Para los antiguos mexicanos no era casualidad que un conejo habitara la luna. Según describe Alfredo López Austin en su libro El Conejo en la Cara de la Luna “el conejo es el animal asociado con el licor fermentado (el pulque), con el sur y con la naturaleza fría de las cosas; y la luna es el astro relacionado con la embriaguez y con las transformaciones de los procesos de fermentación, con la menstruación y el embarazo”. Ambos seres, entonces, han estado milenariamente vinculados con temas similares.
En numerosos grupos prehispánicos existen leyendas sobre la morada perenne del conejo en la luna como el caso de los chinantecos, mexicas, mayas, tsetsales, mixtecos, purépechas, etc.
Presentamos algunas leyendas sobre la llegada del conejo a la luna y su arquetípico significado desde distintas tradiciones:
La leyenda teotihuacana registrada en la Historia general de las cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún:
Antes de que hubiese día, se reunieron los dioses en Teotihuacan y dijeron, ¿Quién alumbrará el mundo? Un dios rico (Tecuzitecatl), dijo yo tomo el cargo de alumbrar el mundo. ¿Quién será el otro?, y como nadie respondía, se lo ordenaron a otro dios que era pobre y buboso (Nanahuatzin). Después del nombramiento, los dos comenzaron a hacer penitencia y a elevar oraciones. El dios rico ofreció plumas valiosas de un ave que llamaban quetzal, pelotas de oro, piedras preciosas, coral e incienso de copal. El buboso (que se llamaba Nanauatzin), ofrecía cañas verdes, bolas de heno, espinas de maguey cubiertas con su sangre, y en lugar de copal, ofrecía las postillas de sus bubas. A la media noche se terminó la penitencia y comenzaron los oficios. Los dioses regalaron al dios rico un hermoso plumaje y una chaqueta de lienzo y al dios pobre, una estola de papel. Después encendieron fuego y ordenaron al dios rico que se metiera dentro. Pero tuvo miedo y se echó para atrás. Lo intentó de nuevo y volvió para atrás, así hasta cuatro veces. Entonces le tocó el turno a Nanauatzin que cerró los ojos y se metió en el fuego y ardió. Cuando el rico lo vio, le imitó. A continuación entró un águila, que también se quemó (por eso el águila tiene las plumas hoscas, color moreno muy oscuro o negrestinas, color negruzco); después entró un tigre que se chamuscó y quedó manchado de blanco y negro. Los dioses se sentaron entonces a esperar de qué parte saldría Nanauatzin; miraron hacia Oriente y vieron salir el Sol muy colorado; no le podían mirar y echaba rayos por todas partes. Volvieron a mirar hacia Oriente y vieron salir la Luna. Al principio los dos dioses resplandecían por igual, pero uno de los presentes arrojó un conejo a la cara del dios rico y de esa manera le disminuyó el resplandor. Todos se quedaron quietos sobre la tierra; después decidieron morir para dar de esa manera la vida al Sol y la Luna. Fue el Aire quien se encargó de matarlos y a continuación el Viento empezó a soplar y a mover, primero al Sol y más tarde a la Luna. Por eso sale el Sol durante el día y la Luna más tarde.
En la versión mexica de Leyenda del Conejo en la Luna retomada del texto Leyendas Mexicanas para disfrutar en Familia.
Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre. Pero todavía siguió caminando, caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.
–¿Qué estás comiendo?, – le preguntó.
–Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
–Gracias, pero yo no como zacate.
–¿Qué vas a hacer entonces?
–Morirme tal vez de hambre y de sed.
El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo;
–Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
–Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.
Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:
–Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.
La leyenda chinanteca (extracto de El Conejo en la Cara de la Luna de Alfredo López Austin):
Entre los chinantecos, pueblo que vive en el estado de Oaxaca, se cuenta que Sol y Luna eran dos niños, hermano y hermana. Los pequeños Sol y Luna mataron al águila de los brillantes ojos: Luna tomó el ojo derecho, que era de oro; Sol recogió el ojo izquierdo, que era de plata. Tras mucho caminar, Luna sintió sed. Sol prometió decirle dónde había agua a condición de que permutaran los ojos del águila; además, le impuso a su hermana la condición de que no bebiera el agua hasta que el Cura conejo bendijera el pozo. Luna desobedeció y su hermano le golpeó el rostro con el Cura Conejo; a esto se debe que Luna tenga hoy la cara manchada.
*Imágenes: 2) Vovan13