Dice Amaury Barrera, joven fotógrafo mexicano, que las plantas forman parte de la naturaleza de una manera profunda y compleja; mucho menos evidente de lo que nos parece en lo cotidiano.
Además de su "compleja estructura molecular interna", de su función con respecto a otros seres y de ser el ícono que resume eso que coloquialmente llamamos "ecología", las plantas son "entidades cósmicas que tienen memoria, una historia impregnada en sus ‘venas’ y las reminiscencias de otro tiempo".
Sus sospechas son confirmadas por las creencias de las comunidades indígenas de Oaxaca, quienes saben que las plantas "pueden sentir, recordar, escuchar e incluso hablarnos." Pero nosotros tenemos que prestarnos a recibir sus mensajes.
Como a otras joyas que se despliegan constantemente frente a nuestros ojos a las plantas y a sus insólitas texturas, sus inteligentes patrones, las cicatrices en su piel, los dejamos pasar de largo. Pero hay en distintas cosmogonías, elementos para interpretar al mundo que nos rodea como un plano constante de significados, que solo es interrumpido por nuestra necesidad de de "avanzar", de ir lejos.
Así, expresiones como el íntimo acercamiento propuesto por Amaury Barrera en la serie "Venas de otro tiempo", son una invitación a detenernos a explorar el mundo desde un ángulo muy distinto, uno que no quiere descubrir, sino descubrirse; uno que no quiere aprehender, sino ser aprehendido.
Ahí, en este permiso que nos damos de entrañar con lo más ínfimo del mundo, se hace presente una imagen potente y dramática. Aparecen plantas, pero capturan el ojo como si fueran cuerpos desnudos (tal vez porque lo son) o sublimes paisajes.
Estos exquisitos retratos, tomados en la Sierra de Juárez, Oaxaca, se develan frente a nuestros ojos como poesía, extraída directamente de la tierra, escrita en el idioma de la flora y recitada de forma particular para quien se atreva a dejarla sonar.
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