El origen del universo no vino del espacio, sino del agua, o al menos esto era lo que pensaban algunas culturas mesoamericanas. La existencia de un tetzacualco (adoratorio) en las faldas del volcán es, probablemente, una prueba de esto. Sobre todo si se observan los restos de este sitio, el cual está en medio de un estanque natural y, cuya ubicación subacuática, sugiere que es una representación de los tiempos primigenios, cuando la tierra y el cielo nacían de Cipactli (el monstruo de la tierra).
El adoratorio, el cual se considera que tiene más de mil años, ha sido investigado desde el siglo XVI. Entre algunos de los arqueólogos que sucumbieron al misterio de este estanque estuvieron: el explorador Desiré Charnay, quien en el siglo XIX recorrió el Iztaccíhuatl y el arqueólogo José Luis Lorenzo, hombre que en 1975 lo describió a detalle, situó su temporalidad en el período Tolteca y realizó un registro de diversos fragmentos que recolectó en su superficie. Por último, otro de los viajeros en conocer este lugar fue Stanislaw Iwanizewski, quien en 1986 recuperó una colección importante de objetos cerámicos.
No obstante, es hasta ahora, que con las nuevas excavaciones, lideradas por la arqueóloga Iris del Rocío Hernández Bautista, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se han hecho los análisis más exhaustivos.
Entre los hallazgos del equipo de Bautista se encontraron cerámica y artefactos de piedra que datan de hace mil años. También se descubrieron navajillas prismáticas de obsidiana, fragmentos de artefactos de pizarra y algunos objetos de esquisto gris y rosa, en los que se examinarán las huellas de uso y procedencia de materias primas.
Respecto a la naturaleza del sitio y los rituales que se llevaban a cabo en éste, Iris del Rocío explicó que probablemente había un control ritual del agua que provenía de manantiales cercanos para rociar el estanque y crear el efecto visual de una atmósfera del inicio de los tiempos, un microcosmos único en el que el tiempo pareciera haberse detenido.
Pero no sólo el recinto conserva un aura de misticismo y magia. Los alrededores de la zona, igualmente guardan un vínculo con los denominados rituales del espejo —el efecto provocado del estanque —lo cual lleva a pensar que toda esta zona podría ser una representación de los cuatro rumbos del universo y su centro, el encuentro de los planos cósmicos.
*Referencia de imágenes: INAH