Quizá el factor que explica el que 400 españoles y quince caballos avanzaran sin ser avasallados en el trayecto a una ciudad como México-Tenochtitlán, sea la confusión y el resentimiento. Los presagios funestos que desde años antes habían estando dándose en Tenochtitlán, sumados a la antigua creencia de que el dios bueno Quetzalcóatl volvería, crearon la idea de que los recién llegados eran dioses. Lo anterior, más el fundamental apoyo de los tlaxcaltecas, que aliados a Cortés, vengaban su sometimiento a los mexicas, valieron la derrota de estos últimos.
Los españoles llegaron a Tenochtitlán y escondieron sus verdaderas intenciones hasta que, como se relata en el Códice Ramírez o el Códice Aubin, en la matanza del Templo Mayor se dio la traición durante la fiesta de Tóxcatl por órdenes de Pedro de Alvarado, mientras Hernán Cortés había salido de la ciudad.
En ese entonces los mexicas tenían en sus casas a los españoles, pero estos no habían mostrado intenciones directas de guerra. Tenemos pues, a una ciudad confundida. Nadie esperaba lo que estaba pasando adentro del Templo Mayor, nadie lo creía.
Y cuando se supo fuera, empezó una gritería:
Capitanes, mexicanos… venid acá. ¡Que todos armados vengan: sus escudos, insignias, dardos!… ¡Venid acá deprisa, corred: muertos son los capitanes, han muerto nuestros guerreros!… Han sido aniquilados, oh capitanes mexicanos.
Cuando se conoció la intención de guerra, Moctezuma se negaba a que su pueblo peleara. Muchos lo llamaban cobarde (de hecho se dice que pudo haber muerto por un apedreo de su propia gente). Según los relatos de Fernando de Alva Ixtlixóchitl:
A punto fijo no se supo cómo murió Motecuhzoma: Dicen que uno de ellos (de los indios) le tiró una pedrada de la cual murió; aunque dicen sus vasallos que los mismos españoles lo mataron y por las partes bajas le metieron la espada.
La conquista de Tenochtitlán en realidad se prolongó durante más de un año. Los españoles llegaron a la ciudad el 8 de noviembre de 1519. En intervalos y en estas cruentas luchas se sabe que los de Tlatelolco fueron de los más reacios en rendirse, y en particular hubieron 3 guerreros aztecas que sobresalieron por su valentía y astucia. Los españoles mucho les temían según nos narra Miguel León Portilla apoyado en las versiones de los informantes de Bernardino de Sahagún:
Solo hubo tres capitanes que nunca retrocedieron. Nada les importaban los enemigos; ningún aprecio tenían de sus propios cuerpos.
El nombre de uno es Tzoyectzin, el del segundo es Temoctzin y el del tercero es el del mentado Tzilacatzin.
Pero cuando los españoles se cansaron, cuando nada podían hacer a los mexicanos, ya no podían romper las filas de los mexicanos, luego se fueron, se metieron a sus cuarteles, fueron a tomar reposo.
De Tzilcatzin, Miguel León Portilla en su Visón de los Vencidos dedica un apartado completo. Tzilcatzin se disfrazaba y causaba con su actitud y bravura gran temor a los españoles. A continuación transcribimos esta memoria de este gran guerrero:
El capitán mexica Tzilacatzin Tzilacatzin gran capitán, muy macho, llega luego. Trae consigo bien sostenidas tres piedras: tres grandes piedras, redondas, piedras con que se hacen muros o sea piedras de blanca roca. Una en la mano la lleva, las otras dos en sus escudos. Luego con ellas ataca, las lanza a los españoles: ellos iban en el agua, estaban dentro del agua y luego se repliegan. Y este Tzilacatzin era de grado otomí.65 Era de este grado y por eso se trasquilaba el pelo a manera de otomíes. Por eso no tenía en cuenta al enemigo, quien bien fuera, aunque fueran españoles: en nada los estimaba sino que a todos llenaba de pavor. Cuando veían a Tzilacatzin nuestros enemigos luego se amedrentaban y procuraban con esfuerzo ver en qué forma lo mataban, ya fuera con una espada, o ya fuera con tiro de arcabuz. Pero Tzilacatzin solamente se disfrazaba para que no lo reconocieran. Tomaba a veces sus insignias: su bezote que se ponía y sus orejeras de oro; también se ponía un collar de cuentas de caracol. Solamente estaba descubierta su cabeza, mostrando ser otomí. 65 Otomí: como se indica en el texto, con esta palabra se designaba un grado, dentro de la jerarquía militar de los mexicas. Pero otras veces solamente llevaba puesta su armadura de algodón; con un paño delgadito envolvía su cabeza. Otras veces se disfrazaba en esta forma: se ponía un casco de plumas, con un rapacejo abajo, con su colgajo del Águila que le colgaba al cogote. Era el atavío con que se aderezaba el que iba a echar víctimas al fuego. Salía, pues, como un echador de víctimas al fuego, como el que va a arrojar al fuego los hombres vivos: tenía sus ajorcas de oro en el brazo; de un lado y de otro las llevaba atadas en sus brazos, y estas ajorcas eran sumamente relucientes. También llevaba en las piernas sus bandas de oro ceñidas, que no dejaban de brillar. Y al día siguiente una vez más vinieron. Fueron llevando sus barcas al rumbo de Nonohualco, hasta junto a la Casa de la Niebla (Ayauhcalco). También vinieron los que andan a pie y todos los de Tlaxcala y los otomíes. Con grande ardor se arrojaron contra los mexicanos los españoles. Cuando llegaron a Nonohualco luego se trabó el combate. Fue la batalla y se endureció y persistió el ataque y la guerra. Había muertos de un bando y de otro. Los enemigos eran flechados todos. También todos los mexicanos. De un lado y de otro hubo gran pena. De este modo todo el día, toda la noche duró la batalla. Sólo hubo tres capitanes que nunca retrocedieron. Nada les importaban los enemigos; ningún aprecio tenían de sus propios cuerpos. El nombre de uno es Tzoyectzin, el del segundo es Temoctzin y el tercero es el mentado Tzilacatzin. Pero cuando los españoles se cansaron, cuando nada podían hacer a los mexicanos, ya no podían romper las filas de los mexicanos, luego se fueron, se metieron a sus cuarteles, fueron a tomar reposo. Siguiéndoles las espaldas fueron también sus aliados.
*Imagen: Guerreros aztecas /Códice Mendoza