Tal vez, por consecuencias azarosas del destino, algunas personas derraman una originalidad apreciable a los ojos de cualquiera. La historia nos ha enseñado que esta autenticidad es espontánea en algunos, y que el resultado es una completa idea desconocida hasta entonces, que no ha sido creada jamás.
En este sentido, estaríamos hablando de la originalidad como un don, acaso como un milagro, que no le sucede a cualquiera. Este dato es falso, o más bien poco profundo. Para los que no tenemos la fortuna de destacar por una originalidad de nacimiento no todo está perdido. La clave está en no pensar en cómo ser original, sino en analizarnos como individuos.
Al respecto, el escritor Alfonso Reyes dedicó algunos breves párrafos a ilustrar cómo la originalidad ha sido forzada –y evidencia que ha pasado durante siglos–, pues nadie en este mundo está excluido de ser original; nadie podría nacer con aquella dicha, pero sí, en cambio, con la suerte de saber observarse a sí mismo. Se trata de una “originalidad que no se busca sino se encuentra”, nos dice, y continua:
Esta originalidad no buscada es fruto de procesos tan inevitables como lo son todos los procesos de la naturaleza.
Reyes creía que la clave para encontrar esa originalidad estaba en el autoconocimiento, en obligarse a ser quién se es, y defenderlo a toda costa sin importar los escenarios, mucho menos una reputación:
El descubrirse a si mismos es, más bien, descubrir al hombre abstracto que hay entre nosotros, al universal, al arquetipo, y abrazarse a él con fervoroso entendimiento platónico.
La originalidad del Romanticismo
Por otro lado, Alfonso Reyes habla sobre la probabilidad de que nadie, a su vez, se excluya de ser un farsante de la autenticidad, pues como bien nos comparte, la originalidad también puede ser vista como un objetivo y no como una consecuencia, tal vez, de la sensibilidad:
Se nos dice que una de las ideas motrices del Romanticismo fue la preocupación por la originalidad entendida como un fin en sí, como meta directa. . . ¡y es un by-product! [subproducto]
Para entender esta idea es necesario ponerse un poco en contexto:
En pleno desdoblamiento del Romanticismo europeo, en el siglo XIX, los hombres y mujeres de literatura encontraban la originalidad como una forma de rebeldía. El artista y escritor de este ciclo personificaba el espejo de la angustia y el tormento, efectos acaso evidentes de la sobrecargada historia de sucesos nacionalistas en occidente.
Las bellas artes para entonces comulgaban con la visión del artista como profesión; la obra como objeto de mercado. El impulso plausible de aquellos románticos, no fue sino la capacidad de imaginar, soñar y sensibilizarse frente a este paradigma burgués; conectarse con el mundo natural, para regresar a nociones de origen, que les permitiesen asimilar una exquisita variedad de pantones desde la realidad en su obra.
Sin embargo, cabe señalar que los parámetros del romanticismo fueron también criticados por Alfonso Reyes. La postura romántica era radicalmente opuesta al movimiento de la Ilustración –una hazaña sin duda innovadora–, pero su extremismo algunas veces llegaba a otros confines, donde la originalidad era vista con cierta arrogancia y anclada a una serie de vicios humanos, tan banales como el mismo acto de considerarse un artista con “sensibilidad”.
En este sentido, las palabras de Alfonso Reyes parecen tan frescas como en aquella época. Escribe:
Cuando el poeta, cuando el artista declaran que al fin se han descubierto a sí mismos, a veces solo logran desagradar a los demás. Y es que confunden la originalidad con la indisciplina, y creen haber encontrado su ruta por entregarse a sus impulsos temperamentales, a sus manías, a sus tics nerviosos.
Reyes no estaba en contra de utilizar la sensibilidad como vía de acceso a la originalidad, ni tampoco a favor del arte y literatura como productos. Lo que en algunas breves líneas cuestiona, es que la originalidad sea vista como un acto individual y no como lo que realmente es: una obra colectiva, que no es ajena a los matices que nos regala la vida, ni a las perspectivas del otro, ni del pasado, ni a la gama de ideas que ya se han servido al mundo en bandeja de plata:
Aunque tal angustia [la de alcanzar la originalidad] hace crisis en los extremosos, tanto que todos acaban por resultar triviales, habría que meditar mucho la sentencia de un maestro ultra, Lautréamont, quien dice que el milagro no puede ser obra individual, sino colectiva.
. . . No entendamos groseramente la doctrina. No se trata de collage, sino de absorción, digestión, refundición de los temas tradicionales. Toda creación es re-creación, y recreación.
*Referencia: Obras Completas de Alfonso Reyes, Tomos VIII y XII, Fondo de Cultura Económica.
*Ilustraciones: Joanna Neborsky