"Mi verdadera biografía son mis poemas", escribió Octavio Paz a Jean-Clarence Lambert (uno de sus primeros traductores al francés) en una carta fechada en Tokio el 3 de septiembre de 1952 y, quizá, si atendemos su aseveración, un recorrido por la historia de su vida nos lleve menos a las enciclopedias y los diccionarios temáticos y más hacia sus poemarios y otros libros publicados en vida.
Sí, es cierto, resulta práctico saber que nació un 31 de marzo de 1914 en Mixcoac, que su padre fue enviado por Emiliano Zapata a Estados Unidos como su representante personal, que su abuelo Ireneo era un gran lector y un aguerrido periodista (al grado de que resolvió una difamación en un duelo en el que el hermano de Justo Sierra perdió la vida), o que además de ser embajador en Delhi y agregado cultural en París y otras ciudades europeas y de Asia, Paz finalmente recibió el Premio Nobel de Literatura en 1990, reconocimiento con el que vivió durante 8 años más, hasta su muerte.
¿Pero no es esta apretada síntesis biográfica mucho más pálida frente a su obra poética? ¿No resulta más estimulante y enriquecedor seguir el curso de su vida al hilo de sus versos y sus ensayos?
INTERMITENCIAS DEL OESTE (2)
(CANCIÓN MEXICANA)
Mi abuelo, al tomar el café,
Me hablaba de Juárez y de Porfirio,
Los zuavos y los plateados.
Y el mantel olía a pólvora.
Mi padre, al tomar la copa,
Me hablaba de Zapata y de Villa,
Soto y Gama y los Flores Magón.
Y el mantel olía a pólvora.
Yo me quedo callado:
¿De quién podría hablar?
(De Ladera Este [1962-1968])
Este poema corto condensa la doble vertiente que confluyó sobre la temprana formación intelectual y práctica de Paz, la de un par de hombres decisivos, su abuelo y su padre, que tomaban parte de los grandes sucesos que transformaron a México, esa cercanía con los protagonistas conseguida gracias a una sólida capacidad de pensamiento y acción, cualidades que después redundarían en el joven Octavio, a pesar de la temprana pérdida del padre.
Yo estoy en donde estuve:
entre los muros indecisos
del mismo patio de palabras.
Abderramán, Pompeyo, Xicoténcatl,
batallas en el Oxus o en la barda
con Ernesto y Guillermo. La mil hojas,
verdinegra escultura del murmullo,
jaula del sol y la centella
breve del chupamirto: la higuera primordial,
capilla vegetal de rituales
polimorfos, diversos y perversos.
(De Pasado en claro [1974])
La biblioteca y el jardín, dos de los territorios más generosos de este mundo, también fueron para Paz objeto de sus primeras exploraciones, el primer acercamiento al "olvidado asombro de estar vivos", el suelo en donde comenzó a crecer su vocación como poeta que eventualmente lo llevó al Congreso de Escritores Antifascistas, celebrado en Valencia en 1937, como una de las varias acciones en defensa de los republicanos españoles, su primera gran experiencia poética y política, en donde se templó su praxis y a partir de la cual se convertiría en un viajante inquieto de geografías, pero, sobre todo, de movimientos intelectuales.
Madrid, 1937,
En la Plaza del Ángel las mujeres
cosían y cantaban con sus hijos,
después sonó la alarma y hubo gritos,
casas arrodilladas en el polvo,
torres hendidas, frentes escupidas
y el huracán de los motores, fijo:
(De Piedra de sol [1950])
En esta trayectoria el siguiente punto importante fue París, adonde el poeta fue enviado como parte del servicio exterior mexicano; ahí terminó de escribir El laberinto de la soledad y, no menos significativo, trabó conocimiento con los artistas surrealistas más destacados de la época, entre ellos André Breton y Benjamin Péret, a quienes está dedicado su poema Noche en claro (1958):
A las diez de la noche en el Café de Inglaterra
Salvo nosotros tres
No había nadie
Se oía afuera el paso húmedo del otoño
Pasos de ciego gigante
Pasos de bosque llegando a la ciudad
Con mil brazos con mil pies de niebla
Cara de humo hombre sin cara
El otoño marchaba hacia el centro de París
Con seguros pasos de ciego
A partir de entonces podría decirse, como cuando se tira un volado, que su suerte estaba echada. La moneda está suspendida en el aire pero en cierta forma el destino ya se había definido: "águila o sol", como dice el título de otro de sus mejores libros. París, Ginebra, Tokio, Corea y Delhi fueron algunas de las ciudades por las que lo llevó ese destino, un itinerario increíble que también se deja rastrear por medio de sus varios epistolarios, siendo el que sostuvo con el también poeta Tomás Segovia uno de los más ricos al respecto.
Casi diez años después de la aventura parisina, Paz recaló en India, otro de sus grandes momentos biográficos, fuente de experiencias sorprendentes que inevitablemente se reflejaron en su obra. A dicha estancia pertenecen algunos de los títulos mejor apreciados no sólo dentro del corpus paciano, sino de la literatura hispánica en general: sus poemarios Salamandra y Ladera Este, ese inquietante experimento que lleva por nombre El mono gramático (para algunos el mejor ejercicio del Paz prosista fuera de sus ensayos) y el ambicioso Blanco, un poema inspirado en la concepción hindú del tiempo y el espacio como un continuo fluir que a su vez dialoga con otras tradiciones de Occidente, como la teoría de los cuatro elementos.
VI
Te hablaré un lenguaje de piedra
(respondes con un monosílabo verde)
Te hablaré un lenguaje de nieve
(respondes con un abanico de abejas)
Te hablaré un lenguaje de agua
(respondes con una canoa de relámpagos)
Te hablaré un lenguaje de sangre
(respondes con una torre de pájaros)
(De "Duración", Salamandra [1958-1961])
Como sabemos, la estadía en la India terminó abruptamente con su renuncia como embajador en protesta a la matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968, suceso que lo sacó "de la embriaguez de Oriente" para meterlo de lleno en la realidad mexicana y sus contradicciones.
Después de una breve escala en Estados Unidos, Paz regresó a un país que si bien parecía acusar cierta bonanza económica (simbolizada en los Juegos Olímpicos de aquel año), socialmente seguía reproduciendo prácticas atávicas que fluían en sentido contrario a esa supuesta modernidad a la que tanto se afanaba en participar. En Posdata, una adenda a El laberinto de la soledad, intentó explicarse dicha tensión, concluyendo que la matanza no era un suceso extraordinario de la historia mexicana, sino una continuación de esta, expresión de una sociedad y un sistema político construidos sobre la base de las formas y la ritualidad.
A partir de entonces la vida de Paz es menos impetuosa. El poeta superaba ya los 50 años, y si bien casi hasta el final de su vida fue parte imprescindible de proyectos que definieron la historia cultural de México (sobre todo la fundación de la revista Vuelta y del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes durante el gobierno de Carlos Salinas), comparativamente, incluso en su poesía, su labor podría considerarse un tanto más retrospectiva. Salvo, quizá, en 1994, cuando con ocasión del levantamiento zapatista en Chiapas recobró parte de esa vitalidad ante un interlocutor, el subcomandante Marcos, a quien le reconoció talento para el debate.
Como se ve, la vida de Paz fue rica en sí misma, exuberante en más de un sentido, inabarcable en la medida en que sus experiencias pasaban también por el crisol de la poesía, donde por la vía de la transmutación persistieron para mantenerse hasta nuestros días, para permitirnos atisbar nuestra realidad por alguno de sus prismas y participar así de esa diversidad y las muchas formas del asombro.