En el surrealismo, especialmente el que se desdobla en obras de carácter pictórico, existe una ligera incitación alquímica ligada a las Ciencias del espíritu y a las doctrinas filosóficas que rezan en lo oculto. Leonora Carrington, pintora y escritora surrealista, dejó entrever en sus obras un ciento de símbolos ocultistas ligados por una parte, a su fascinación por la mitología celta y las culturas indigenas mexicanas, y por otro, a sus visiones oníricas y a las revelaciones extrasensoriales que le ocurrían, quizás, tras su brote psicótico que la llevó al internamiento. Pero "la locura puede llevarte a la iluminación", advertía Carrington, una prodigiosa artista y alquimista mexicana de origen inglés, que pasó los últimos 43 años de su vida en México.
No hace mucho que Carrington nos dejó por "razones humanas" luego de una neumonía en 2011. Nació en Lancashire, Inglaterra, pero su carrera no brotaría de entre su imaginario inconsciente sino hasta su viaje a París, donde se reencontró con un viejo amigo y romance, Max Ernst, quién posteriormente le revelaría el mundo surrealista en el que habría de fluir. Mediante Ernst, Carrington conoció a toda la parafernalia del movimiento surrealista: André Bretón, Wolfgang Paalen, Benjamin Péret, Joan Miró e incluso a Pablo Picasso y a Salvador Dalí. Tras su exilio a México –luego de la aprehensión de su esposo Max Ernst declarado enemigo del régimen de Vichy–, contrajo matrimonio con el poeta mexicano Renato Leduc para poder ingresar al País. Nuevamente –y como si se tratara de un viaje al inconsciente–, las tierras mexicanas fueron, entre los años 30 y 40, el origen fértil de surrealistas unidos por la gran guerra en tierra de indios.
En México, Leonora Carrington es la protagonista de una serie de obras que intentan explicar la simbología de los sueños fabricados en su nueva nación, un sitio surrealista por excelencia, cuya cultura aún yace impregnada de su origen; la mística prehispánica en la vida cotidiana. Surrealistas como Remedios Varo, Luis Buñuel y Sir Edward James, contuvieron una entrañable amistad con Carrington, este último, con una conexión aún más profusa. La pintora visitó frecuentemente a Sir. James en Xilitla, lugar que aguardaba su fantástico jardín surrealista, una estructura laberíntica creada en el fervor del silencio selvático de la huasteca potosina.
El mundo mágico de los mayas, México, 1963.
La peculiaridad que Carrington tenía al pintar en su cocina, en medio de una casa que invitaba a saborear el caos, era exclusiva. Le parecía saludable la influencia que ejercía la comida sobre el arte, misma que habría de detallar en su fascinante obra La invención del mole (1960). Además de sus cuentos, y otras obras pictóricas como Litany of the Philosophers, donde parece mimetizar a la Mujer Escarlata de la magia thelémica de Crowley, dejó un legado muy especial para México: El mundo mágico de los mayas, realizado en 1963 para el Museo de Antropología de la Ciudad de México, El diablo rojo, pintado en la entrada de la casa de Sir Edward James en Xilitla (la casa Gastelum, hoy conocida como El Castillo), y una colección extraordinaria de esculturas realizadas entre 2009 y 2011, elaboradas a partir de algunos bocetos y pinturas y transferidas a bronce, bajo el nombre de Las posibilidades de los sueños. En la Ciudad de México y en Jalisco, de hecho, encuentras esparcidas algunas otras de sus obras tridimensionales.
Leonora Carrington siempre se mostró como un espíritu introvertido y poco legible, una bruja de nuestro tiempo que "ha cruzado más fronteras y atravesado cadenas montañosas más que cualquier otro, y ha surcado los abismos más profundos…" advertía Sir Edward James. Pero, quizás lo más importante que nos ha legado es su capacidad para transmitir los sueños, estados de consciencia que según creía, siempre transmiten un mensaje, sólo hay que saber cómo decodificarlos.