¿La forma del árbol se renovaría si se remontara a las raíces del género humano, como en la icnología cristiana que llega hasta Adán y Eva?
Ítalo Calvino (La Habana 1925) cultivó uno de los estilos más innovadores de la segunda mitad del siglo XX. Por eso a menudo se le situó como un ejemplo de la escritura posmodernista. No solo como un intento más de experimentación en torno a la meta-literatura –otro ejemplo sería la narrativa de sus contemporáneos Antonio Tabucci o Sebald– sino que se sumó a las tentativas como el OULIPO de Raymond Queneau. Este último buscaba a través estructuras nuevas formales complementar historias cuya composición ya no encaja realmente en un género y mezcla varios, como sucede en los diez cuentos de Calvino de Si una noche de invierno un viajero, que están compuestos únicamente por principios; o El castillo de los destinos cruzados cuyos personajes no pueden hablar y confeccionan sus historias a través del Tarot de Visconti, algo muy similar en la intentona de El Ultimo Amor de Constantinopla del serbio Milorad Pavic.
La estancia del Calvino en tierras mexicanas fue parte de un proyecto narrativo que el escritor no completó pues la muerte lo alcanzaría –una hemorragia intracraneal en el año 85 a los 61 años de edad– . De este proyecto truncado formó parte el libro Bajo el Sol del Jaguar –título del cuento que corresponde al sentido del gusto y que sucede a lado de su esposa Olivia viajando por Oaxaca– compuesto de cinco relatos cuya temática sería abordar cada uno los cinco sentidos.
Sin embargo existen otros relatos donde el autor de Las Ciudades Invisibles habla de nuestro país: Ítalo Calvino en México que son tres textos sacados de las crónicas periodísticas Colección de Arena (1984) en las que el autor da sus impresiones de los viajes que hizo a Japón e Irán donde, si bien brevemente, da cuenta de su estancia en la antigua Antequera:
"En México cerca de Oaxaca…hay un árbol…conocido como el árbol del Tule… Al acercarme…tengo la sensación como de amenaza como si de aquella nube o montaña vegetal…llegase la advertencia de que aquí la naturaleza se empeñara en desarrollar un plan que nada tiene que ver con las dimensiones y proporciones humanas….."
Calvino queda impresionado por la figura del árbol del Tule, es un agudo observador de la mole que frente a sus ojos le impone hasta una amenaza que sin embargo reconoce:
"Pero mientras aquel es el fragmento de una planta muerta –se refiere a una secuoya que el escritor vio en Jardín des Plantes, en Paris–, éste árbol del Tule es un ser vivo que si apenas da signos de fatiga de su linfa a las hojas…Es indudablemente el ser vivo más viejo que me haya tocado conocer".
El escritor continúa su tour por el Estado y llega al templo de Santo Domingo, sitio donde su mirada queda encallada en los arboles de los relieves del templo dominico, ejemplo de belleza que lo conmueve, donde realiza una fantástica conclusión:
El árbol del Tule, producto natural del tiempo, y el árbol de Jesé –figura que descubre en los frisos del Convento de Santo Domingo de Guzmán–, producto de la necesidad humana de darle una finalidad al tiempo, son solo reducibles en apariencia común. Al encontrarlos el mismo día en mi itinerario, siento tenderse entre ellos la distancia entre el azar y el designio, la probabilidad y la determinación, la entropía y el sentido de la historia.
De esta manera Ítalo Calvino cree encontrar la propia síntesis de sus arboles. Sitios que no lo confrontaron únicamente con los orígenes milenario y arquitectónico sino también lo introdujeron a lo que significó la estancia del escritor en nuestro país pues también escribiría:
"Al visitar México uno se encuentra cada día interrogando ruinas, estatuas y bajorrelieves prehispánicos, testimonios de un inimaginable "antes" de un mundo irreductiblemente "otro" frente al nuestro."
Citas tomadas del libro "Ítalo Calvino en México" Editorial Petra Ediciones, 2006 de 56 páginas.