Ideas míticas, estéticas, lúdicas y de reflexión han permeado al ideograma laberíntico de una identidad cuasi inasible. Los laberintos orillan a las mentes a una extraña y secreta necesidad por desafiar la complejidad del entendimiento. Y en el camino a ese entendimiento, a la búsqueda de la esencia –cualquiera que sea para cada mente– está la reflexión, de la mano de hermosas metáforas que nos permiten avistar esos laberintos en los pensamientos, en las palabras, en los sueños pero también en su exterior: la naturaleza. Jorge Luis Borges, en su obra El Aleph, nos advierte que el laberinto más grande del mundo es el desierto. Y hay quienes afirman que el mismo México lo es.
Existe un número transfinito de maneras para fabricar laberintos, pero el más popular quizás sea el que se ha materializado con muros verdes en el núcleo de jardines hermosos. Atender a un laberinto –ya sea en boceto, fotografía o presencial– es una experiencia enriquecedora que invita al lector de símbolos a transitar por sus encrucijadas envestidas de misterio.
Para quien gusta de reflexionar en torno a la complejidad del desafío y a la sencillez de su respuesta, compartimos una serie fotográfica de los laberintos que se han construido físicamente en México: