Volar un papalote es un acto de libertad, de soltura originaria. Hacer comulgar colores, geometrías y fuerzas naturales, jugar a platicar con ellas vía un objeto que está en nuestras manos y al mismo tiempo en el cielo, es en esencia mágico. Tal vez por eso es que esta práctica forma parte de culturas de todo el mundo y se han volado papalotes desde hace miles de años.
Pero además de decorar el cielo y rejuvenecer el espíritu, incluso purificarlo, el papalote puede cumplir funciones rituales como enlazador de mundos. Existe una tradición en el Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, que advierte en los papalotes la cualidad de fungir como vehículos para que las ánimas desciendan a este mundo, esto en vísperas de la celebración del Día de Muertos.
En diferentes poblados de la región istmeña se utilizan las cometas para navegar los cielos y traer a los muertos. Los papalotes sirven como brújula o señalización para que las ánimas encuentren la ruta que los traerá a este mundo. Aquí serán recibidos con coloridos altares que ofrecen ramas de albahaca, flores de cempasúchil, velas, algunos de los platillos predilectos de los difuntos, dulces y aguardiente, todo cortesía de sus familiares y seres queridos.
Francisco Toledo, el siempre inquieto artista oaxaqueño, practicó esta tradición cuando niño, lo cual le llevó a montar la exposición En vuelo libre (2009) que reunió 300 papalotes elaborados por el propio Toledo y alumnos de sus talleres.
La zona de donde vengo, dos o tres días antes de Todos Santos, la gente vuela papalotes, porque creen que los muertitos van a bajar por el hilo. Pasando las fiestas, otra vez se vuelan, para que regresen más allá de los cielos.
Figuras de estrellas, aves o flores, generalmente negras y con estelas de colores, aprovechan los fértiles vientos de esta zona para barbechar los cielos y llamar la atención de los difuntos. Así se asegura que el invitado de honor estará presente en su celebración y podrá ser regocijado por sus vivos. Pero, como menciona Toledo, los papalotes no solo orientan a las ánimas en su recorrido hacia este plano, también les ayudan, luego de las fiestas, a regresar a su morada.
El origen de esta tradición es incierto. Es posible que haya llegado a la región vía una expedición proveniente de Nicaragua, en el siglo XVII. Pero hay quienes apuntan a que podría tratarse de un ritual popular ya antes de la llegada de los españoles. Lo que es un hecho es que la costumbre está profundamente arraigada en el Istmo, sobretodo en algunos grupos, por ejemplo los “mareños” o ikoots.
"Los fieles difuntos usan el papalote como transporte y se baja lentamente, porque se pueden caer", dice Francisco Avendaño, habitante del pueblo San Mateo la Mar, sitio donde por fortuna se mantiene la preciosa costumbre. "El papalote es un instrumento de recepción o un transporte para nuestros ancestros, para el espíritu de nuestros familiares. La intención es ayudar a los que nos vienen a visitar a que no hagan el largo trayecto y no se cansen mucho, lo que implica es darles el transporte, bajar el papalote en la tarde para que bajen los espíritus".
Esta tradición de los papalotes que puentean dimensiones y permiten destilar las animas que pululan allá arriba, lejos, forma parte de la marcada ritualidad que impregna las costumbres zapotecas; también, adereza aún más la viva interacción que en México se tiene con la muerte, un destino tan ineludible como festivo.