Cuando llegué a la Sierra Tarahumara estuve frente a una comunidad que practicaba de forma cotidiana, esa doctrina de vivir para los demás, de todos ser uno, por eso me quedé aquí y no me quiero ir.
Romayne Wheleer
Trascendiendo la óptica que presenta a los indígenas como parte del folclore de un país, o como actores de un curioso modo de vida desde la perspectiva occidental, existen historias que realmente engrandecen la existencia de algunas etnias, en sí maravillosa.
La historia de Romayne Wheleer, documentada entre otros por el reportero Luis Fierro para el Universal, es muy especial. Tal vez inspirado por la discreción, este artista dejó su todo para vivir desde hace 30 años en la Sierra Tarahumara, en específico en la comunidad de Retosachi. Esto no como un mero acto de “humildad occidental”, sino como uno de reconocimiento a una sabiduría que trasciende el modo de vida al que estamos acostumbrados (centrándonos en el individuo cuando, evidentemente, este no se llena a sí mismo).
Romayne Wheleer nació en Estados Unidos, aunque creció en Austria; estudió piano y fue convirtiéndose en un reconocido intérprete que lo llevó a dar conciertos en 52 países del mundo.
En su casa en la Sierra tiene un antiguo piano Stainway & Sons que se utilizó durante años en el Teatro Degollado en Guadalajara y que anteriormente perteneciera al fundador de PAN, Manuel Gómez Morín. También vive rodeado de libros.
Para mi fue un desafío conocer su filosofía, sabía que me iba a cambiar la vida…(…) Venir aquí fue como volver al inicio de la vida donde el individuo tiene el valor como persona de aportar a los demás.
Come frijoles, tortillas de nixtamal, sopa y frutos, como el resto de su comunidad.
Llegué a la Sierra Tarahumara unos días antes de Año Nuevo, en 1980. La comunidad me invitó a pasar la fiesta con ellos ya acepté. Fue algo muy especial, a la medianoche todos, eran como 120 personas, se dieron un abrazo, el curandero bendijo la vida de cada persona y comenzaron a bailar. En la mañana esos 120 quisieron entrar al mismo tiempo a mi casita de campaña y obviamente la rompieron. Ahí entendí que Dios quería que durmiera con ellos en el campo, y de entonces aquí sigo.
Ha compuesto más de 60 piezas dedicadas a los árboles y tiene claro que los tarahumaras poseen una increíble calidad de vida (que no se trata, naturalmente, de tener electricidad, o piso de cemento, esas son necesidades creadas). Quizá lo único lamentable es cuando existe sequía, y por lo tanto hambruna; también cuando los niños mueren pequeños por enfermedades evitables. Fuera de ello, somos nosotros los occidentales los que de alguna manera nos hemos vuelto esclavos incluso del tiempo y los rarámuris, que están plenamente convencidos de su visión, lo saben.
Por ello Wheller hace cada año un viaje por el mundo dando recitales y con lo que recaba ayuda a su comunidad, de la que ya es parte, y por tanto no se trata de un acto de beneficencia sino de cooperación comunitaria. De hecho, los alimentos que su organización reparte lo hace a cambio de artesanías, nunca regalando, en una especie de banco de trueque cuando los tiempos son apremiantes y escasea la comida.
Wheller encontró en la filosofía tarahumara una verdad profunda, una especie de revelación que contrasta con el errático individualismo de occidente… La pertenencia, y no la posesión, es lo más importante: vivir en comunidad, donde el individuo se diluye, y a la vez no.
Acá puedes ver su agenda de conciertos.
* Imágenes: 1) Charles Graham; 2) romaynewheeler.org.mx; 3) amigotrails.com