Qué hay en esa idílica fotografía que presenta la nueva película de del Toro, sino la forma que toma el amor. Un pedazo de eternidad en el espeso escenario azul, la imagen de la inocencia en un escenario poco probable; un acto de rebeldía en tiempos de crisis.
The Shape of Water (La forma del agua) es el último filme del cineasta mexicano y una de las probables películas acreedoras a un Óscar. Ha sido ganadora al León de Oro del 74 Festival de cine de Venecia y recientemente fue apremiada como mejor película, mejor director, mejor diseño de producción y mejor banda sonora en los Critics’ Choice Awards. La cinta es, como varios de sus trabajos de del Toro, una fantasía atrapada en la realidad; el cuento de hadas donde los monstruos también son bellos, y la entelequia de una película romántica hollywoodense, que no se limita a engañar al espectador con la posibilidad de la ficción norteamericana sino que, demuestra el bellísimo alcance de la imaginación para producir nuestras propias quimeras.
La historia la hemos visto antes: un monstruo enamorado de una mujer (El monstruo de la laguna negra), un espíritu atrapado en un cuerpo horrendo (Frankenstein), un corazón bondadoso –y sin embargo “raro”– que desploma su vida ante la aparición de un ser quimérico (El laberinto del fauno) y una confianza en el amor como hace tiempo no la hemos creído.
Elisa Espósito (Sally Hawkins) –una mujer muda que trabaja como personal de limpieza en el Centro de Investigación Aeroespacial de Baltimore– encuentra increíblemente atractivo a un monstruo escamoso (Doug Jones) que han traído a los laboratorios desde el Amazonas para estudiar su calidad de anfibio. La ayuda de un tercer personaje, un pintor frustrado que considera, nació “demasiado tarde o demasiado temprano para este mundo”, es elemental para que Elisa ayude a escapar y regresar a su hogar a dicha bestia. El desenlace es por demás alentador, y del Toro nos comparte algunas escenas oníricas que en una historia hoollywoodense podrían pensarse visualmente imposibles.
La luz y los colores de una fotografía hermosa, revelan el fanatismo de del Toro por la estética steam punk y la posibilidad de crear a su antojo una historia en la que el monstruo-animal y la mujer humana son atraídos también sexualmente.
En La forma del agua existen muchos pasajes escondidos: la narrativa universal romántica es utilizada como un pretexto para desdoblar lo evidente: el amor inocente es rebeldía para los tiempos actuales. El contexto, inspirado en los Estados Unidos de los años 60, se alinea con la actualidad para denunciar al miedo como arma de guerra, y al racismo y el clasismo como fenómenos extraídos, paradójicamente, de una sociedad norteamericana que ha vivido en la ilusión de los bellos musicales de las películas clásicas de antaño, la misma generación de hombres y mujeres que hoy vivifican la frase Make America Great Again.
La idealización de Norteamérica a través de arquetipos como la música, los autos y la moda de aquella época contrasta con lo que es real: la posibilidad del amor noble, el imposible, el raro, el fuerte, el valiente.
Pero el amor también encuentra el reto en el diálogo del personaje consigo mismo. El monstruo no es un personaje principal, sino el espejo de los personajes alrededor. Es la desventura y la frustración para el Coronel Richard Strickland (una suerte de villano) que a ratos explora su humanidad; es el ingenio creativo del pintor Giles y toda esa inspiración que había guardado durante años, y es la capacidad de aceptar con felicidad la fealdad interior de la propia Elisa. Encontrar lo nuestro en lo otro –en el monstruo–, y alcanzar la felicidad y la armonía es el mensaje.
Esta es una historia en la que el amor se muestra como un acto de rebeldía en tiempos espesos. Si bien es difícil aceptarlo, hoy día el mundo afronta una etapa de transición delicada, donde difícilmente podemos dar una oportunidad a las formas impredecibles del amor real, pues la sociedad pesa: pesa la soledad, el miedo al fracaso, la eventualidad de parecer sujetos anormales, demasiado bondadosos o demasiado románticos, la desconfianza, el miedo, el rencor, y sin ser necesaria una sola palabra (como Elisa Espósito), pesa afrontar la vulnerabilidad de decir con una mirada te quiero.
No te pierdas esta increíble película que ya se encuentra en los cines mexicanos.