Los conquistadores tuvieron, entre otros retos, qué ganarse el corazón de nuestros antepasados. No solo imponerles nuevas deidades y distintos marcos para adorarlos sino encontrar en sus costumbres las razones que los llevaban aceptar lo desconocido, convivir con sus semejantes e influir en ellos de acuerdo a sus creencias.
No fueron pocos los sacerdotes que cayeron en la "herejías" mismas que intentaban extirpar de la población "idólatra", como tampoco los cronistas que dieron testimonio de estas antiguas "nigromancias" que por su peculiaridad encantaron a los visitantes, y de las cuales escribieron en distintos textos.
Las siguientes prácticas son parte del Tratado Contra los Adoradores de Ídolos, escrito por el padre Pedro Sánchez Aguilar –deán de la catedral de Yucatán en 1613–, quien después de promover entre los clérigos la conmiseración hacia los indios evitando azotes, describió las siguientes magias que entre los nativos pudo observar:
Si durante algún viaje les caía la tarde y creían que la noche llegaría a mitad de su camino, encajaban un piedra en el primer árbol que encontrasen para que el sol no se pusiera o se arrancaban las cejas y las soplaban al viento para detener la caída del astro rey y que la oscuridad no los tomase por sorpresa.
También el padre Pedro describe que cuando había un eclipse pellizcaban a sus perros para que estos aullasen al mismo tiempo que chocaban tablas contra el piso para hacer barullo y golpeaban puertas y mesas asegurando que la Luna se moría, que le picaba una hormiga llamada Xubab.
Así mismo para hacer caer a algún hombre en sus encantos, las mujeres cuando preparaban la comida le hablaban a una rosa, la cual abrían con sus palabras y daban a oler o se la ponían bajo la almohada a quien querían enamorar para que éste quedara prendado de sus encantos.
Finalmente aquel antiguo deán de Yucatán corrobora que los pobladores se sangraban las orejas y la legua y la de sus hijos y la sangre la regaban en tablillas para llamar la salud y curar enfermedades mientras éstos imitaban el movimiento y el ruido que hacían los pájaros.
En el mismo tenor el padre Gonzalo Balsalobre en el año de 1654, cuenta otros ritos que se practicaban en Oaxaca como la ofrenda a los difuntos que consistía en hacer ayuno un día y una noche, sin hablar con nadie ni tocar cosa alguna con las manos y acudir al sitio donde había caído el difunto y rociar la sangre de una gallina y un pollo de tierra con una cantidad de copal específico dictando palabras dedicadas a Nohuichaná.
Otro de sus ritos que servía para atajar las enfermedades que mandaba el Dios del infierno llamado Coquetaha, consistía en hacer un hoyo más o menos de medio metro de profundidad y llevar ahí copal y con la sangre de una gallina regar aquel sitio para luego taparlo.
También existió un rito dedicado a que los partos llegaran a buen término. Consistió en rociar la sangre de una gallina y cierta cantidad de copal en el lugar en el que había dado a luz la mujer embarazada dedicado a la Diosa Nohuichaná que era la encargada de criar a las criaturas. Por cierto, los antiguos creían que las mujeres que morían en parto eran mujeres divinizadas por esta condición y era un práctica recurrente que los brujos fuesen a sus tumbas para cortar su antebrazo y con él señalar la casa de quien quisieran perjudicar para inducirlos por medio de este rito al sueño y así robar sus pertenencias.
Cabe destacar que había varios tipos de hechiceros, nigromantes, encantadores, brujos y cada uno podía llegar a ocupar un lugar específico en su sociedad gracias al día de su nacimiento.
Así, los nacidos el día Ce quiahuitl, uno lluvia, serían los taltlacatecolo es decir, brujos, nigromantes, hechiceros y engañadores. Los nacidos el día Ce Echátl que provenían de la nobleza estaban destinados a ser hechiceros, engañadores y nahuales es decir, tenían la facultad para transformase en animales pero si provenían del sector humilde serían encantadores y engañadores del tipo de los llamados temacpalitotique y si fuera mujer sería una bruja de las llamadas mometzcopinqui que se arrancaban las piernas por la noche y se ponían alas de petate para volar.
Cabe destacar que estos individuos daban muestra de su naturaleza especial pues aparecían y desaparecían del vientre de su madre antes de nacer. También se le consideraba de alguna manera como ungidos a los mellizos a quienes se le comparaba con Xólotl deidad de lo monstruoso y sobrenatural.