Discretamente, los espacios arquitectónicos modelan nuestra forma de actuar. Hay sitios donde es más evidente; estructuras que no solo nos invitan a admirarlas y portarnos de cierta forma, sino que son inmensamente portentosas y nos hacen sentir; que nos mueven.
México sin duda alberga cientos (o tal vez miles) de sitios con estas cualidades. Nuestra rica historia colonial y de migraciones nos ha dejado una increíble herencia en términos arquitectónicos. Catedrales, conventos, casonas, haciendas, teatros, museos, palacios y demás joyas que edifican, de distintas maneras, nuestra identidad.
Por otro lado, pocas veces tenemos la fortuna de admirarlos por sí mismos, más allá de la forma en que son usados. La fotógrafa Candida Höfer se dedica a construir esta particular experiencia a través de sus hermosas imágenes en gran formato que retratan segmentos de algunos peculiares ejemplos de arquitectura mexicana.
Así, libre de sujetos que dispongan de ellos, se hace evidente cómo los edificios disponen de nosotros, cómo nos hacen suyos, a través de cada uno de sus ricos detalles. En las iglesias y los teatros el juego es muy claro. No se trata solo de los altísimos techos, sino de los colores y una excéntrica decoración que nos recuerda la importancia de lo que cada lugar representa.
Luis Barragán dijo alguna vez que la arquitectura es un arte "cuando uno crea consciente o inconscientemente una emoción estética en la atmósfera y cuando este entorno produce bienestar." En muchos sentidos, los enormes recintos fotografiados por Höfer son productores de bienestar y eso no se hace visible hasta que pensamos en el espacio por sí mismo.
Te dejamos por aquí las particulares visiones: edificios hechos para hacer público lo simbólico (el arte y la religión, sobre todo) pero, que al estar vacíos pueden transformarse, por lo menos por un instante, en catedrales muy personales.