Los conca’ac, también conocidos como seris, son los habitantes de las arenas y los mares mexicanos. Se trata de una etnia que ha recorrido tanto la historia como el territorio más inhóspito del país, sobreviviendo ante sequías, guerras y exilios.
Se cree que los conca’ac nacen de los pobladores nómadas que cruzaron el estrecho de Bering. Desde entonces, su peregrinaje por el estado de Sonora ha sido ancestral –pues no se sabe con precisión cuándo llegaron ahí ni cuánto tiempo han permanecido aventurándose en canoas, balsas y desiertos.
Entre las leyendas de los conca’ac se cuenta que sus antepasados se aventuraron al mar –actualmente el Mar de Cortés–, dirigiéndose a la montañosa isla del Tiburón. Con el paso del tiempo, los diferentes grupos de conca’ac –llamados peyorativamente como "seris" por los conquistadores españoles– se expandieron a diferentes zonas de Sonora, tales como las islas de Tiburón y San Esteban, la zona costera desde Guaymas hasta Puerto Lobos.
Mientras que los conca’ac fueron masacrados por conquistadores españoles y eventualmente por rancheros mexicanos, cubrieron montañas escabrosas, tierras calientas y secas hasta mares irreverentes.
Fue de ese modo que esta etnia comenzó a mantener una relación íntima con el medio ambiente, convirtiendo al desierto en su cobijo, a la ausencia de comida y agua en un sorprendente descubrimiento de vegetación, a la privación de depósitos minerales en la fecundidad de la vida en el mar y el desarrollo en la habilidad de la caza. En palabras del historiador Edward Moser, "las plantas, animales y los peces entregaron sus secretos a este pueblo que en cambio, los incorporó a su religión, sus medicinas y sus cantos, así como su dieta."
De no haber sido por su exilio causado por luchas internas y externas, epidemias y catástrofes, este pueblo no hubiera desarrollado recursos para descubrir al planeta que les dio cobijo de algún modo. Sólo así lograron descubrir 425 especies de plantas del desierto –entre las cuales 106 son de uso medicinal y 94 comestibles–, y cultivar algunas de estas plantas como recursos comestibles para tierras áridas; por ejemplo, durante años fueron los primeros en cosechar un grano de mar y consumir sus frutos.
Así han sobrevivido las 900 personas de esta etnia, adaptando la vida nómada y sedentaria a través de sus tradiciones, costumbres y viviendas. Gran parte de esta población ya casi no practica la caza, pero continúa pescando y recolectando frutos y semillas del desierto; inclusive ahora comercializan mediante una cooperativa que surgió con el gobierno de Lázaro Cárdenas. Ahora como sedentarios, los conca’ac habitan en antiguas y pequeñas viviendas de arcos de ramas de ocotillo y cubiertas de yerbas llamadas haco ahemza; se viven en collares de conchas, caracoles y semillas, figuras de animales en palo fierro y piedra, canastas y paseos en lanchas.
Los seris combaten la modernidad como una aguerrida pasión por la identidad cultural, una necesidad de sentirse vivos después de siglos de masacre, represión y negligencia. Celebran sus festividades, principalmente el Año Nuevo seri y la primera menstruación de las mujeres, como rituales que varían según la naturaleza y las necesidades de meditación. Se trata de un mundo simbólico y ritualista en un universo inexplorado al norte de México.
Imágenes: 1) y 2) ©Jose del Rio