La noche es una fuerza indomable que lo abarca todo. Es un fenómeno, pero también un estado donde en términos humanos cambian los estados perceptivos: se aplacan los sentidos y vuela la imaginación.
Entre muchas cosas, la noche es la reina del miedo, porque bajo las sombras es imposible saber lo que nos espera. De esta relación con la oscuridad nació un bello oficio para templar y guardar la noche: el sereno.
¿Qué es un sereno?
Muchas de las grandes historias pasan inadvertidas, aunque estén delante de nuestros ojos. Una de ellas la podemos encontrar en la Glorieta Insurgentes, oculta entre el bullicio de personas que entran y salen del metro, entre el olor a comida y el ruido de coches y camiones. En medio del caótico ritmo de la Ciudad de México –que no por eso deja de obedecer a criterios de orden– pocas personas darían alto al paso para preguntarse qué representa la estatua del hombre con sombrero que está en este mítico punto de encuentro –con besos apasionados, hermosamente públicos, donde siempre sucede algo.
Tras la desaparición de la placa descriptiva de dicha estatua, la tarea de descubrir quién era el personaje se complica. Pero por fortuna, queda registro en imágenes de internet: "EL SERENO con este personaje, el día 3 de noviembre de 1792, se inicia oficialmente la seguridad pública en esta capital".
Los serenos eran una especie de hermandad, un grupo de voluntarios ciudadanos de seguridad civil. Al rededor de 1777, esta figura se creó en España y se popularizó entre los territorios que estaban en su dominio como México. Estos personajes velaban por la seguridad de los barrios del centro de la ciudad.
Estaba a su cargo la labor de dar la hora, de auxiliar a personas y niños que vagaban la noche. Su cualidad más característica era la de ser confiables. Por eso cargaban consigo las llaves de muchas casas y establecimientos. Por lo menos cuanto respecta a la Ciudad de México circulaban cerca de 300, según cuenta el cronista Adrián Román.
Los serenos eran hombres de entre 20 y 40 años de edad, de un metro y medio de altura en promedio, y con voz clara y firme que deambulaban las calles desde las 7 de la noche hasta las 5 de la mañana, aproximadamente. Una buena descripción la encontramos en los trabajos que dejó el litógrafo italiano Claudio Linati en su paso por México:
"Su misión, como la de los watchman de Londres, es gritar la hora y anunciar el buen o mal tiempo, dar alarma en caso de incendios, acompañar a su casa a los extranjeros extraviados o a aquellos a quienes la embriaguez les ha hecho perder la razón y, en fin, arrestar a los que alertan la paz pública".
Decimos voluntarios porque no recibían una paga por su trabajo, solo monedas y comida que ofrecía la gente a cambio de sus servicios. Sus distinguidos uniformes los daba la ayudantía, pero ellos los pagaban. Muy similar a lo sucede hoy con los policías en México, que en muchos casos deben pagar por sus balas y parte de su equipo.
Su reputación atravesó océanos. Así se ve en este relato extranjero de la vida mexicana que cuenta también con esa dosis de aquel que cree que su cultura es superior a otras:
"El sereno mexicano es generalmente un funcionario fiel y confiable y es complaciente con un extraño. Han hecho que las calles de la Ciudad de México sean tan seguras como las de París. Los sentidos de la vista y el olfato pueden ofenderse más a menudo, pero el bolsillo y la vida son igual de seguros."
¿Por qué sereno?
El sereno era parte del paisaje sonoro. Sus voces resonaban entre los muros y calles "Son las 12 y todo sereno" y así también sus silbatos –generalmente con malas nuevas–. Su nombre, entonces, deriva del anuncio de buenas noticias en una noche tranquila, sin revueltas climáticas o civiles.
Quizá te pueda interesar: 10 oficios muy mexicanos
Este oficio desapareció alrededor de los años 70 en México, después de un periodo de paulatina decadencia una vez llegado el alumbrado público eléctrico; ellos ocasionalmente se ocupaban también de prender los faroles de aceite.
Pero hoy viven en la palabra, en un dicho inspirado en vivencias lejanas. En esa incertidumbre que despierta la noche, cuando a lo lejos se movía una sombra amorfa, la gente se preguntaba "¿será el sereno?". Cuando hoy se ocupa esta frase es para referirse a una situación inasible, incierta.
Los códigos de los serenos
Este noble oficio, como muchos otros de aquel entonces hasta la fecha, hacía funcionar las ciudades desde la periferia. Es probable que haya muchos códigos que hayan quedado en el olvido, fuera de cualquier registro histórico, pero se cuenta que un sereno podía dar mal la hora para alertar a sus compañeros de que sucedía algo sin ser descubierto en el proceso. Pero quizá el más hermoso lo encontramos en las dinámicas que se dieron en las regiones pesqueras del país.
Si algo comparten todos los pescadores es la madrugada. Esa fracción del tiempo que se prepara para que despierte el día cuando aún no hay sol. Por esa necesidad que implica su trabajo, dejaban en ese entonces una cuerda amarrada afuera de su puerta. Este lazo tenía nudos que funcionaban como unidades de tiempo. Si había cuatro nudos en la cuerda, los serenos sabían que tenían que despertar al pescador a las 4 de la mañana.
Los serenos fueron reloj y despertador de su momento; iluminaban con las escuetas farolas que portaban pedazos de noche para espantar lo desconocido o indebido. Y aunque el oficio como tal ha desaparecido, es un recuerdo que sirve como ofrenda a todos los trabajos invisibles de hoy. Ese anonimato que siempre encuentra nombre y lugar cuando hay una comunidad que lo respalda.