La obsidiana, un vidrio volcánico, fue materia fundamental entre los antiguos pueblos mesoamericanos. Sustancia oscura pero traslúcida, de arcana belleza e increíblemente receptiva a la mano que la talla, la obsidiana fue axioma en la realidad de mexicas, mayas, purépechas, toltecas y otras sociedades de Mesoamérica.
La dureza y la fragilidad se combinan en la obsidiana para darle su principal cualidad: la forma en la que se rompe, siempre recta, y en capas agudas –ideal para cultivar lo punzante y filoso, y por ende el camino más corto a la sangre. Instrumento de la noche, asociado al frío y al viento, a lo que atraviesa y corta, al filo de obsidiana quizá pueda desmembrarse este plano para enlazarte con otros y así consumarse como herramienta de sublimación. Al menos tres deidades del panteón mexica, y otras tanto del resto de culturas mesoamericanas, estaban estrechamente ligadas a este material.
La obsidiana y los dioses
Tezcatlipoca, divinidad decisiva entre los mexicas, porta un espejo humeante de obsidiana, mientras administra la oscuridad, la confusión, y lo sublime. Itzpapálotl (la mariposa de obsidiana o mariposa con garras), entidad probablemente murciélaga, deidad guerrera y paciente, sabia, astral y nocturna, es otra de las formas divinas entre las que la obsidiana es componente esencial. También, está Itztlacoliuhqui o Itztlacoliuhqui, “hoja de obsidiana curva o cuchillo torcido de obsidiana”, regidor de la justicia y los desastres, y quien junto a los otros dos forma una suerte de trinidad (nacimiento-vida-muerte), en la cual él representa el final del camino.
Arde, cae en mi: soy la fosa de cal
viva que cura los huesos de su pesadumbre. Muere en mis labios. Nace en
mis ojos. De mi cuerpo brotan imagenes: bebe en esas aguas y
recuerda lo que olvidaste al nacer. Soy la herida que no cicatriza, la
pequena piedra solar: si me rozas, el mundo se incendia.
Toma mi collar de lagrimas. Te espero en ese lado del tiempo en
donde la luz inaugura un reinado dichoso: el pacto de los gemelos
enemigos, del agua que escapa entre los dedos de hielo, petrificado
como un rey en su orgullo. Alli abrirás mi cuerpo en dos,
para leer las letras de tu destino.
Fragmento de “Mariposa de Obsidiana”, Octavio Paz.
De las entrañas de la Tierra
La obsidiana es un vidrio que se gesta cuando durante el enfriamiento acelerado de lava con una alta presencia de aluminio y sílice. Generalmente su color tiende al negro o al gris, pero cuando hay concentración de otro componente, por ejemplo óxido férrico, entonces puede desplazarse hacia los rojos y ocres, o en otros casos al verde y morado. En México, quizá el más famoso yacimiento de obsidiana es la llamada “sierra de las navajas o cuchillos”, bautizado así por Alexander Von Humboldt, y que corresponde a la región sureste del estado de Hidalgo (Tulancingo, Huasca de Ocampo, y Singuilucan, entre otros).
Rituales de obsidiana
Las cualidades físicas de la obsidiana hicieron de esta un material recurrido en la elaboración de instrumentos varios, la mayoría punzo cortantes, incluidas armas, como puntas de flecha, lanzas y cuchillos, ya fuera para la guerra y los rituales, por ejemplo sacrificios. Sin embargo, la obsidiana fue también popular en la elaboración de instrumentos de uso mágico, comenzando por los espejos: la claridad que obtiene su superficie al ser tallada, y su negrura trascendental, fueron particularmente apreciadas en este sentido.
El gran alquimista de la corte de la Reina Isabel I, John Dee, presumió entre sus instrumentos mágicos un espejo exquisitamente tallado en obsidiana, y que supuestamente servía para ver “más allá” y conjurar espíritus. Al parecer, antes de llegar a Inglaterra, el espejo había sido empleado como objeto ritual entre los mexicas –quizá asociado al culto a Tezcatlipoca–. Desde 1966 el espejo está exhibido en el Museo Británico, en Londres. Espejos, péndulos, esferas y otros objetos de obsidiana se emplean hasta la fecha en diversas tradiciones esotéricas y rituales populares en México.
Las banderas se entrelazan en la llanura, las flores de obsidiana se entrecruzan, llueve la greda, llueven las plumas: sé que anda allí Tlacahuepan. ¡Viniste a ver lo que quería tu corazón: la muerte al filo de obsidiana! Por muy breve tiempo se tiene prestada la gloria de aquel por quien todo vive: ¡se viene a nacer, se viene a vivir en la tierra! Con tu piel de oro con jades esparcidos ya eres dichoso en medio del campo de combate. ¡Viniste a ver lo que quería tu corazón: la muerte al filo de obsidiana!
“Canto de los guerreros”, poema nahua anónimo .