Cada vez estamos más cerca de entender que Ciencia y Espiritualidad son dos acontecimientos complementarios en la búsqueda del entendimiento del universo. Un pensamiento que, paradójicamente, nos remite a la antigüedad (cada vez estamos más cerca del origen, cuando ambos principios eran vitales para decodificar el rol que jugamos los seres humanos en el cosmos. Como esencialmente advierte la célebre frase del físico Neil Turok: “el universo está dentro de nosotros”, las civilizaciones del México prehispánico creían fielmente en la relación entre lo genético y lo divino, siendo una de sus máximas disciplinas la Astronomía.
Innumerables conceptos astronómicos se fundieron, inclusive, con las prácticas que constituyeron las sociedades precolombinas; la cultura maya a manera de ejemplo: su calendario, su numerología, la orientación de la construcción de sus templos, la relación de la agricultura con el cosmos, sus constantes observaciones del planeta Venus según el Códice Dresde, las inscripciones de Palenque (que no son sino un extraordinario compendio jeroglífico donde se proyectan los mitos de la creación de su cultura, pero también el origen de importantes dinastías), entre otros eventos importantes de esta civilización que relacionaba los fenómenos astronómicos –particularmente eclipses y conjunciones planetarias– con el rumbo de la civilización.
Pero estos supuestos y conjeturas no se hubiesen formulado si la observación no hubiese sido tan fundamental para los prehispánicos. En el México antiguo existieron basamentos de gran altura y estructura redonda, con escalinatas y numerosas ventanas que fungieron como grandes observatorios astronómicos.
Otros de ellos figuraban como una especie de caverna, construidos a partir de grandes rocas halladas naturalmente en la zona. Y a pesar de su proverbial arquitectura –bastante singular unos de otros según la cultura–, todos los observatorios tenían una locación especial para avistar de mejor manera las estrellas y otros cuerpos celestes.
Encontramos algunos de los basamentos más importantes en todo México, como la Cueva astronómica de Xochicalco en Morelos, la Cueva astronómica de Teotihuacán, el Edificio Circular de Mazapán, y uno de los más notables: El Caracol de los mayas, en Chichen Itzá.
Como es de suponerse, estos sitios, además de ser espacios para la observación, también fungieron como templos oratorios, pero a su vez como oráculos, destinados sobre todo a la clarividencia del destino; porque como los mayas, teotihuacanos y demás civilizaciones mesoamericanas lo creyeron, al observar las estrellas se recreaba la voluntad del universo, una ley divina y universal a la que se obedece si se practica la voluntad real.
Nos evidencia mejor la idea aquella inmortal frase del ocultista Aleister Crowley: invoke me under the stars [invócame bajo las estrellas], o bajo la voluntad (divina) del cosmos que, a fin de cuentas, se encuentra en cada uno de nosotros porque cada hombre y cada mujer es una estrella.
*Imágenes: 1) www.sfu.museum; 2) hostelpaakal.com