"El mapa no es el territorio", aseguró Alfred Korzybski, pero ciertamente un mapa es muchas otras cosas. Además de ser obras de arte en sí mismas, los mapas son una celebración de la imaginación, que logra representar algo irrepresentable en un plano; y, también, narrativas gráficas que, a lo largo de su existencia, han sabido hablar sobre el poder, el tiempo e incluso sobre los miedos más arraigados de la humanidad. Con los siglos, se volvieron depositarios de muchos tipos de información, no solamente cartográfica —es el caso de esta bella colección de mapas de algunos territorios que hoy son parte de México, hechos en siglo XVI.
En la década de 1580, el rey español Felipe II, conocido como "el prudente", se vio en la necesidad de mapear (y así conocer) el inconmensurable territorio americano que había heredado de su padre, el rey Carlos V; este vasto imperio era, entonces, completamente desconocido para él.
De este esfuerzo, nombrado por los conquistadores relaciones geográficas, nacieron estos peculiares mapas: piezas de arte y documentos administrativos de uno de los imperios más grandes de nuestra era. En 1937, los planos fueron subastados por los hijos de un coleccionista mexicano y hoy habitan la Universidad de Texas, en Austin. Son parte de una división dedicada al arte latinoamericano, la LLILAS Benson Latin American Studies and Collections.
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Siendo que un viaje trasatlántico tenía enorme implicaciones y peligros, Felipe II decidió lanzar una encuesta que contenía 50 preguntas para conocer mejor sus tierras en América. Esto sucedió pocas generaciones después de la llegada de los primeros invasores europeos, tras lo cual el territorio se llenó de administradores que respondían al rey de España.
Los cuestionarios fueron distribuidos entre las poblaciones del Nuevo Mundo y pretendían recabar información de todo tipo —desde la historia de cada poblado, sus epidemias y quién había sido su conquistador, hasta características naturales del lugar (volcanes, lagunas, árboles frutales, puertos, ferocidad del mar, herbolaria) y cómo éstas eran explotadas por sus habitantes.
La respuesta a estos cuestionarios muchas veces era extensa y llenó manuscritos enteros, ricos en información que trascendía lo cartográfico y la mera descripción de los territorios, algo que explica la profunda singularidad de los mapas que resultaron de ellas. De hecho, esta colección cartográfica constituye sólo la respuesta a la pregunta número 10 del censo, que pedía una "pintura" o representación visual de los pueblos —una solicitud que, además, dio una clara libertad representativa a los “cartógrafos”.
Además, muchos de estos mapas utilizan lenguas indígenas, como el náhuatl. Aunado al tipo de iconografía utilizada, los expertos sostienen que la gran mayoría de estos planos fueron hechos por nativos del México prehispánico, algo que abrevó necesariamente de sus propias prácticas cartográficas (a pesar de algunos ecos claros y sincréticos del arte europeo) y los convierte en una hermosa muestra de cómo los lugares fueron reimaginados simbólicamente por sus habitantes.
Se sabe, además, que quienes hicieron estos mapas eran miembros privilegiados y poderosos de sus sociedades: la práctica de hacer mapas tenía implicaciones esotéricas en estas sociedades, por el mero acto de condensar el conocimiento en un lenguaje gráfico y hacerlo visible.
No se sabe a ciencia cierta si estas pinturas llegaron a manos del rey o cuál fue su opinión sobre ellos, pero es un hecho que carecen de ciertos elementos básicos, como medidas longitudinales e indicaciones de latitudes, información necesaria para hacer un mapa de estos territorios.
A pesar de ello son fascinantes: cuadrículas que describen las calles de manera sobria; representaciones de montañas y sus alturas; acueductos; edificaciones; poblaciones de plantas, e incluso descripciones gráficas de cómo los lugares habían cambiado con el paso del tiempo son sólo algunos de los métodos a los que los encuestados recurrieron para responder la pregunta 10 del censo del rey español.
El mapa no es el territorio, pero sí es un ejercicio de imaginación y de poder. En el caso de estos antiguos planos, se trata de una representación de la identidad de pueblos en un tiempo en el que su futuro cambió ineludiblemente, y cuyo simbolismo ha quedado plasmado con hermosos pigmentos sobre papel o piel de venado.
Imágenes:
LLILAS Benson Latin American Studies and Collections.
Fuentes: