"Si algo abunda en las imágenes de Graciela Iturbide es tiempo" escribe Marta Gili. Contrario a los “instantes decisivos” de México que retrataron fotógrafos de su época como Cartier-Bresson, Graciela Iturbide, mexicana y egresada del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), fue y sigue siendo una fotógrafa que imprime la eternidad de un pueblo. Porque si bien se comprueba a través de los fantasmas de su lente, construir de manera perfecta una sola de sus fotografías le tomó años: “dejo reposar mis fotografías, no hay prisa”, dice.
De la mano de su profesor Manuel Álvarez Bravo –y después de realizar un viaje a la India y encontrarse con paralelismos entre aquella y su propia cultura–, Graciela comenzó a retratar los símbolos de México a través de su pueblo indígena –el más puro, o a palabras de Antonin Artaud, la “cultura eterna de México”, esa que sólo se encuentra en la esencia de las montañas más altas, o en el pueblo de las distancias más recónditas.
Por encargo del Archivo Escenográfico del Instituto Nacional Indigenista de México, retrató a la enigmática etnia Seri de Sonora y más tarde por invitación del artista Francisco Toledo, fotografiaría al pueblo de Juchitán, perteneciente a la cultura zapoteca de Oaxaca. El resultado de estas experiencias son las siguientes fotografías de las que afirma, se interesó en retratar la composición de los personajes y sus escenarios (caras y espacios que a la vez son símbolos) dejando de lado la idea de retratar momentos:
"me di cuenta de que se puede descubrir un lugar a través de sus paisajes, de sus sombras, de sus objetos y no necesariamente a través de los retratos. Me gusta ir a los pueblos y encontrar sus creencias y lo simbólico en los detalles".