La conformación de la sociedad es en esencia un canal de supervivencia: tanto físico como afectivo. El hombre ha debido aceptar su “dependencia” a la sociedad, considerando lo complejo que es subsistir aislado –ello sin mencionar que somos gregarios por naturaleza. En la sociedad existe la diversidad, de oficios, productos y servicios, y en esta amalgama es posible satisfacer necesidades básicas que resulta prácticamente imposible abastecer de manera individual.
Por ello el intercambio ha sido parte de la historia de la humanidad. Por medio de este los individuos se hacen de servicios o productos de los cuales se carece y, al disponer de otros, se genera un valor que promueve este intercambio.
En el México prehispánico el trueque fue el método más generalizado para hacerse de productos y servicios –aunque sobre estos últimos existieron importantes modelos colaborativos en los que la comunidad se involucraba para resolver las necesidades de un miembro y luego este formaba también parte de las labores cuando otra persona de la comunidad lo requería. Entre los nombres de estos tipos de colaboración están: el tequio y el ipalnemohuani, por mencionar solo un par.
Aunque generalmente el comercio se hacía simplemente por medio del trueque, también habían monedas aceptadas como el cacao, las mantas o las hachas de cobre. Y el sitio por excelencia donde en diversas partes de Mesoamérica las personas confluían para hacer estos intercambios comerciales eran los tianguis, cuya palabra proviene de ti?nquiz(tli), que significa mercado.
Tan eran imprescindibles los tianguis en la cultura mesoamericana, que cuando los españoles llegaron a Tenochtitlán, y vieron en el de Tlatelolco a más de 60 mil personas en actividad comercial (y cultural) supieron de inmediato que la ciudad sería tomada solo cuando fuera también sitiada esta plaza.
Los tianguis eran un lugar determinante de reunión. Allí de algún modo se conocía la biodiversidad de tierras lejanas, de lenguas, de creencias. También allí se reafirmaba la identidad, o bien, se nutría de otras influencias.
Era tan importante, que, por ejemplo en Tenochtitlán, a los días de tianguis asistía un consejo encargado de resolver las disputas mercantiles. Se congregaba en torno a ellos tal cantidad de gente, que se hacía indispensable un aparato de justicia presente y contundente en un evento de esta envergadura. Según nos narra la investigadora de la Universidad Autónoma de Campeche, Pascale Villegas, en su artículo Del Tianguis Prehispánico al Tianguis Colonial: Lugar de Intercambio y Predicación (Siglo XVI):
Una de las constantes en los escritos de los primeros conquistadores que visitaron México-Tenochtitlan guiados por Moctecuzoma y los suyos, fue la admiración que sintieron cuando a la vuelta de una de las calzadas toparon con la gran plaza del mercado de Tlatelolco. Cortés y el Conquistador Anónimo, dos de los testigos oculares, no esconden en sus escritos su estupefacción, se quedaron boquiabiertos ante el número incalculable de personas reunidas. Los primeros testigos oculares avanzan la cifra de entre 40 000 y 60 000 personas. (Cortés, Cartas de Relación, Segunda Carta: 63).
También, como eran tan importantes, incluso luego de la conquista, los españoles levantaron centros religiosos cerca de estos mercados. Hoy los tianguis continúan siendo imprescindibles en la cultura mexicana: un estudio del Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) de 2015 arrojó que hasta el 65% de los mexicanos considera que las frutas, verduras, carnes y pescados son de mayor calidad y "más frescos" en los tianguis y mercados en comparación con los supermercados.
Según estudios de la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Amalia Attolini Lecón, aún hoy existen tianguis cuyo origen fue prehispánico, como el caso del mítico mercado de la hermosísima Cuetzalan (Puebla); Tianguistenco y Otumba (Estado de México); Tenejapa y San Juan Chamula (Chiapas); Chilapa (Guerrero); Zacualpan de Amilpas (Morelos) o Ixmiquilpan (Hidalgo).
La cultura de los tianguis permitió el intercambio de ideas y la confluencia de sociedades disímiles; hoy aún los asociamos con productos de la región, los vinculamos a México, incluso al México Profundo; son una ventana al mundo rural y artesanal, también a la biodiversidad. Jamás será lo mismo la experiencia comercial en un tianguis que en un supermercado, y es que aquí confluyen épocas, usanzas arraigadas y la diversidad social del país.
“Ir al tianguis” es una invitación a la identidad, a la cultura desde el comercio cuando se mira desde el valor de lo ancestral, lo cotidiano, lo diverso: esta última es su exquisita constante.
Y también, comprando en un tianguis se fortalece al mercado interno, lo que conlleva a una economía más sólida, menos dependiente de otros países.
*Imágenes: 1) La Gran Tenochtitlán, mural de Diego Rivera en el Palacio Nacional; 2) Fragmento de la maqueta que representa al Mercado de Tlatelolco en el Museo Nacional de Antropología e Historia