ella, la piedra es una conmemorativa que captura la concepción del tiempo y la cosmovisión del Imperio mexica.
Apoyando esta noción, el historiador Matos Moctezuma señala que la Piedra del Sol es "un monumento que muestra el tiempo petrificado", al contrario de la Coatlicue: "Por un lado, la primera fue el monumento aceptado por los españoles, como parte de una identidad pasada, y la segunda permaneció oculta en el patio de la universidad."
Inclusive concluye que: "Hemos transitado a través del tiempo para encontrarnos frente a un monumento que es el tiempo mismo: el tiempo petrificado, no de otra manera podemos referirnos a esta escultura en que el artista anónimo que la esculpió dejó labrada de manera prodigiosa toda la cosmovisión de un pueblo alrededor del Sol."
La Piedra del Sol puede ser descifrada de dos maneras: partiendo desde el borde externo o desde el centro. Por lo que, a través de ocho círculos concéntricos, se unen dos serpientes que representan el día y la noche –Tonatiuh-Xiutecutli–, como dos aspectos de una misma cosa: "Las serpientes, una diurna, una nocturna, representan el cielo en todos sus diferentes aspectos." Las dos serpientes divididas en trece segmentos o cielos, las cuales son la imagen del Universo que contiene todo: "El día y la noche que nos envuelven. Son también la Vía Láctea, la galaxia que contiene nuestro sistema solar en medio de tantas otras. Para los mexicas, la Vía Láctea representa la fuerza de expansión más grande con respecto al hombre, antes de llegar a la totalidad Absoluta."
La piedra del Sol sintetiza el movimiento y el no-movimiento, lo que está al interior y lo que está al exterior. Se trata de una relación centro-círculo exterior-centro, que da como resultado una fuerza centrípeda, y la relación centro-círculo exterior, que resulta en fuerza centrífuga: "En efecto lo que está en el centro tendería a emanar (función dinámica), lo que es periférico tendería a fijarse (función conservadora), si quieren armonizar y existir."
Mientras que el centro de la Piedra del Sol es el intermediario entre el Hombre y las estrellas, el centro del sistema de las relaciones planetarias y de las energías cuyo punto de partida es el 13 Acatl. Es este centro de la Piedra la que hace actuar el sistema en su doble rol de captación –polaridad negativa– y de don –polaridad positiva–, las cuales produce un movimiento en quinconce o círculos concéntricos; como una inmovilidad "relativa" que da la apariencia del límite fijado por los grandes constelaciones.
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