Las voces en torno al punk suelen describirlo como un acto de rebeldía sin causa. Particularmente las que se quedaron con el amargo sabor derivado del conservadurismo ochentero que golpeó a nuestro país.
Después del Festival de Avándaro, figuras como la del gobernador Ernesto P. Uruchurtu (quien impidió la visita de The Beatles a la ciudad) estaban determinadas a erradicar cualquier atisbo de la energía que, en su momento, removió a los jóvenes hasta dar con manifestaciones como las que se dieron en 1968.
¿Y por qué se la llevaban en contra del punk? Por un lado porque la música sí sugiere una reorganización política que no convenía (y aún no conviene) al estado de las cosas; además, incita abiertamente al anarquismo y destila una fuerte desobediencia, que se manifiesta en la extravagante parafernalia y los bailes violentos.
Por otro lado, el punk sigue siendo un "gusto" de los barrios, de las clases sociales más desfavorecidas y aisladas. En la CDMX eso significa sitios como San Felipe, la colonia Rosario, ciertas zonas de Santa Fé, Ciudad Neza y Ecatepec. Y si es un estilo que atrae a los habitantes de estas zonas, es precisamente porque son víctimas de un sistema absolutamente desequilibrado, que los lastima. El punk es su grito de urgencia.
En México, las entrañas del punk apestan a resistencia. Y eso es lo que celebra "Scenes: Mexico City Punks", un corto documental de John Merizalde. En sus palabras:
No se trata solo de la música o la moda. Creo que parte de la razón por la que el punk se ve más prominente aquí es porque los mexicanos, en general, tienen mayor conciencia social de la corrupción y trabajan juntos en formas más colectivistas para combatirla. Para los punks en México, la escena es mucho más que la estética. Es un sistema de apoyo para la clase trabajadora.
En ese sentido, el punk es mucho más que un estilo. Como afirman los entrevistados: la esencia del punk en México es el amor, la búsqueda de un mundo mejor.