Alberto Kalach se ha convertido en un referente clave, no sólo por sus grandes proyectos públicos como el Faro de Oriente, la Biblioteca Vasconcelos o la extravagante Torre 47 en donde alberga su estudio. También porque ha removido los cimientos teóricos de la arquitectura mexicana, a través de una preocupación mucho más profunda y humilde: la sustentabilidad ambiental y social en la planeación urbana.
Humilde no por ser menos compleja, sino porque reconoce que el diseño arquitectónico y el urbanismo, deberían estar siempre ligados, y muy estrechamente, a las contingencias geográficas de su entorno. Pero hablemos menos de su currículum y concentrémonos en cómo sus prácticas están apuntando a construir —y en cierto sentido, recuperar— otra clase de ciudad.
Las lecciones del terremoto de 1985
Alberto Kalach recuerda que el desastre ocurrido en 1985 estimuló sus estudios de una forma muy particular. El terremoto le obligó a reflexionar sobre los problemas de urbanismo de la Ciudad de México, y su falta de conexión con el entorno geográfico. Por eso, la arquitectura se convierte en una responsabilidad social, y no en el sentido ideologizante de otras formas de arquitectura (como la de Le Corbusier), al contrario: debe concentrarse menos en amansar las fuerzas naturales y socioculturales y procurar co-constituir con ellas.
La biblioteca Vasconcelos es sólo una pieza del gran rompecabezas urbano de Kalach
Según Kalach, la arquitectura debería existir como una respuesta a los problemas del entorno y atender lo menos posible a los intereses experimentales o a la afamada inspiración de los arquitectos. Así, la forma en que el edificio afecta la configuración urbana debe ser tan relevante como el edificio mismo.
La Biblioteca Vasconcelos es un edificio que apuesta por las transparencias, a través de una estructura que conecta orgánicamente cada punto del espacio con los demás; el contacto con la naturaleza, por medio de jardines y un canal de agua, y por la organización reflexiva y crítica de la fuentes de conocimiento: los libros. Sin embargo, ha sido duramente criticado y ha generado grandes polémicas, pues la visión estética, fiel a los principios del arquitecto, poco relata de la colonia popular en la que se encuentra –y en este sentido quizá no responde a su entorno inmediato–. Sin embargo, hay que entender que lo que Kalach imagina es una ciudad distinta que se liga directamente al entorno natural, que ponga la geografía al centro. El canal de agua es solo un guiño a su proyecto más ambicioso: recuperar el antiguo sistema hidrológico de la ciudad.
La ciudad lacustre: frente a la ciudad ahogada, donde falta el agua
El caso del agua, como recurso natural vital en la Ciudad de México, es paradójico y ciertamente desafortunado. Mientras que la ciudad está literalmente construida sobre un lago y se está hundiendo, en muchas colonias hay desabasto de agua, lo que provoca que ésta se tenga que traer de otras partes del país, utilizando —según Kalach— tanta energía como para alimentar a una ciudad de 3 millones de habitantes. Por otro lado, si las aguas residuales se trataran y se pudiera captar el agua de la lluvia, habría suficiente en la ciudad como para abastecer al doble de su población actual. Con esto en mente, Kalach, junto a un grupo de muy relevantes arquitectos, propuso una visión de ciudad que recupera el antiguo lago de Texcoco y lo convierte en un amplio sistema de lagos y canales interconectados por la infraestructura urbana.
Los beneficios ambientales y sociales son muchos. Mientras que el proyecto, que no es utópico —remarca Kalach—, implicaría desplazar la estructura urbana y a la población entera, no deja de presentarse como un proyecto de ciudad con sentido de comunidad, pues, frente al crecimiento urbano que es desmedido, y no planificado, La ciudad lacustre es una respuesta horizontal, que busca mejorar las condiciones de vida de todos, a partir del equilibrio ambiental. El urbanismo existente, en cambio, expone a una baja calidad de vida a los sectores marginados.
Tristemente Kalach ha tenido que dejar su proyecto en la fase teórica, pues evidentemente se requieren de muchos movimientos e intervenciones políticas para materializar una modificación urbana de esta magnitud.
Él considera que está en manos de la ciudadanía exigir que las nuevas construcciones, especialmente las públicas, se conviertan, a través del diseño arquitectónico, en una extensión casi transparente y definitivamente orgánica de los principios naturales del entorno.
Frente a un panorama que ha decidido desvincularse de su espacio natural y diseñar a pesar de él, en lugar de construir con él, Alberto Kalach ha sido nombrado como el mejor arquitecto de México. Esta mención se puede interpretar como un llamado del gremio mexicano a la conciencia sobre el hecho de que la arquitectura no solo es una responsabilidad social, también un vértice que conjuga la reflexión con la acción. El edificio que habitamos, nos forma y, nosotros, al diseñarlo, estamos configurando un mundo. De la misma manera, al plantear referentes conceptuales para la arquitectura estamos determinando su marco de acción. Apostar por Kalach es decidirse a otorgar a su disciplina en nuestro país un carácter público que, lejos de ser un cúmulo de vanidades verticales o signos de “civilización”, se convierte en una extensión radical de la naturaleza.
Fuentes de consulta:
*”Alberto Kalach: ¡Imagina que todos los techos de nuestra ciudad fueran verdes!”, Vladimir Belogolobsky, Archdaily, Año 2017.
*”Entrevista con Alberto Kalach: Nuestros proyectos intentan crear un diálogo inteligente con la naturaleza”, Shumi Bose, The Guardian, Año 2015.
*Imágenes: 1) Taller de Arquitectura X; 2) Iñigo Bujedo Aguirre; 3) Cuartoscuro; 4) Yoshihiro Koitani; 5 y 6) Taller de Arquitectura X