La diversidad indígena nómada en Sonora es la más extensa y rica que esta la región aridoamérica puede tener. Ahí habitan los warohios, rarámuri, guarijíos, yaquis y mayos, como el resultado de un largo e histórico proceso de redistribución étnico-regional que fue evolucionando a cada uno de estos grupos.
Entre las fronteras de Sonora y Sinaloa, se encuentra la región en donde habitan los mayos, pajko’ora o yoreme. Se trata de esta tribu que comparte su origen, lengua e historia con los yaquis. Algunos las han definido como culturas hermanas, quienes formaban parte de la familia cahita y ellos, a su vez, se relacionaban con los ocoroni y guasave –ya desaparecidos–. Desde entonces, los mayo, habitan en comunidades con centros ceremoniales, como los Júpare, Etchojoa, San Pedro, San Ignacio Cohuirimpo, Pueblo Viejo, Navojoa, Tesia, Camoa, Huatabampo y Conicárit.
Los mayos, que quiere decir "gente de la ribera", se reconocen a sí mismos como yoremes o "el pueblo que respeta la tradición". Para ellos, el yori es "el hombre blanco que no respeta", mientras que los indígenas que niegan sus raíces y compromisos comunitarios son los torocoyori –o "el que traiciona", "el que niega la traición"–.
Los pajko’ora sobrevivieron en los terrenos áridos de Sonora desarrollando numerosas técnicas de agricultura y ganado. Con el paso del tiempo, lograron cultivar maíz, tabaco, frijoles, algodón y chile, no sólo adelantaron sus conocimientos astrónomicos, también introdujeron al sol, las estrellas y la luna en sus prácticas ceremoniales. Inclusive, su agricultura se vio intensificada con la tecnificación, el uso de fertilizantes, de sistemas de riego y la ampliación de zonas de cultivo mediante el desmonte. Se dieron también a la tarea de criar ganado bovino, caprino, porcino, equino y hasta aves de granja.
Pese a los numerosos intentos de conquistarlos durante cuatro siglos, los mayo preservaron sus tradiciones a través de las danzas ceremoniales. De hecho, la Danza del venado, asociado con un agradecimiento a Itom Achai Taa’a, su padre dios, fue una de las ceremonias que han logrado sobrevivir al paso del tiempo.
Fue esta danza la que promovió la preservación de sus tradiciones y vestimentas, con sus pequeñas diferencias. De acuerdo con los ancianos de la tribu, los antiguos danzantes solían llevar pieles de jaguar para promulgar tanto el preludio como la conclusión de la caza. De esta manera, los danzantes y los músicos pedían permiso y disculpas a los espíritus de los animales, sus hermanos y hermanas, por haber dado sus vidas a favor de la continuación de la vida humana. Sin embargo, ahora, los yoreme utilizan ropa de algodón y una manta rojo o rosa alrededor tanto sus caderas como piernas, que de acuerdo con la tradición, es una protección ancestral. Mientras que en la cadera llevan cinturones de metal resplandeciente que suenan en conjunto del violín, flauta o drum. Las campanas que suenan del cinturón acompañan a la devoción de los danzantes, como parte de los siete sacramentos.
Inclusive, en la actualidad, los yoreme utilizan una máscara en días de fiesta, la cual está principalmente hecha con raíces de algodón o de árbol de elefante. Según la tradición, la máscara se pinta primero de negro para representar el pala ania –el universo– o ka nuklak –el infinito–, y después se le carga con destellos de pintura blanca, como símbolo del sol, las estrellas, los planetas, las plantas y los animales. Asimismo, algunos de los diseños poseen diseños geométricos con gran significado incluso religioso. Por ejemplo, los triángulos representan los rayos solares que permiten que la vida exista; cuatro triángulos conectados entre sí por la punta representan al sol, y por los cuadrados, una estrella.
Si bien esta tribu es una tribu hermana de los yaqui, la realidad es que posee una historia, cultura y cosmovisión peculiares. Es única a la hora de conocerla y escribir sobre ella, pues inclusive el mensaje que transmiten a través de su existencia es el de la adaptación a los tiempos.
*Imágenes: 1) y 2) José Edeza