Son veinte kilómetros de curvas y pendientes empinadas entre la sierra de Juárez. Si sales en automóvil desde Mexicali rumbo hacia Ensenada, Tecate, Rosarito o Tijuana, vas subiendo, y cuando regresas la pendiente es hacia abajo. El paisaje es digno de una realidad de otro planeta, con piedras apiladas de todos tamaños y tonos formando las montañas.
Saliendo del desierto de Mexicali es notorio el cambio, de la planicie total, pasas el cerro del Centinela, la Laguna Salada seca, el retén militar, hasta que comienza la carretera con la primera curva de pendiente ligera hacia arriba. (Mexicali está bajo el nivel del mar; de 3 a 10 metros, según la ubicación de la persona).
Para quien nunca ha recorrido el trayecto suele sorprenderle porque pareciera que va incrementando su nivel de dificultad. Para quienes han crecido en Mexicali, y van a alguna junta de trabajo o de visita a otra parte de la Baja California, suelen avanzar sin pensarlo.
Los niños que se acostumbraron a salir del calor extremo del verano de Mexicali cuando la carretera era de un solo carril de ida y vuelta contaban los carros y trailers caídos a las faldas de cada montaña. Ahora volvieron el retorno de dos carriles, y con esto, disminuyeron los accidentes.
La siguiente es una descripción del regreso de este recorrido rumoroso:
Altitud 1210 pies. 20 km de curvas. "Bienvenido a Marte", bien pudiera leerse en un letrero en lo más alto. Las primeras curvas son sinuosas pero ligeras hasta que aparece una peligrosa. Mirador ojo de Águila 500 m. La curva que viene es casi una vuelta en U. La cadencia de un mar, como cuando sientes que ya no hay olas y luego vienen tres seguidas con fuerza, así van apareciendo las curvas.
Entre las montañas en lo más alto se yerguen una serie de abanicos gigantes girando, energía eólica, son los molinos que peleará el Don Quijote del siglo XXI. Aquí se aprecia la explanada, el valle desierto, un mar que se ha vuelto cenizas blancas. También desde acá ves las miniaturas de trailers doblándose en un ángulo cerrado cuando van por la curva pesada. Después cuando los rebasas por el carril izquierdo parecen los elefantes de la carretera, quisieras hacer una reverencia con todo y el auto. El sonido del freno de motor del camión es un elefante bramando.
En un día de nubes las puedes sentir cerca, son los suspiros de los viajeros mientras van admirando por la ventana; cuando no hay nubes se pinta una paleta sólida de tonalidades: azul cielo recortado por los picos que salen de las piedras blancas, rojizas, grises y color arena. Ves cirios y matorrales verde olivo junto a árboles que han quedado a la orilla de un barranco, a punto de caer, quedando petrificados en el borde, con sus hojas colgando hacia el precipicio.
Las piedras más grandes son como el lomo de un gigante que al intentar traspasar la montaña ha quedado fosilizado. Muchas de estas piedras gigantes fueron cortadas para que la carretera pudiera existir en el centro.
En las áreas de descanso están las familias que se han desviado del camino para observar, para contemplar la vastedad del terreno, y fotografiarse al aire libre; sobre todo en la temporada de verano finalmente se siente que se puede respirar al salir del auto.
Por un momento, entre las montañas, los rayos del sol acarician a los viajeros, mientras que la sombra endurece la siguiente parte del tramo, creando una realidad tridimensional. Curva peligrosa 200 m. Es más fácil subir esta carretera que bajarla, las personas se ponen muy nerviosas: frenan, avanzan, frenan, avanzan, sueltan el acelerador y el freno, y vuelven a avanzar. Cuando coinciden los autos, los conductores por poco aguantan la respiración mientras esperan continuar, o que el otro los rebase. La bajada es irse resbalando sobre una serpiente de piedra. Una vez que estás habituado te dejas llevar como el viento, la vida o la felicidad.
El escenario se balancea, estás de un lado, estás del otro, la balanza va cambiando, subes y bajas como columpiándote en el paisaje. El rumiar de las piedras. El rumiar de las nubes, o los viajantes susurrando sus sueños. El letrero anuncia la velocidad sugerida: 60 y 40 km por hora. La pendiente totalmente hacia abajo, la curva va hacia arriba y la montaña que se dispara hacia lo alto, mientras más allá hay una montaña más grande que desde acá se ve más pequeña.
Por todas partes hay alertas: curva peligrosa, focos, destellos, flecha, flecha, flecha, flecha, flecha grande y amarilla, vuelta, vuelta, vuelta… Es la fuerza del deseo, del vértigo. Curva peligrosa 100 metros. En una de las últimas hay muchas cruces, torres de luz, conos naranjas y botes amarillos, más flechas amarillas anunciando vuelta vuelta vuelta, hacia la derecha, vuelta vuelta vuelta, hacia la izquierda, y de nuevo a la derecha; la serie de eses desenrollándose, o una serie de erres rumiando, la idea de la vida, la idea la muerte, la idea de la suerte, todo lo que abarca la mirada hasta que el sol queda a las espaldas. Puente Las prietas. Una pequeña capilla blanca y vacía, la línea se ha vuelto recta, por el retrovisor los destellos que alumbran el resto del camino. 18:55 hrs.
Una vez que se ha terminado de bajar te vas integrando a la recta de regreso, en medio de la extensa planicie, rodeado de montañas azules a lo lejos. Por el retrovisor en la punta de la Rumorosa han quedado los abanicos ahora en miniatura. El aire es duro, hace vibrar las cajas de los trailers, las panzas de los elefantes. El cielo azul, la tierra café, todo se ha vuelto una paleta bicolor; así termina la Rumorosa mientras también el alrededor va oscureciendo.