Martín Ramírez, considerado artista outsider (quien logra un estilo prescindiendo de la influencia de las corrientes del arte), es una de las eminencias plásticas de México. Su estilo es único y cautiva con trazos obsesivos y honestos que transportan a universos que parecieran coquetear con laberintos transdimensionales. Su historia continúa envuelta en el misterio, pues aún no se ha concluido si estuvo realmente loco, a pesar de haber pasado la mayor parte de su vida en un psiquiátrico.
Ramírez nació en 1885, en Tepatitlán, un pueblo en Altos de Jalisco en México. Como migrante mexicano en Estados Unidos trabajó en el ferrocarril y sus posteriores dibujos evocarían continuamente esta estética. En 1931 la policía del condado de San Joaquín lo internó en el hospital Stockton State, donde recibió un diagnóstico preliminar de maníaco depresivo –en este tiempo muchos migrantes deambulaban a causa del desempleo causado por la crisis económica de 1929.
Martín Ramírez escapó tres veces del lugar, pero a la tercera regresó voluntariamente. Su descubridor, el doctor Tarmo Pasto, estudioso de los artistas con desequilibrios mentales, cuestionó su propio diagnóstico y sugirió que el artista no era enfermo mental. Ramírez pintaba debajo de las mesas, escondiéndose de los demás enfermos, nunca hablaba, y a pesar de que Pasto alguna vez advirtió que era mudo, posteriormente declaró que canturreaba- y cabe señalar que el artista no sabía hablar inglés.
Martín Ramírez (derecha) con Tarmo Pasto en el Hospital Estatal DeWitt
En vida distintos personajes organizaron exposiciones del trabajo de Ramírez, todas evocando a su condición, ahora cuestionada, de enfermo mental. Murió en 1963 a causa de un edema pulmonar. Sus dibujos los hacía con papel que él mismo construía a partir de pasta de patata y saliva; pintaba con carbones y aprovechaba todo lo que hallava, incluso grasa de zapatos.
Las imágenes de Martín Ramírez conllevan efectos tridimensionales conseguidos a partir de líneas repetidas, que enmarcan y dan fuerza a otros personajes, como venados, jinetes, rancheros, vírgenes y conejos –todos estos revelando su cultura católica y agrícola, con una estética de su época post revolucionaria en México. Pareciera que en estos trazos Ramírez invocaba a su pasado, como si fuese lo único propio que le quedaba. En esas repeticiones quizá desahogaba una resignación de un destino que, en algún sentido, tal vez nunca le correspondió.
Imágenes: 6, 7 )Ellen MacDermott