El México actual es uno de los pocos países a nivel mundial donde se tiene una fiesta relacionada con la muerte. Podemos afirmar que los mexicanos tenemos una visión muy compleja de dicho fenómeno. Esta situación era algo muy común entre los pueblos originarios o prehispánicos. Para ellos la muerte no era algo que temer, simplemente era parte de un ciclo de regeneración. La muerte daba vida, fertilizaba la tierra, alegraba los marchitos corazones de los dioses e incluso era una promesa de una mejor existencia. A diferencia del catolicismo y de las religiones monoteístas que nos dicen que dependiendo de la forma en que vivimos, iremos a diferentes espacios del "más allá", (como el infierno, el purgatorio o el cielo) en la religión politeísta de los mexicas lo dictaba la forma y las circunstancias en que morías. Por ejemplo, si morías en batalla o sacrificado te dirigirías a un lugar diferente al que irías si hubieras muerto por un trueno, ahogado, o de viejo. En este breve texto mencionaremos los 4 espacios a los que podían ir los antiguos nahuas después de la muerte.
El primer espacio era el Tlalocan, la morada de la deidad Tláloc y de sus acompañantes, los Tlaloques. Un espacio lleno de agua, de vegetación, de neblina y de lluvia. En otras palabras el paraíso añorado por cualquier campesino de la antigüedad. A este lugar se dirigían los que morían por un rayo, ahogados, o por enfermedades de la piel como lepra, sarna, bubas, gota e hidrópicos. Incluso, aquellos que morían ahogados no eran incinerados, sino enterrados ya que los sacerdotes mexicas pensaban que sus cuerpos habían sido tocados por los Tlaloques y requerían un tratamiento especial. Esto debido a la hinchazón, al color azul que tomaba la piel y a la ausencia de ojos y lengua en muchas ocasiones. Parece que este concepto es antiguo, ya que existe un mural en el complejo habitacional de Tepantitla en Teotihuacán donde, de acuerdo a varios investigadores entre ellos Alfonso Caso, se recrea la visión idílica del Tlalocan. Aunque existe otra teoría que dice que dicho mural representa la vida cotidiana de la gran Tollan.
Fragmento del mural llamado "El Tlalocan". Tepantitla, Teotihuacan.
El segundo lugar era el paraíso solar llamado Tonatiuhichan a donde iban todos aquellos que habían muerto durante el combate o sacrificados en el altar de alguna deidad. Sahagún lo relata así en laHistoria general de las cosas de la Nueva España, Libro III:
Los que se van al cielo son lo que mataban en las guerras y los cautivos que habían muerto en poder de sus enemigos: unos morían acuchillados, otros quemados vivos, otros acañavereados, otros aporreados con palos de pino, otros peleando con ellos, otros atábanles teas por todo el cuerpo y poníanlos fuego y así se quemaban.
Aquellos hombres que morían de esta forma estaban destinados a acompañar a Tonatiuh, el sol, desde el amanecer hasta su cenit, entonando cantos y bailando con el corazón inflamado de alegría. Posteriormente, quienes acompañaban al sol del cenit hasta su ocaso eran las mujeres divinas o cihuateteo. Se trataba de aquellas que habían perdido la vida en otro tipo de batalla, al dar a luz a su primer hijo. Eran consideradas grandes combatientes y en igualdad con los grandes guerreros que ofrecían su vida en el campo de batalla. Incluso los jóvenes guerreros buscaban cortarle el dedo índice al cadáver de estas mujeres para portarlo como un talismán de valor durante sus primeras batallas. Cito a Sahagún nuevamente sobre el tratamiento que le daban al cuerpo de una mujer fallecida durante su primer parto:
"jabonábanla los cabellos y la cabeza, y vestíanla de las vestiduras nuevas y buenas que tenía, y para llevarla a enterrar su marido la llevaba a cuestas donde la habían de enterrar o incinerar… luego se juntaban todas las parteras y viejas y acompañaban el cuerpo; iban todas con rodelas y espadas y dando voces, como cuando vocean los soldados al tiempo de acometer al enemigo, y salíanlas al encuentro los mancebos que se llamaban telpochtin, y peleaban con ellas por tomarlas el cuerpo de la mujer, y no peleaban como de burla o como por vía de juego sino peleaban de veras".
