Si algo motivaba a Luis Buñuel, nacido en España pero naturalizado mexicano, era el azar. Su estancia en México, quizás, contribuyó a ampliar su curiosa y única visión del mundo, o por lo menos en este país encontró un lugar en el cual podía desplegarla libremente, sobre todo en su producción fílmica.
A este cineasta las contradicciones de la vida se le presentaban como un deleite. En ellas hallaba misterios y acertijos sin solución, algo que estimulaba su pensamiento y enriquecía su quehacer como artista. Ese disfrute de lo azaroso lo llevaba precisamente a ser un niño eterno, o por lo menos a evocarlo en lo más secreto de su ser, pues Buñuel era en realidad, y según cuentan sus allegados, un hombre recatado y preciso.
Aunque él mismo aseguraría en sus memorias que no había nada más excitante que andar por pasadizos secretos, deslizarse por escondrijos ocultos o descender por escaleras de caracol, lo cierto es que esas eran acciones que reservaba a los personajes de sus películas. Buñuel era, en realidad, un ser dual por antonomasia. Se la pasaba entre la vigilia y el sueño, entre la realidad y la fantasía y, siempre, entre su hermética vida y su frenética creación.
Resulta curioso que Buñuel terminará en México, precisamente, por azares del destino. Tuvo que exiliarse de España a causa de la Guerra Civil, por lo cual vivió y trabajó en Estados Unidos. No obstante, al poco tiempo fue expulsado de ese país por los rumores de que era comunista, provenientes de las declaraciones que hiciera al respecto Salvador Dalí (lo cual provocó una ruptura irreparable entre ambos amigos). Fue lo intempestuoso de su salida de Estados Unidos lo que tuvo un efecto determinante en su vida, pues sería ésta la que provocaría que llegara a México en una escala de camino a París, aunque a la ciudad de la luz no llegaría sino años después.
Sucedió que, durante esa escala en México, el productor argentino Óscar Dancigers le propuso dirigir la película El gran casino, a lo cual el español accedió sin titubear. Así, y por azares del destino, Buñuel terminó viviendo en México, un país donde enriqueció a la industria del cine tanto como, seguramente, México lo enriqueció a él.
No es difícil pensar que las cualidades de nuestro país hayan inspirado al cineasta, quien no por nada hizo aquí sus más grandilocuentes películas. Entre ellas destaca Los olvidados, un filme que muestra un azaroso y contradictorio Distrito Federal, o El ángel exterminador, en donde aparece un oso de manera providencial, el cual no estaba en el libreto pero que Buñuel quiso utilizar de un momento a otro y sin razón aparente. Así eran tanto su pensamiento como su forma de crear: azarosos e inesperados. En él no había simbolismos: todo era juego.
Por ello, cabe imaginar que el pensamiento buñueliano encontrara en México un edén terrenal acorde a su forma de concebir la vida y el arte, que en algunas pocas palabras el cineasta llegó a definir:
"La ciencia no me interesa. Ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la contradicción, cosas que me son preciosas."
"Si fuéramos capaces de volver nuestro destino al azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia."
El derrotero que plantea Buñuel lleva a la inocencia: a aquel sentimiento propio de infantes que sólo una conciencia sin prejuicios puede tener. De esa forma alza en vuelo la imaginación más torrencial y la libertad más verdadera, a pesar de que "la gente intente reducirlas o matarlas a ambas", como recalcaba el cineasta.
Él, en cambio, las engrandecía y revivía. Sacaba la imaginación y la libertad de los atolladeros a los cuales han sido llevadas, usando el misterio como "elemento esencial" de sus obras de arte, pues estaba seguro de que
"En alguna parte, entre el azar y el misterio, se desliza la imaginación, la libertad total del hombre. La imaginación es nuestro primer privilegio, inexplicable como el azar que la provoca. Es la felicidad de lo inesperado."
El azar deviene libertad, y la libertad de no hallarse sujeto por preconcepciones ni atado por hermetismos resulta en la felicidad más grande a la que un ser humano pueda aspirar: todo un reflejo de lo que era el arte para Buñuel. Es sin duda una visión que hace falta recorrer en su complejidad, pues no todos los espíritus aceptan que viven en un mundo rodeado de contradicciones y antinomias, y no todos soportan el peso de una realidad que no pueden malear ni controlar.
Sólo esa conciencia dual que caracterizó a Buñuel podía estar tranquila ante el caos que habitualmente se despliega en la realidad, quizás porque sus películas fungían como válvula de escape, siendo el momento de creación aquel en el que vaciaba todo ese frenesí de azares y la delirante imaginación que poblaba su mente. No obstante, será por siempre un misterio por qué tenía esa personalidad recatada mientras que, de manera exotérica, su alter ego azaroso e infantil surgía sólo en sus filmaciones.
Aunque ciertamente él era su mejor crítico, pues muchas de sus películas (como Viridiana), demuestran esa batalla entre el ser que es recatado y el que, por el contrario, está entregado a las pasiones carnales. Por ello, no cabe duda de que creía de manera honesta en que el mundo sería un lugar mejor si aceptáramos que algunas cosas ocurren providencialmente, y que lo mejor es vivir apasionadamente y sin tapujos, aunque él mismo sólo pudo hacerlo mediante su arte.
Este gran cineasta y pensador terminaría los azares de su vida en nuestro país, donde falleció un 29 de julio de 1983.
*Referencias: Luis Buñuel: aforismos
Cine (y vida) en 25 frases clave de Buñuel
Historias de vida – Luis Buñuel