Una lluvia misteriosa invade de nostalgia el ambiente. El aroma del café sube al aire, la tarde parece serena. Este México nuestro, tan lleno de tormentas, parece hoy listo para descansar de sí mismo. En mi computadora suena una música que abre heridas, que despierta fantasmas y hace arder al fuego de mi propio corazón.
Dedico la tarde a escuchar atentamente los corridos de la Revolución Mexicana. Esas voces punzantes e hijas de la sangre atraviesan al alma moribunda de este país para recordarnos que la vida es digna de ser vivida. Los corridos de la Revolución llevan en sus venas la historia de todo un pueblo, de este pueblo rebelde y claroscuro llamado México. Nuestro país canta porque necesita hacerlo, porque su espíritu se lo demanda. Nuestro canto es un rayo de piedra que se incrusta contra la dureza de la vida y le arranca belleza a la desgracia.
Nuestra Revolución fue cruenta, amarga, dolorosa. Nuestra Revolución fue también increíblemente significativa: los campesinos y los obreros, esa parte de México que hoy desdeñamos de la manera más vil, se levantaron en armas para conquistar su lugar en el mundo. Francisco Villa, Emiliano Zapata, Genovevo de la O, Felipe Ángeles, José Trinidad Rodríguez, Francisco J. Múgica, entre otros, tuvieron la fuerza necesaria para borrar de la faz de la tierra a una dañina clase opresora que llenaba de ignominia el corazón de nuestra gente. Los nombro porque durante años los hemos olvidado. La historia oficial ha logrado convertirlos en fábulas, en estatuas sin vida cerradas sobre el pasado, pero ahí donde la historia oficial fracasa, el arte popular triunfa. La música de la Revolución lleva en su vientre el nacimiento de un nuevo país, de un país que por primera vez se hizo dueño de su propia muerte y, por ende, dueño de su propia vida.
La voz de Francisco Villa está impregnada de justicia: en su potencia le hizo saber a los pobres, a los desheredados, a los que no tenían más que su dolor, que eran parte de la vida y que no necesitaban a los poderosos para reescribir la historia, y mucho menos para organizar su existencia. La justica social, ese fantasma que aún hoy día se nos escapa de las manos, por un momento se hizo presente en la historia de México, iluminando las tristes chozas de hombres y mujeres valientes que hoy están una vez más en el nebuloso olvido. De entre todos los grandes corridos que suenan y resuenan en la memoria de nuestro pueblo, algunos pronuncian nítidamente los dilemas y las contradicciones de esa época convulsa y esperanzadora.
El famoso Corrido de Arnulfo González, por ejemplo, lleva en sí el espíritu de todo un pueblo; su mensaje es tan hondo que es capaz de lanzar al mundo una nueva versión del individuo. El corrido describe a un Arnulfo irreductible, pleno, triunfante; su fuerza se expande con una belleza inmaterial que hasta hoy es capaz de romper la espalda de la injusticia. En esta expansión natural, Arnulfo se enfrenta al poder oscuro de los rurales, el cuerpo policiaco y represor de la época, de tal manera que en un punto de la narración, Arnulfo se ve forzado a defenderse y a atacar, a definir su individualidad, esa parte de la naturaleza que no podemos perder aunque en ello se nos vaya la vida. El joven Arnulfo simboliza el renacimiento de la dignidad del individuo en un mundo harto de injusticia. En este sentido, el filósofo alemán Rüdiger Safranski plantea en su libro, ¿Cuánta globalización podemos soportar?( R. Safranski.Tusquets Editores, 2004), una idea en la que se rastrea el concepto de "individuo" en occidente: el pensador nos recuerda que para ser individuos hay que darse límites y contornos, y una vez establecidos estos, hay que defenderlos de los ataques demoledores del exterior, los cuales se traducen en relaciones nocivas con el poder. Arnulfo González concreta la lucha por la defensa de la individualidad en nuestro universo nacional. Su batalla queda registrada en el corrido que lleva su nombre; así, los contenidos de verdad de la música popular vencen la fragilidad de la historia oficial y se incrustan en el viento hasta lograr despedazar los fantasmas del olvido.
En la versión de los Tigres del Norte
Siguiendo el rastro de estas canciones podemos explorar la caída y el ascenso de la revolución social villista y zapatista, de tal manera que canciones como Carabina 30-30, Los valientes del 14, Joaquinita y La rielera expresan ese ascenso milagroso de la División del Norte que arrasó como un fuego purificador a los ejecitos federales. En estos corridos está presente el espíritu indomable de un pueblo herido que cimbró la historia con la potencia emancipadora de su ira. Estas composiciones capturan el espíritu de hombres y mujeres valientes que vivieron una súbita edad de oro mientras borraban de la faz de la tierra a una clase social dañina e innecesaria de una vez y para siempre.
Un poco más adelante en la historia, la Revolución experimenta un freno a sus intenciones sociales, freno que luego se traduce en una caída, en una traición a las bases obreras y campesinas que fueron el brazo ejecutor de la justicia durante el periodo de ebullición del villismo, como bien plantea Adolfo Gilly en su libro, La Revolución Interrumpida (A. Gilly. Editorial Era. 1971). Esta caída se registra en las letras de El siete leguas, El mayor de los dorados, La tumba abandonada, Estoy presente, General y El corrido de Pancho Villa. En estos corridos asistimos a un desvanecimiento de la parte activa del pueblo de México que vio como sus esperanzas caían derrotadas tristemente hasta terminar ahogadas en un mar de desaliento a manera del Ícaro mitológico. Si escuchamos atentamente, presentiremos en estos corridos la profunda nostalgia por una victoria que nunca llegó y que aún seguimos esperando.
Al final de estas reflexiones nos queda en la lengua un sabor agridulce y un dejo de melancolía criminal; sin embargo, si abrimos el oído a lo que esta historia aún tiene para nosotros, entendemos que la música de la Revolución mueve montañas, es nuestro fiel guía hacia la verdad de hombres y mujeres poderosos que sin duda son parte de la mejor generación de mexicanos que ha existido, hombres y mujeres que nacieron postrados pero murieron de pie, que conquistaron su propia altura y se elevaron por encima del horror al que eran sometidos.
La tarde empieza a aclararse, el rumor de la lluvia se desliza hacia dentro de la casa, el silencio sólo es roto por estos corridos de sangre y fuego que revientan la vida y dignifican el instante. Esta música no sólo es nuestra: es de todo aquel que alguna vez se haya sentido ofendido por la avidez de los poderosos, de todo aquel que haya tenido el valor de conquistar su propia libertad, de todo aquel que lleve en su vientre rayos y centellas listos para reinventar el mundo, de todo aquel que aprendió a pronunciar verdaderamente las letras de la palabra "libertad".