Nuestros antiguos ancestros dividieron el universo en un plano horizontal, de un lado yacía la Gran Madre: la Naturaleza. Del otro el Gran Padre: el Sol. También dividieron el cosmos en trece pisos celestiales y nueve pisos de inframundo. Los hijos de este matrimonio "hijos astrales" o "acuáticos" se parecieron mucho a los agricultores.
Cada uno de esos pisos estaba habitados por dioses diversos y seres menores que eran representados por matrimonios, lo que confirmó la cosmovisión dual de los antiguos sobre el orden de todas las cosas.
Los dioses eran los responsables de las victorias en la guerra y su predominio temporal era atribuido al pueblo que lo tomaba como estandarte y que lo imponía tras una batalla. En sus sacrificios y ofrendas los antiguos eran cuidadosos de seguir al dios correcto y de reverenciar a quienes derrotaban pues era la voluntad de éste dios la que podía iniciar una guerra o terminar con ella. Su vida estaba regida por el carácter de estos seres divinos que se debatían en el confín del espacio un lugar en el mundo. Su destino estaba en sus manos.
Así, no es extraño que para ellos el cuerpo celeste tuviera correspondencias con el cuerpo donde moraban. Y que cada evento que sucedía en la Tierra los involucrara directa o indirectamente. Estas correspondencias son verificables en los mitos fundacionales de distintas civilizaciones mesoamericanas, donde puede verse que de las deidades nacían comarcas y paisajes incuantificables.
Por ejemplo en el caso de la palabra "tonacayo", que significa "la carne del cuerpo", pero que también es el nombre del cereal que los mantenía con vida, el maíz. O la palabra chicomóztoc que era el término secreto para nombrar al mismo cuerpo pero dentro de los conjuros y con la cual se nombraba a la montaña madre o "el lugar de las siete cuevas" en una clara alusión a las siete oquedades que llenan el rostro humano.
Otros ejemplos nos indican que los nahuas creían que la fuerza vital de los individuos quedaba impresa en los huesos. El fémur del sacrificado quedaba en prenda en la casa del combatiente que lo hubiera capturado. Cuando el guerrero iba de nuevo a guerra, la esposa colgaba del techo de sus casa la reliquia cubriéndola con copal y la ofrendaba para que éste regresara con vida. El nombre que recibía el fémur nos da una idea de las asociaciones que establecían, lo llamaban maltéhutl que quiere decir "el dios cautivo".
Pensaban que la sangre era un elemento tan vital que para iniciar una cacería se sacaban un poco y se la embarraban en las cienes para aumentar sus facultades; cuando estaban en batalla impedían por los medios que tuvieran a su alcance, en el caso de ser heridos, que fueran a parar el suelo pues de esta manera se entablaba una relación nefasta con los dioses del inframundo quienes terminarían pidiendo más de ésta facilitando su derrota.
El aliento era otra energía vital con la que se soplaba a los granos para influirles valor y perdieran así el miedo de ser cocidos en el fuego, de la misma forma el aliento era usado para hacer mal al oponente y muchos hechiceros soplaban en sus enemigos para inocularles mal.
El corazón fue considerado por ellos como el centro vital y un órgano de conciencia. Los verbos que utilizaron para denominarlo fueron: teyolitía y tenemitía, el primero se deriva del término yoli que se refiere a la interioridad, sensibilidad y pensamiento, según el antropólogo Alfredo López Austín, identificados en su relación a la vida con la sensación y la actividad mental de los seres animados. El segundo, nemi está relacionado con ideas de calor, continuidad, transcurso, manutención, conducta y costumbre.
Como podemos ver las relaciones establecidas entre los antiguos con los elementos marcaron profundamente su forma de proceder ante los males pero también los hizo reaccionar de maneras peculiares frente a las enfermedades y las contingencias catastróficas. Bien arraigadas están costumbres que se conservaron desde este pasado inmemorial, por ejemplo cuidar la debilidad de las articulaciones por donde se filtraban "aires" maléficos, o darle orines (aunque hay serias sospechas de que esta farmacopea estaba ya influida por la medicina europea) a los niños para acabar con dolencias y disminuir sus humores, quitándoles lo "berrinchudos" al mezclarlo con epazote; así mismo se le cuidaba la mollera a los recién nacidos pues podía caérsele. En este rito para mantener el influjo vital del aliento sobre la corona de la cabeza de los niños usaron discursos como el siguiente, destinado a que los dioses auxiliaran a los pequeños:
Nimitznotza, nimitztzatzilia, in teteu tinnan, in Ticitlallatonac, in Ticitlallicue, quenami mihiyo: ma xicmomaquili, ma itech ximihiyoti in macehual1i. Inic expa coniyahua in ilhuicac: quitoa. In axcan ilhuicac anchaneque, in amixquichtin in amilhuicapipilti, in ilhuicae anmoniltitoque: ca izcatqui in macehualli, quenami amihiyo, ma xicmomaquilican ma itech ximihiyotican, inic nemiz tlal ticpac".
Yo te llamo, yo te invoco, a ti que eres la madre de los dioses, a ti Citlallatónac, a ti Citlal1icue. De la naturaleza que sea tu aliento, dáselo al macehual, dale el aliento al macehual. Una tercera vez lo ofrece al cielo, dice: Ahora vosotros, habitantes del cielo, todos vosostros que sois los nobles del cielo, vosotros que estáis reunidos en el cielo: he aquí al macehual; de la naturaleza que sea vuestro aliento, dignaos dárselo, dignaos darle aliento, para que viva sobre la tierra.
Codice Florentino