Cuando el mundo fue creado, no existía nada. Solo reinaba la oscuridad, como en la noche. Entonces llegó un hombre-coyote-luna —Meltí ipá— y lo hizo todo.
Así se cuenta el origen en kiliwa, un idioma mexicano que está a punto de desaparecer. De él solo quedan 3 hablantes y aún habitan en el pueblo de Arroyo de León en Ensenada, Baja California; el lugar que vio a su lengua nacer.
Al narran sus historias —las del pasado y las cotidianas— los kiliwas sugieren un sentimiento que muchos hablantes de idiomas mexicanos están experimentando en el presente: la soledad inmensa de ya no tener "con quien platicar". Hasta hace poco los kiliwas eran 4, pero el tiempo ha hecho lo propio y la familia recientemente se despidió de Hipólita, hablante que murió el 30 de abril de 2019 a los 93 años.
Y aunque la noticia no resuene suficiente, es potente imaginar que solo 3 personas son ahora herederas de una lengua y de una forma de estructurar el mundo; con sus mitos, sus dioses, sus conceptos y sonidos que en unos años podrían ser pronunciados por última vez. Pero a pesar de la inminente pérdida, en su hablar hay resistencia.
Leonor Farlow, la última mujer que habla en kiliwa, no abandona la esperanza de dejar tras ella su rastro. Junto a Arnulfo Estrada Ramírez (cronista de Ensenada) colaboró en la creación de un diccionario ilustrado que puede ser utilizado para que cualquiera aprenda los principios del kiliwa. Sin embargo, como ella misma reconoce, este idioma no es sencillo y aprehender profundamente la manera en que abstrae el mundo no es cualquier reto.
En ese sentido, afirman Arnulfo y Leonor, este es "el ocaso de la antigua lengua kiliwa". Ellos consideran que cualquier esfuerzo contemporáneo llega tarde a una historia de pérdida de territorios; migración hacia los centros urbanos (por distintas necesidades socioeconómicas), y —sobre todo— discriminación social y falta de reconocimiento oficial.
Está claro que, como afirma la lingüista Yásnaya Elena, ningún idioma indígena muere en paz. Pero aunque esta nota nos deje con un sabor relativamente amargo, debería servir también para pensar sobre la forma en que nos involucramos en asegurar el derecho de otros a habitar el mundo bajo sus términos particulares.
Hay lenguas, personas, formas de hablar y concebir la vida para las que aún no es demasiado tarde.