Roberto Hernández es un mexicano que, además de participar activamente en el mundo del diseño editorial, ha llamado la atención por su invaluable fotografía con drone. El uso de estos vehículos aéreos no tripulados se ha popularizado considerablemente, porque las capturas logradas nos permiten dialogar con ese otro espacio desconocido que habita en nuestro territorio; una versión distinta del plano en el que nos encontramos.
Quien ha visto el mundo desde las alturas, sabe que el panorama es privilegiado, no sólo porque para conseguirlo, nos hemos apoyado de herramientas muy sofisticadas a lo largo de los años (los aviones, el drone, los globos aerostáticos e incluso el uso de palomas mensajeras), también porque en las alturas, aquello que nos parece caótico desde el suelo, adquiere un sentido muy distinto y una belleza peculiar, incluso geométrica.
En la fotografía de Roberto Hernández, cada persona, objeto y movimiento que compone a México —este precioso y diverso territorio— se desplaza y estructura en sincronía con su propio ritmo. El resultado de sus tomas —de nuestra cotidianidad—, es una estruendosa y divertida sinfonía; con cadencias inesperadas y múltiples momentos de improvisación.
Pero, a ojo de pájaro, nuestra geografía, biodiversa y cambiante, combinada con la arquitectura de numerosos estilos, conforman la hipnotizante tierra de patrones que es México. Cada cosa, hasta los ritmos caóticos de nuestro país, responden a un principio de orden, a veces oculto, pero que, expuesto por una visión ambiciosa —como la de Roberto Hernández, siempre buscando las simetrías— puede resultar en un bello recordatorio de que en México, hasta las cosas más caóticas, encuentran siempre un lugar propio.