Como lo mencioné antes, esta batalla que se daba en las calles de Tenochtitlán y Xaltilolco era para robarles un dedo o su cabello. Es importante mencionar que los guerreros después de acompañar durante cuatro años al sol regresaban a la tierra como aves de hermoso plumaje, más específicamente como colibríes para deleitarse por siempre con el aroma y el néctar de las flores.
El tercer lugar al que se podía ir después de muerte entre las sociedades nahuas del posclásico era al famoso Mictlán, el espacio sin ventanas, el lugar de la obscuridad donde residía Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl o Mictlancihuatl. Se dirigían a dicho lugar quienes morían de viejos o por enfermedades comunes. Los nahuas creían que cuando el sol se hundía por el oeste, era porque iba a alumbrar a los muertos. De esta forma Tonatiuh se volvía un sol del inframundo.
Representación de Mictlantecuhtli. Encontrado en la Casa de las Águilas
Cuando una persona moría bajo estas circunstancias se le recogían las piernas, se las amarraban, para posteriormente cubrir el cuerpo con mantas de algodón si era noble o mantas ixtle si era común. Posteriormente se le derramaba agua en la cabeza al tiempo que se le decía "Esta es la que gozasteis viviendo en el mundo". Era parte del ritual colocarle una piedra verde en su boca para que fuera un receptor de su tonalli o energía vital cuando abandonara el cuerpo. Antes de incinerar el bulto mortuorio se sacrificaba un perro para que acompañara al difunto hasta el Mictlán. Finalmente se incineraba el cuerpo junto con las diversas ofrendas que se le habían otorgado al difunto, no sin antes haber alanceado o golpeado el bulto mortuorio. Es importante aclarar que el sacrificio del perro, de preferencia de color bermejo se debía al trayecto que tenía que realizar el muerto para llegar a su hogar de eterno descanso el Mictlán. Este trayecto consistía en atravesar el lugar donde las dos montañas chocan entre sí, ocho páramos, ocho collados, el lugar de la lagartija verde y el de la serpiente, el lugar donde sopla el viento frío de navajas, un lugar donde eran atacados por felinos y finalmente atravesar montado y auxiliado por el perrito bermejo el río llamado Chiconahuapan.
Otros nombres del Mictlán son Tocenchan y Tocenpapolihuiyan que significa "nuestra casa común" o "nuestra casa común de perderse". También Ximoayan "donde están los despojados, los descarnados" o simplemente Huilohuayan " donde todos van".
Existía un último lugar que existía más allá de la vida de acuerdo a la cosmovisión mexica y estaba reservado para los niños que no podían valerse por sí mismos o que eran de cama. Llevaba el nombre de Chichihuacuauhco. En dicho lugar existían arboles con senos femeninos que surgían de sus troncos y ramas derramando gran cantidad de leche. En este espacio los pequeños difuntos se alimentaban y se preparaban para regresar a la tierra y tener una segunda oportunidad de vida. Sahagún en sus Primeros Memoriales lo describe así:
" El que moría muy niñito y era una creatura que estaba en la cama se decía que no iba allá al mundo de los muertos, sólo iba allá al Xochatlapan. Dizque allí esta erguido el árbol nodriza, maman de él los niñitos, bajo él están haciendo ruido con sus bocas los niñitos , de sus bocas viene a estarse derramando leche"
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*Imagen: 1 y 3) sabbhat.deviantart.com/art/Mictlantecuhtli-404002165
*Fuentes:
Matos Moctezuma, Eduardo, Muerte a filo de obsidiana, SEP, México, 1986, 153 pp.
De Sahagún, Bernardino, Historia general delas cosas e Nueva España, Porrúa Sepan cuantos…,México, 2006, 1061 pp.
Graulich, Michel, El sacrificio humano entre los aztecas, FCE, México, 2016, 477 pp.