“El fin de la historia se adivina: las brujas, que hasta entonces no habían visto a Juanito, lo bajan del árbol y se lo comen”
-Alfonso Reyes
Todavía existen las brujas, mujeres que no viajan en escobas, pero sí le susurran al viento y aprenden el nombre de las hierbas. El trabajo de Maya Goded las retrata en su proyecto: Tierra de brujas, donde no sólo logra captar el misticismo y surrealismo que aún hay en el norte de México, sino enfocarlo en las mujeres que hacen temer al hombre, hechiceras que para algunos, aún surcan los cielos y chupan la sangre de los niños.
Y, a pesar del temor y desprecio que hay hacia ellas, también logran milagros: la creación de un mundo, donde la nigromancia y el misterio sobrevive.
A partir de un sincretismo de las creencias prehispánicas y cristianas, las brujas enarbolan sus conjuros, en una región localizada en el norte del país, en el pueblo de San Luis. Aquí, entre los espectros de los árboles, sombras cuyas hojas son consumidas por el calor de las tierras áridas, la búsqueda de la magia es indispensable para la sobrevivencia. Tal vez, es por eso el nombre con el que se les denomina a las hechiceras de esta región: “Bolitas de fuego”, atributo de la esperanza que encienden en la oscuridad, en la desesperación del ser humano. Sin su atisbo de magia en este paraje, el hombre y la mujer se marchitan, como una flor en el desierto, cuyo aroma es sepultado en la arena.
El secreto que rodea a estas hechiceras, se mantiene oculto frente al ojo público, por el temor y escarnio que, todavía ahora, muchas de ellas sufren. Goded lo afirma, cuando cuenta su experiencia al llegar al pueblo de San Luis, donde habían los rumores de la existencia de estas nigromantes y una escuela donde ensañaban sus hechizos. Según cuenta la fotógrafa a Animal Político:
Llegué a un pueblo muy solitario en San Luis Potosí. Ahí cada vez que preguntaba por la escuela de brujas, los habitantes me miraban con desconfianza, negando la existencia de brujas en el lugar.
Pero el negar la subsistencia de las brujas es en vano. No importa con cuantas palabras se les quiera sepultar, ellas hacen crecer alas de sus hombros para despegar los pies de la tierra. La presencia de las nigromantes es innegable y Maya Goded lo vivió mientras iba en su búsqueda. No encontraba ningún rastro de ellas, pero su presencia se respiraba en la zozobra del pueblo al que había ido, en el temor que cada aldeano transpiraba. Hasta que, sólo una persona, que le pidió anonimato, la llevó con una de las mujeres:
Un señor que conocía a una bruja me enseñó el camino para llegar a su casa pero me pidió que no le contara a ella que él me lo había dicho.
Cuando la bruja la recibió, Maya Goded percibió el olor a flores secas e inciensos. La mujer frente a ella ya era una anciana, de ropa blanca y pequeña estatura, pero su mirada era la de un pozo y Maya temió ahogarse en sus profundidades, en esa oscuridad, en la que la bruja le dijo: “Estoy contenta porque llegaste a curarme”.
La hechicera no tardó en revelarle a Goded que ya sabía el porqué venía y, que de hecho, la esperaba. La fotógrafa no tuvo palabras con las cuales responder, sólo con el silencio miraba a su alrededor, maravillada de encontrarse en un mundo diferente. La bruja tenía el don de escuchar a los muertos y entre sus utensilios de adivinación, estaba un balde de agua, en donde tenía visiones. Aunque, debido a su avanzada edad, su don comenzaba a languidecer.
Aún así, la fuerza de la vida de esta mujer no escapaba. Al igual que muchas de las brujas de la región, la mujer que Maya conoció se caracterizaba por haber vívido su vida como había querido: siendo independiente, sin hijos y el gozo de su plena sexualidad. Lamentablemente, la libertad que ejercen no es muy bien vista en donde habitan, por lo que viven a la periferia del pueblo de San Luis y, la mayoría de los hombres con los que han entablado una relación amorosa, las han dejado. Algo, sin duda alguna paradójico, porque la especialidad de estas brujas son los hechizos de amor. Maya lo afirma:
“Las brujas tienen historias de amor súper tristes. Son mujeres rechazadas porque se salen de las estructuras y reglas sociales. Su especialidad era el amor".
El temor hacia las brujas y sus corazones rotos es ancestral. Los pobladores de las regiones donde ellas habitan lo saben y al encontrarse con una, el miedo crece en sus venas como el mito de su magia rejuvenece. Las anécdotas en torno a estos encuentros no se hacen de esperar, fábulas que Maya Goded interpreta en sus imágenes, pero cuya seducción, sólo revive en los que se atreven a mirarlas.
En cada una de las fotografías de Goded, puede apreciarse al hombre, la mujer o el niño que decide entregarse a la bruja y sus hechizos. Lo que prueba que, a pesar del temor y desprecio que las brujas de San Luis provocan, sus habitantes las necesitan, como la llamarada de un fuego, en la oscuridad.