Amo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces amo el color del jade,
y el enervante perfume de las flores; Pero amo más a mi hermano el hombre.
Nezahualcóyotl
Por algo el poeta más famoso de habla náhuatl, guerrero y un artista sensiblísimo, Nezahualcóyotl, inicia su poema más conocido con una alusión al cenzontle (Mimus polyglottos) (aunque existen ciertas versiones que niegan la autoría de este). La maravilla es la reacción inminente cuando uno escucha con atención su canto (que son cientos de cantos).
Su nombre, que también nos muestra la observación minuciosa de las culturas de habla náhuatl, significa Ave de las 400 voces, y viene de las palabras centzontli (“Cuatrocientos”) y Tototl (“Pájaro, ave"). Ahora la ciencia nos dice que esta ave, que curiosamente no es tan vistosa en su estética, canta repertorios de entre 50 y 200 canciones; su nombre latino es polyglottos, que significa muchas lenguas.
Es la ave imitadora, capaz de no solo repetir el canto de otras aves, también de otros animales e incluso ruidos de máquinas. Oriunda de América del Norte, el cenzontle suele posarse solo en los lares más altos y puebla para nuestra fortuna también las ciudades.
Entre sus curiosidades hermosas, llama también por las noches, y particularmente durante el crepúsculo de la mañana cuando el sol ya se avista sobre el horizonte. Suele cantar en círculos, para poner en evidencia su territorio, y cuando vuelve a posarse en un sitio alto, persiste con la nota que emitía.
Es parte de la mitología purépecha (indígenas que habitan primordialmente en Michoacán), y forma parte de la siguiente leyenda. Cuando Nana-Kuerari (diosa de la Tierra) estaba esperando un hijo, quedó fascinada por el canto del cenzontle. Nana-Kuerari pintaba miles de colores a las aves de la Tierra, mientras el cenzontle posado en su hombro cantaba. Como este quedó al final del ejercicio, y la pintura se había terminado ya, entonces los dioses lo premiaron con 4 voces adicionales para que cantara también a los dioses del viento, o el aire (Tariatacha) y el agua (Tiripime-jhuarencha).
Quizá junto con el quetzal, por su flamantes plumas de colores eléctricas, y el cenzontle por sus hermosos sonidos, son las aves más amadas de las culturas prehispánicas.