Dicen los que saben que los mexicanos somos una de las comunidades más felices del mundo. Por supuesto que la afirmación puede acarrear sorpresa. Y aunque hay estudios científicos que afirman, incluso, que la felicidad mexicana está en los genes, siempre uno puede cuestionarlos. Cabe preguntarse: ¿qué cualidades se toman como aquellas de un sujeto feliz? Y, otra pregunta, tal un poco más humilde: ¿qué es eso nombrado "felicidad"?
La primer lección sobre la felicidad es no cuestionarla cuando nos llega
Dicen que "la ignorancia es felicidad". Pero la ignorancia que la felicidad exige no es el desconocer las circunstancias. En México, al contrario: la verdad sobre las propias condiciones es cruda. El dolor y la muerte palpitan, haciendo sombra a la vida (no ensombreciéndola; sin embargo). En cambio, lo que no se cuestiona es lo bueno. Lo dulce, lo delicioso, lo asombroso, lo que revive o refresca es para deleitarse y uno no se hace preguntas. Hacer preguntas es saludable, es una forma de suspender lo cotidiano. Pero ¿por qué suspender la felicidad? Mejor dejar que se agote sola.
La felicidad no es una meta, es el condimento del camino
La felicidad no podría entonces ser una condición permanente. Dicen que "de lo bueno, poco", porque lo bueno es como el resplandecer de una joya; un brillo absoluto, pero momentáneo, que va mutando conforme cambian las condiciones que lo hacen aparecer. Igualmente se despliega "lo malo", aunque parezca, a veces, más largo. Y será esto último, tal vez, porque lo malo nos deja cicatrices más profundas, que nos conforman para siempre. Una lección así ¿no es motivo de gratitud hacia la propia vida?
La felicidad se manifiesta reuniendo mente y cuerpo
Ser feliz siendo mexicano tal vez sí sea un asunto de territorialidad, porque hay aquí joyitas resplandecientes a cada paso. Un olor especial; un sonido entrañable; un abanico de colores; un sabor dulce, picoso o abundante. Los estímulos mexicanos le apuntan con fuerza al cuerpo; te hacen fruncir el ceño, aplaudir, carcajearte, mover las caderas, gritar, soltar una lágrima gorda. Nos encanta sentir con el cuerpo, llevamos nuestras intuiciones a la piel y confiamos en esos sentimientos profanos, que no pretenden llevar la mente al arriba, sino dejarla aquí, en la tierra y materia.
La felicidad es plenitud
Algunos estudios que afirman que somos de los países más felices del mundo y proponen que esto se debe a que nuestras expectativas sobre la propia vida no son muy altas. Entonces cuando algo bueno nos pasa, aunque no sea la gran cosa, nos ponemos muy felices. De esta manera mantenemos también nuestra felicidad estable. Qué extraña es la afirmación; parece sugerir que la felicidad se trata de conformarse.
¿Será que los mexicanos somos felices porque "aguantamos vara"? O, tal vez, comprendemos la felicidad como un estado de plenitud, que desborda despreocupación; pero que, eventualmente (como todo) se esfuma. Será que los mexicanos sabemos no anclarnos a nada. Sabemos hacer lo mejor posible con las condiciones dadas.
Permitámonos entender la felicidad mexicana como una aceptación de la incertidumbre eternamente ligada a la existencia y no como un pleno conformismo.
Lo comunitario es feliz
Nuestra sabiduría sobre la felicidad, tiene referentes ancestrales. Se cuenta que los mexicas empataron esta sensación con el concepto de "bienestar"; en lugar de relacionarla con la abundancia. Hay, según sus enseñanzas elementos y valores que provocan bienestar. La comunidad y la familia posiblemente sean el pilar de esa forma de "estar". Ser solidarios y abrir la posibilidad de compartir la felicidad, como experiencia casi divina, son prácticas vitales.
Hay que llorar de felicidad
La felicidad más dulce es la que incide sin escrúpulos en tu cuerpo; la que no puedes contener dentro de ti; la que cambia tu vida; la que te quiebra; la que te hace llorar; la que te hace pensar en un "arranque de mexicanidad absoluta": no quiero dejar de llorar, porque hasta esta nostalgia se me va a escapar.
*Imagen principal: Dorian Ulises López