Si bien es cierto, México registra una trayectoria de vastos episodios contraculturales, probablemente mucho antes desde que existiera la contracultura misma. Uno de ellos –aunque parezca hoy difícil de asimilar– era tocar Rock and Roll en los años 60 y 70. Como sabemos, en aquellas décadas, la sociedad mexicana funcionaba como un engranaje conservador, donde las piezas social y cultural eran definidas esencialmente por el consumismo y una estructura educativa muy tradicionalista.
El Rock and Roll, de hecho, llegó a México primero a manos de la juventud que podía pagar por un disco importado. Las voces populares de Elvis Presley o Bill Haley & His Comets influenciaron a los primeros jóvenes mexicanos que de inmediato empezaron a montar las primeras bandas de rock. Las orquestas de músicos como o Juan García Esquivel fueron los primeros en redireccionar su sonido hacia el ruido fresco del Rock, sin embargo no tardó en expandirse, ya no como un género musical, sino como un desdoblamiento de carácter ideológico.
En aras de una sociedad en crisis, el rock vino a ser análogo a una suerte de identidad extrovertida y libertad de expresión para muchos, y a un balde de agua fría para otros. Pero, para que este género se convirtiera en la excusa perfecta para comenzar a decir lo que no se podía decir, primero llegó en forma de una divertida mimesis; de una singular manera de coverear, las canciones más populares del Rock and Roll en inglés, traduciéndolas al español:
Así nacieron bandas mexicanas como Los Locos del Ritmo, Los Teen Tops, Los Yaki, Los Ovnis, Los Monjes, Los Tijuana Five y Las Mary Jets (tal vez la primer banda de mujeres mexicanas) que más tarde encontrarían su propio sonido y también sus propias letras. La industria musical mexicana solo daba voz a quien interpretara canciones en español, y a mediados de los dos 60, dirigió sus micrófonos a los cantantes solistas de estas bandas –Enrique Guzman que venía de Los Teen Tops, Cesar Costa de Los Camisas Negras y otros solistas como Angélica María–.
Este cambio en la industria musical se convirtió en un parteaguas histórico para el rock mexicano, pues mientras la industria mantenía un discurso pop y socialmente permitido, las bandas que decidieron seguir haciendo rock dejaron de traducir las canciones y empezaron a pensar en letras acorde a la realidad nacional. A finales de la década, El Ritual, Los Dug Dug’s, Ernan Roch, Three Souls in My Mind y La Revolución de Emiliano Zapata por mencionar sólo unas pocas bandas, abandonaron el rock forastero para construir uno totalmente mexicano.
Hoy día conviene recordar a este puñado de voces que, más allá de destacar como grandes innovadores del rock en México en los años 60, declararon de forma abierta lo que poco se ha demostrado en la era de internet: la posibilidad de que la juventud deje de ser sujeto de consumismo y se vuelva sujeto de contracultura (a la mexicana).